Milio Mariño
Si no fuera que en las ciudades desaparecieron los cines y lo más parecido a un cine está en los Centros Comerciales y es como subirse a un autobús lleno de adolescentes, les recomendaría que una de estas tardes fueran al cine y vieran alguna de aquellas películas en las que un preso conseguía fugarse cavando un túnel con el mango de un cepillo de dientes o una cucharilla afilada. Pero, ni hay cines como aquellos que imponían tanto respeto que guardábamos un silencio casi religioso, ni las pocas fugas que, ahora, se dan en las cárceles merecen ser de película. La prueba la tienen en como dicen que se fugó Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo.
La fuga del Chapo me trajo el recuerdo de aquellas películas en las que un preso intentaba fugarse y todos estábamos de su parte. Todos queríamos que acabara fugándose. Pasábamos hora y media, en vilo, deseando que lo consiguiera. Piensen, por un momento, en “La gran evasión”, “La leyenda del indomable”, “Cadena perpetua” o “La Fuga de Alcatraz”, películas que vimos y volvemos a disfrutar viéndolas de nuevo aunque la incertidumbre del desenlace esté amortizada.
De aquella cultura, de lo que nos enseñó Hollywood, vino que siempre estuviéramos a favor del preso y en contra de la autoridad competente. También es verdad que nos lo ponían fácil, pues todos los que conseguían fugarse habían sido condenados de forma injusta o desproporcionada y además eran víctimas del despotismo y la crueldad de los carceleros y los Alcaides.
Por lo que pude leer estos días pasados, Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, reunía, en principio, las condiciones imprescindibles para convertirse en un héroe carcelario de aquellos que tanto nos gustaban. El Chapo nació en el seno de una familia pobre y en un barrio marginal, no logró pasar de sexto de primaria, su estatura es 1,55 metros, de ahí su apodo, y a pesar de los inconvenientes citados consiguió triunfar y hacerse millonario. Lo siguiente, que metan en la cárcel a un hombre, casi enano, que ha llegado tan alto y no pertenece a la élite sino al ambiente barriobajero, casi puede considerarse normal. Se cumplía, por así decirlo, con el guión previsto. Incluida su reclusión en El Altiplano, una cárcel de máxima seguridad de la que, decían, era imposible escapar.
La historia empieza a torcerse cuando, una vez en la cárcel, El Chapo no es maltratado por los funcionarios, ni tiene que limpiar letrinas, picar piedra o alquitranar el camino que lleva hasta el chalet del Alcaide. Lo alojan en una celda con baño, lo rebajan de servicio y hasta le permiten tener un móvil. Condiciones que no justifican que planee fugarse y menos que se fugue cómo lo hizo. Escapando en moto por un túnel de 1.500 metros que ni siquiera se molestó en cavar con sus manos sino que tuvo la desfachatez de subcontratarlo a una compañía que movió 3.250 toneladas de tierra y utilizó camiones y maquinaria como cualquier empresa de subcontratas que se dedica a construir túneles para el AVE.
Algunos periodistas han llegado a denunciar incluso, como una anomalía más, que las obras del túnel, valoradas en millón y medio de pesos, se realizaran sin licencia. Pues solo faltaba… Así que ya les digo: ni los cines son lo que eran ni las fugas merecen ser de película.
Si no fuera que en las ciudades desaparecieron los cines y lo más parecido a un cine está en los Centros Comerciales y es como subirse a un autobús lleno de adolescentes, les recomendaría que una de estas tardes fueran al cine y vieran alguna de aquellas películas en las que un preso conseguía fugarse cavando un túnel con el mango de un cepillo de dientes o una cucharilla afilada. Pero, ni hay cines como aquellos que imponían tanto respeto que guardábamos un silencio casi religioso, ni las pocas fugas que, ahora, se dan en las cárceles merecen ser de película. La prueba la tienen en como dicen que se fugó Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo.
La fuga del Chapo me trajo el recuerdo de aquellas películas en las que un preso intentaba fugarse y todos estábamos de su parte. Todos queríamos que acabara fugándose. Pasábamos hora y media, en vilo, deseando que lo consiguiera. Piensen, por un momento, en “La gran evasión”, “La leyenda del indomable”, “Cadena perpetua” o “La Fuga de Alcatraz”, películas que vimos y volvemos a disfrutar viéndolas de nuevo aunque la incertidumbre del desenlace esté amortizada.
De aquella cultura, de lo que nos enseñó Hollywood, vino que siempre estuviéramos a favor del preso y en contra de la autoridad competente. También es verdad que nos lo ponían fácil, pues todos los que conseguían fugarse habían sido condenados de forma injusta o desproporcionada y además eran víctimas del despotismo y la crueldad de los carceleros y los Alcaides.
Por lo que pude leer estos días pasados, Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, reunía, en principio, las condiciones imprescindibles para convertirse en un héroe carcelario de aquellos que tanto nos gustaban. El Chapo nació en el seno de una familia pobre y en un barrio marginal, no logró pasar de sexto de primaria, su estatura es 1,55 metros, de ahí su apodo, y a pesar de los inconvenientes citados consiguió triunfar y hacerse millonario. Lo siguiente, que metan en la cárcel a un hombre, casi enano, que ha llegado tan alto y no pertenece a la élite sino al ambiente barriobajero, casi puede considerarse normal. Se cumplía, por así decirlo, con el guión previsto. Incluida su reclusión en El Altiplano, una cárcel de máxima seguridad de la que, decían, era imposible escapar.
La historia empieza a torcerse cuando, una vez en la cárcel, El Chapo no es maltratado por los funcionarios, ni tiene que limpiar letrinas, picar piedra o alquitranar el camino que lleva hasta el chalet del Alcaide. Lo alojan en una celda con baño, lo rebajan de servicio y hasta le permiten tener un móvil. Condiciones que no justifican que planee fugarse y menos que se fugue cómo lo hizo. Escapando en moto por un túnel de 1.500 metros que ni siquiera se molestó en cavar con sus manos sino que tuvo la desfachatez de subcontratarlo a una compañía que movió 3.250 toneladas de tierra y utilizó camiones y maquinaria como cualquier empresa de subcontratas que se dedica a construir túneles para el AVE.
Algunos periodistas han llegado a denunciar incluso, como una anomalía más, que las obras del túnel, valoradas en millón y medio de pesos, se realizaran sin licencia. Pues solo faltaba… Así que ya les digo: ni los cines son lo que eran ni las fugas merecen ser de película.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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