Tengo empacho de París. Pienso que ya está bien de que lleven casi dos semanas machacándonos, una y otra vez, con lo sucedido. Que insistan repasando cómo se desarrollaron los atentados, que repitan hasta la exasperación las mismas imágenes y que vuelvan con las mismas soflamas que hemos oído ya tantas veces. Eso de que no nos ganarán la batalla, no conseguirán atemorizarnos ni doblegarnos, vamos a demostrar que la democracia y la civilización triunfarán frente a la barbarie… Y la traca final: que el Bien prevalecerá sobre el Mal.
Pero bueno… Si, solo, fuera eso aún podría llevarse. Lo malo es que también tenemos que soportar el desfile, televisivo, de un ejército de acreditados “expertos” empeñados en explicarnos hasta dónde llega el entramado de comandos y “lobos solitarios” que acechan en la sombra a la espera de entrar en acción. “Expertos” que, ya puestos, aprovechan para ponernos al tanto de todo tipo de líderes terroristas, organizaciones, redes que reclutan suicidas, imanes, talibanes, mullah fanáticos y el Corán en verso. Ah… Y las Milicias del Estado Islámico, ISIS en inglés y Daesh en árabe, para conocimiento de quienes, en materia de idiomas, solo hablamos asturiano en la intimidad y español por imperativo legal.
Semejante despliegue no es para informarnos, es para meternos miedo. Para acojonarnos y hacernos sentir que estamos en el punto de mira de unos desalmados que nadie sabe de dónde han salido. Ya ven que cosas… Lo saben todo del Norte de África y Oriente Medio y no saben nada de Afganistán, Irak o Siria. No saben que Estados Unidos, Francia, Israel y el Reino Unido invirtieron miles de millones de dólares en combatir la influencia de Rusia en Oriente Medio, para lo cual no sólo captaron a un gran número de jóvenes afganos en los campos de refugiados, sino que además reclutaron a numerosos fanáticos y mercenarios procedentes de la zona en conflicto. Entre ellos al ya fallecido Bin Laden, miembro de una muy adinerada familia saudí, que era de los buenos hasta que se volvió malo. A todos se les adiestró y armó profusamente para expulsar a los rusos. Y la jugada les salió bien, pues la Unión Soviética tuvo que retirarse de Afganistán con el rabo entre las piernas. Luego vino lo de las armas de destrucción masiva, aquel invento del trio calaveras, que no vamos a repetir porque es de sobra conocido.
Por eso que si apelamos a la verdad, pura y dura, resulta que los comandos yihadistas, mártires suicidas, talibanes fanáticos y demás troupe fueron alentados, financiados y adiestrados por los nuestros para que hicieran lo que saben hacer. La cuestión es que debían hacerlo en lugares miserables y dejados de la mano de Dios como Afganistán, Siria o Irak. No aquí, en la hermosa, próspera, pacífica y ejemplar Europa, bastión de la libertad y la democracia. Y menos aún en París, capital de la luz y las libertades.
Se preguntan, ahora, de dónde han salido esos locos y la respuesta, antes de que les recordemos aquello de “cría cuervos”, es meternos el miedo en el cuerpo y mantenernos controlados, temerosos y calladitos. El mejor remedio contra el terrorismo, dicen los gobernantes, es que seamos obedientes y aceptemos que recorten nuestros derechos. Un remedio que, curiosamente, vale para todo. Incluso para evitar que pidamos cuentas y protestemos por las mentiras, los errores y los chanchullos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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