lunes, 6 de julio de 2015

Volver al pueblo

Milio Mariño

Si no fuera que nací en Avilés suspendería lo que pueda haber de vida inteligente en mi cerebro y me iría de vacaciones a un pueblo. Sería como olvidarme de todo y volver a los orígenes pero, como no tengo pueblo, vuelvo a un centro comercial y me desahogo con las rebajas. Qué más quisiera yo que volver a uno de esos pueblos, perdidos en la montaña, en los que las personas y los animales vivían juntos hasta que llegaron las fábricas ofreciendo coches, cuartos de baño con agua corriente y salitas con mueble bar y sillones de eskay. Ya saben lo que pasó: los animales resistieron la tentación, se quedaron en los pueblos y, ahora, viven donde nosotros queremos vivir porque intuimos que solo ahí podemos ser felices. No todos los animales, claro, también los hubo que quisieron humanizarse y emigraron a esas granjas que no se diferencian apenas de los edificios divididos en jaulas que pueblan las ciudades.

Suspender la vida inteligente, un par de meses al año, es lo que recomiendan los psiquiatras para la buena marcha del cerebro. Sobre todo después de un año de sobresaltos y de haber elegido a unos políticos que creíamos capaces de soluciones imaginativas y, a las primeras de cambio, ya están demostrando que pierden el culo por un Smartphone o un teléfono chulo. Menos mal que rectificaron a tiempo. De todas maneras, a pesar de ese y otros deslices, sigo teniendo fe en que los nuevos políticos aportarán soluciones imaginativas que no serán, por ejemplo, que los coches lleven tres ruedas.

Ríanse lo que quieran, pero supongo que estarán de acuerdo en que los coches venían, de fábrica, con cinco ruedas hermosas y, por una solución imaginativa, ahora vienen con cuatro y otra, la de repuesto, que parece una galleta. Dicen que cumple las exigencias mínimas de seguridad pero lo cierto es que si usted pincha, y tiene que recurrir a esa rueda, es como si saliera a la calle con un zapato y una zapatilla.

Los nuevos políticos presumen de qué han vuelto, como quería volver yo, al pueblo. Una palabra que lo mismo sirve para una entidad de población alejada de la urbe que para definir una clase social, la plebe, que ya existía en tiempo de los romanos, cuando el Senado estaba formado por Patricios y Plebeyos. Que viene a ser, más o menos, como Populares y Podemos.

Al pueblo, podemos volver para desconectar de la vida inteligente y divertirnos, para buscarnos la vida, ante la falta de oportunidades, o para hacer una nueva política, que es lo que está en boca de todos. Aunque claro, no es igual volver de veraneo que volver para quedarse.

Algunos, como es mi caso, somos pueblo pero no tenemos pueblo al que volver para reencontrarnos con nuestros orígenes, desconectar de la vida inteligente y pasar dos meses viviendo como las cabras. Así que haré lo que pueda. Intentaré, en lo que queda de verano, escribir de cosas amenas y no seguir dándoles la vara con las dos opciones que hay sobre la mesa: La solución rueda de repuesto, tipo galleta, que cuando uno pincha, y la necesita, se acuerda de la madre que parió al que tuvo la idea. Y la otra, la de quienes no tienen bastante con quitarnos la rueda y proponen que llevemos un kit de auto reparación de pinchazos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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