Como siempre creí que la diferencia entre un genio y el común de los mortales era la habilidad para darse cuenta de algo excepcional que ocurre por casualidad y aprovecharlo para inventar y estudiar cosas nuevas, llevo unos días que no paro de darles vueltas a qué pudo ser lo impulsó a los científicos a considerar que el cerdo es el animal más adecuado para desarrollar órganos humanos en su interior. Me gustaría saber que pasó para qué alguien cayera en la cuenta de que el interior de los cerdos se parece tanto al de los humanos que hay órganos que pueden cumplir su función, indistintamente, en unos y otros.
Lo de atribuir esta práctica a la casualidad fue porque descarto que un científico, o cualquiera en su sano juicio, pudiera pensar, de motu propio, que nuestro interior es intercambiable con el de los cerdos. Tuvo que ser, pienso yo, una de esas casualidades de las que tanto provecho ha sacado la ciencia. Algo parecido a lo que ocurrió cuando Pfizer trabajaba en un fármaco para tratar la angina de pecho y descubrió que el sildenafilo no resultaba como habían previsto, pero provocaba un efecto secundario que hacía que los pacientes tuvieran unas erecciones que no recordaban haber tenido ni a los 18 años, cuando al menor estímulo se les ponía el miembro como una mazorca de maíz transgénico.
Tuvo que ser algo así. Algo que surgió por casualidad: lo mismo que la Viagra, lo de Newton y la manzana, Pasteur y la penicilina o Geim con el celo y el grafeno. No imagino, ni quiero imaginar, que ningún científico pensara en un cerdo como criador y potencial donante de órganos para los humanos.
Son cosas mías, pero confío en que fuera así. No creo que, como dicen en Harvard, los científicos eligieran al cerdo porque genera muchas menos preguntas morales y éticas que otros animales, especialmente los primates, que son quienes más se parecen a nosotros.
Se me ocurrió hablarles del cerdo, como criador y donante de órganos, porque es en lo que andan, ahora, las bioquímicas Charpentier y Doudna, Premio Princesa de Asturias 2015 de Investigación Científica. Ya casi han conseguido borrar el contenido genético porcino para desarrollar órganos humanos en el interior de los cerdos. Están en ello después de que, al parecer, se hayan resuelto los problemas éticos y morales que frenaban la investigación cientifica.
Por lo visto, después de estudiarlo a fondo, los teólogos han resuelto que Dios creó a los animales para ponerlos a disposición del hombre, de modo que sacrificarlos puede estar justificado si se requiere para alcanzar un bien relevante. La otra cuestión que generaba dudas, si el hombre podría perder su identidad divina al introducir en su cuerpo órganos que no son de procedencia humana, también se ha resuelto. Dicen los teólogos que esa identidad reside en el alma, así que no pasa nada porque, al hombre, le trasplanten el páncreas o los riñones de un cerdo.
Los teólogos, cuando quieren, encuentran soluciones. San Antón aparece representado con un cerdo porque los cerdos eran considerados animales impuros y se asociaban con el demonio. Pero, a lo mejor, quien sabe, igual dio la casualidad que los científicos se preguntaron qué hacía el santo con un cerdo a sus pies y de ahí salió la idea de utilizar a los cerdos para fabricar órganos de repuesto. Todo tiene explicación aunque la desconozcamos.
Lo de atribuir esta práctica a la casualidad fue porque descarto que un científico, o cualquiera en su sano juicio, pudiera pensar, de motu propio, que nuestro interior es intercambiable con el de los cerdos. Tuvo que ser, pienso yo, una de esas casualidades de las que tanto provecho ha sacado la ciencia. Algo parecido a lo que ocurrió cuando Pfizer trabajaba en un fármaco para tratar la angina de pecho y descubrió que el sildenafilo no resultaba como habían previsto, pero provocaba un efecto secundario que hacía que los pacientes tuvieran unas erecciones que no recordaban haber tenido ni a los 18 años, cuando al menor estímulo se les ponía el miembro como una mazorca de maíz transgénico.
Tuvo que ser algo así. Algo que surgió por casualidad: lo mismo que la Viagra, lo de Newton y la manzana, Pasteur y la penicilina o Geim con el celo y el grafeno. No imagino, ni quiero imaginar, que ningún científico pensara en un cerdo como criador y potencial donante de órganos para los humanos.
Son cosas mías, pero confío en que fuera así. No creo que, como dicen en Harvard, los científicos eligieran al cerdo porque genera muchas menos preguntas morales y éticas que otros animales, especialmente los primates, que son quienes más se parecen a nosotros.
Se me ocurrió hablarles del cerdo, como criador y donante de órganos, porque es en lo que andan, ahora, las bioquímicas Charpentier y Doudna, Premio Princesa de Asturias 2015 de Investigación Científica. Ya casi han conseguido borrar el contenido genético porcino para desarrollar órganos humanos en el interior de los cerdos. Están en ello después de que, al parecer, se hayan resuelto los problemas éticos y morales que frenaban la investigación cientifica.
Por lo visto, después de estudiarlo a fondo, los teólogos han resuelto que Dios creó a los animales para ponerlos a disposición del hombre, de modo que sacrificarlos puede estar justificado si se requiere para alcanzar un bien relevante. La otra cuestión que generaba dudas, si el hombre podría perder su identidad divina al introducir en su cuerpo órganos que no son de procedencia humana, también se ha resuelto. Dicen los teólogos que esa identidad reside en el alma, así que no pasa nada porque, al hombre, le trasplanten el páncreas o los riñones de un cerdo.
Los teólogos, cuando quieren, encuentran soluciones. San Antón aparece representado con un cerdo porque los cerdos eran considerados animales impuros y se asociaban con el demonio. Pero, a lo mejor, quien sabe, igual dio la casualidad que los científicos se preguntaron qué hacía el santo con un cerdo a sus pies y de ahí salió la idea de utilizar a los cerdos para fabricar órganos de repuesto. Todo tiene explicación aunque la desconozcamos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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