lunes, 18 de marzo de 2019

Diputados de profesión

Milio Mariño

Viendo las peleas que hay en los partidos para conseguir un puesto de cara a las próximas elecciones, dije date: esto de diputado me huele a chollo. Y se me ocurrió hacer un repaso sobre las condiciones de lo que para algunos es profesión.

Empecé por lo más sencillo, por ver cuál es la jornada de trabajo y si están sometidos a algún tipo de control en cuanto a su cumplimiento. La respuesta es que no, que los diputados no tienen que fichar ni se controla su asistencia. En teoría, solo se les exige estar en el momento de las votaciones, no se les sanciona si no están en los debates. Los partidos, lo único que sancionan es si un diputado se salta la disciplina de voto y no vota con su grupo. Pero, por lo que se refiere a la asistencia, no hay nada establecido. Y eso, a pesar de que no están sometidos a una jornada y un calendario demasiado exigentes. Trabajan tres días a la semana: martes, miércoles y jueves. Aunque no todo el año, claro. En Semana Santa tienen 18 días de vacaciones, 52 en Navidad y 70 en el verano. Vaya en su descargo que en la mayoría de los países de la Unión Europea están parecido, pocos pueden presumir de “hacer trabajar” a sus diputados más de 140 días al año.

Otra cosa que decidí comprobar fue en qué condiciones desarrollan su trabajo. Pues bien, además del escaño, cada diputado dispone de un despacho y de unos asesores que se asignan en proporción al tamaño de cada grupo. También tienen a su disposición el bar del Congreso. Un detalle curioso porque no sé si alguien conocerá algún lugar de trabajo en el que esté permitido beber alcohol. Yo solo conozco ese, donde se puede beber de todo y, además, está subvencionado. En el Presupuesto de 2018, aprobado en el mes de junio, se contempla una subvención, para el bar del Congreso, de 1.617.000 euros.

Sin entrar a valorar que se subvencionen, con más de un millón y medio de euros, las copas de sus señorías, resulta, cuando menos, chocante que tengamos prohibido conducir un coche si tomamos un par de cervezas y en cambio los diputados puedan votar leyes que afectan a la vida de las personas, aunque se hayan inflado a beber gin tonic.

En lo dicho, y en otras cosas, no parece que exista ningún control para vigilar el buen hacer de nuestros diputados. Que no dudo que los habrá que cumplan y trabajen hasta el límite de sus fuerzas, pero han sido demasiados ejemplos los que han servido para configurar una opinión, muy extendida, de que tenemos una clase política alejada del ciudadano, que no se merece lo que gana ni lo que representa.

Los propios diputados tampoco es que hayan hecho mucho por cambiar esa idea. Son de ideologías distintas, pero suelen ponerse de acuerdo cuando toca aprobar lo que parecen prebendas a cargo del contribuyente. Además de los sueldos, ahí están las dietas, los viajes, las ayudas de vivienda, los 300 euros al mes para taxis, el móvil, el iPad y la línea ADSL gratis, un plan de pensiones que, de momento, está congelado… Y, la ventaja de que pueden compatibilizar su escaño con algún trabajo o actividad privada.

Tal vez, ahora, se entienda por qué luchan tanto por ser diputados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 11 de marzo de 2019

Impuestos imposibles

Milio Mariño

Decía Benjamín Franklin que en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos. Unos impuestos que reconocemos necesarios, pero que no por ello los pagamos con gusto. De todas maneras, hay impuestos que duelen, pero se pagan sin que el dolor sea muy fuerte, mientras que otros nos dejan una sensación de injusticia que hace que nos sintamos víctimas de un timo o un robo legalizado. O peor aún, que nos sintamos tan insignificantes que pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana y ponernos una tasa hasta por el aire que respiramos. Cosa que no deberíamos descartar pues en la vecina Portugal acaban de inventar un nuevo impuesto, llamado del sol, por el que aumentan el valor catastral de los pisos más soleados y sus propietarios tienen que pagar un IBI más caro.

No le den vueltas tratando de razonar y encontrarle sentido porque no lo tiene. El sentido es que los Gobiernos, abrumados por un déficit cada vez mayor, no ven otra salida que subir los impuestos. Pero claro, como saben que eso irrita y cabrea a la gente han cambiado de táctica. Los impuestos que tenemos no los tocan, lo que hacen es crear nuevos impuestos. Crear otra fuente de conflictos porque, como ya pagamos por tantas cosas, encontrar un impuesto nuevo, que no parezca un disparate, requiere una imaginación portentosa que supera la que puedan tener los políticos y los funcionarios de la Agencia Tributaria.

Antes hablaba del “impuesto del sol”, en Portugal, pero lo que hemos leído que llega desde Bruselas es para nota. La Unión Europea está planteándose gravar a los ganaderos con un impuesto especial por las flatulencias de las vacas. Dicen que estos animales son los responsables del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera y que eso hay que atajarlo. Me parece bien. Pero no sé yo si habrá quien se crea que, por ponerles un impuesto a los ganaderos, las vacas van a tomar conciencia y reducir sus emisiones diarias de pedos.

Entonces: ¿Con que fin ponen el impuesto? El impuesto lo ponen para recaudar más dinero. No hay otra. La escusa es tan absurda que podrían haberse estrujado un poco más la cabeza antes de venir con eso de que los ganaderos paguen por los pedos de sus vacas. Podrían, no sé, proponer un impuesto por dormir la siesta o cobrarnos cada vez que pasemos por un semáforo en verde. No pretendo dar ideas, pero si lo que digo les parece descabellado ahí está la propuesta del economista nipón Takuro Morinaga, quien sugiere que los hombres más guapos y solteros deberían pagar el doble de impuestos que los menos agraciados. De este modo, asegura, se podría acabar con los problemas de descenso de natalidad que sufre Japón, cuyo gobierno está considerando la idea.

Como ven, la invención de nuevos impuestos está en marcha, solo cabe esperar que sean más creativos y menos absurdos. Hasta ahora se les ha ocurrido poner un impuesto a los pisos soleados, gravar a los ganaderos por los pedos de sus vacas y cobrar a los guapos que estén solteros y no tengan hijos. Es el comienzo. Nadie sabe hasta dónde pueden llegar. Como ejemplo, apunten otro impuesto curioso. En Maryland, EE.UU, los ciudadanos pagan treinta dólares al año por cada inodoro que tengan en casa.

MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de marzo de 2019

Mentir de verdad

Milio Mariño

Casi nadie se sorprendió cuando Pablo Casado comenzó su discurso diciendo: Por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas. Solo un señor bajito, que estaba en primera fila, puso cara de escéptico. Pero Casado no se dio por aludido. Hizo una pausa, bebió un trago de agua y siguió contando su historia. Me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas, empecé a tirarle piedras y caían avellanas.

Puestos a contar mentiras, los políticos son los mejores contadores de cuentos del mundo. Hay quien dice que tienen poca gracia y no hacen reír a nadie, pero con las mentiras de los políticos pasa como con los chistes malos, que la gente no se ríe hasta que los ha oído un montón de veces. Y tiene su lógica. Hay mentiras tan absurdas que cuando uno las recuerda tiene que reírse a la fuerza.

Hice referencia a una canción infantil, que puse en boca de Casado, porque el festival de mentiras acaba de empezar y no se imaginan la que nos espera. Tenemos ante nosotros tres meses de convocatorias electorales y otro mes, por lo menos, con el lio de las alianzas y la formación de gobiernos. Gobiernos locales, autonómicos y el central, que ahí es nada. Un verdadero empacho que coincide, además, con el juicio del Procés. De modo que, como mínimo, estaremos hasta el verano, acosados por noticias, declaraciones y desmentidos de todo tipo.

Dirán que viene a ser lo de siempre juntado en apenas tres meses. Lo sé, pero uno, al hacerse viejo, va volviéndose menos creyente y todo le suena a cuento. Todo le parecen mentiras por más que vivamos en la era de la información y estemos al tanto de lo que sucede en el mundo casi de forma inmediata.

Nunca, como ahora, tuvimos acceso a tantas noticias y, sin embargo, cuanta más información nos llega más nos convertimos en manipulables. Las cosas han llegado a un punto que vemos cualquier noticia y ya no sabemos si es verdadera o falsa. Pero, ¿acaso importa? Lo digo porque hay gente que, aun sabiendo que la noticia es falsa, actúa como si las mentiras fueran verdades. Como si la realidad fuera otra, pero no porque haya sucumbido a la mentira política, sino simplemente porque le interesa.

Buscando explicación a esto que les digo me encontré con un ensayo sobre “El arte de la mentira política”. Un ensayo, del escritor Jonathan Swift, en el que el autor se pregunta si es conveniente mentir y engañar al pueblo por su propio bien. La conclusión es que sí. Que al pueblo hay que engañarlo porque es crédulo y la mentira forma parte de su elemento natural, de modo que debe ser gobernado no diciéndole la verdad. Mintiéndole con elegancia, no con la torpeza con la que suelen hacerlo algunos políticos, que además de mentir mal acaban creyéndose sus propias mentiras, lo cual supone privarlas de su inicial bondad.

También se dice, en el ensayo, que el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras. Y, para mí que es cierto. Si el político dice la verdad y esta no le gusta a quien le escucha prefiere que cambie su discurso y le dé esperanzas, aunque tenga que mentir. En eso, los dos están de acuerdo. Uno porque oye lo que quería oír y el otro porque confía en que le acabará votando.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 25 de febrero de 2019

Más perros y menos niños

Milio Mariño

Hace un par de meses, una diputada de Ciudadanos, Melisa Rodríguez, sufrió un pequeño lapsus, cuando respondía a una pregunta sobre feminismo, y dijo que creía en la igualdad y que por ello su partido presentaba un proyecto de ley para que los perros fueran considerados personas. El proyecto de ley, que fue aprobado por unanimidad, no recogía exactamente eso, si no que los animales dejaran de ser cosas y pasaran a ser reconocidos como seres vivos dotados de sensibilidad. Algo que parece muy razonable y no invalida el lapsus de la diputada pues solo hay que ver la cantidad de gente que a día de hoy considera que su perro es un miembro más de la familia. Sobre todo, las nuevas generaciones que, por lo visto, están prefiriendo tener un perro en vez de tener un hijo. Las estadísticas así lo confirman, ofrecen cifras que certifican que esa realidad se está imponiendo no por ahí afuera, en Europa o Estados Unidos, sino aquí mismo.

Plantear el problema en términos de uno u otro, mascota o niño, tal vez parezca muy fuerte, pero los perros se están convirtiendo en los nuevos hijos. Un dato revelador es qué en Asturias, según el Registro de Identificación de Animales del Principado, hay censados nada menos que 163.627 perros. Cifra que, si la comparamos con el último recuento del Instituto Nacional de Estadística, referida a personas, supone que el número de perros supera, en 13.000, al de asturianos menores de veinte años, que solo llegan a 150.674, entre jóvenes y niños.

Hay quien resta importancia a estos números y sostiene que no es cierto que los jóvenes estén supliendo tener un hijo por tener un perro. El argumento es que se trata de dos fenómenos completamente distintos y que la clave está en que se ha producido un cambio en el paradigma de la familia tradicional. Un cambio que corrobora lo que decimos. Hoy la familia: una pareja, dos ingresos, sin hijos y con un perro, significa más recursos, más tiempo para el ocio y menos complicaciones. Todo ventajas.

Tener hijos es una decisión no una necesidad. No se tienen porque deban tenerse sino porque así se quiere. Y ahora es evidente que no se quiere, o se quiere muy poco porque las parejas han llegado a la conclusión de que los niños suponen mucha responsabilidad, un gasto considerable y además son pesados, egoístas y caprichosos. Todo lo contrario de lo que nos gustaría que fueran y son los perros: obedientes, respetuosos, poseedores de hábitos fijos y agradecidos de su amo. Agradecidos hasta el punto de que tienen un alto sentido del ridículo y, para mí, que contienen la risa cuando los humanos les hablan y se portan con ellos como si, realmente, fueran sus hijos.

El modelo familiar es otro. Y eso lo han captado muy bien los establecimientos comerciales, que se declaran amigos de los perros, al tiempo que ponen coto a los niños. Cada vez hay menos carteles de “prohibido animales” y, en cambio, van en aumento los que prohíben o limitan la entrada de niños. Esa es la realidad por más que busquemos excusas para no aceptarla. Solo hay que salir a la calle para ver que tenemos el doble de probabilidades de cruzarnos con alguien que pasea un perro que con unos padres que llevan de la mano a un niño.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de febrero de 2019

Los insultos arruinan la política

Milio Mariño

Sé que es fácil recurrir a la nostalgia, pero, tal como están las cosas, pienso que merece la pena echar la vista atrás y recordar aquellos tiempos en los que nuestros políticos alcanzaban acuerdos sustancialmente más difíciles y en condiciones mucho más precarias de las que pueden darse ahora. Por eso que no pude resistir la tentación de comparar aquella época con esta y preguntarme si, con los líderes actuales, la Transición hubiera sido posible.

Creo, sinceramente, que no. Y lo creo porque de un tiempo a esta parte, y más en los últimos días, ha quedado de manifiesto que la buena educación no está entre los valores de algunos políticos. El comportamiento grosero, el uso prolijo del insulto y la agresividad son cada vez más comunes en las declaraciones y los discursos. Para muestra, ahí tenemos al líder del PP, Pablo Casado, que en una sola rueda de prensa se despachó con nada menos que veintiún insultos contra Pedro Sánchez. Una forma de comportarse que no parece la más adecuada en una persona que aspira a ser presidente del Gobierno.

Pero es lo que hay. El tremendismo, la exageración verbal y la crispación con la que Casado y Rivera se expresan en cada una de sus intervenciones públicas demuestran su incapacidad para el debate sensato y desplazan el juego de la política hacia un terreno de confrontación en el que predomina la intolerancia y la falta de respeto por todo lo que no sean sus propias ideas. Y así, ni se resuelven los problemas, ni el país puede avanzar ni vamos a ningún lado. La oratoria barata, el insulto y la demagogia, lo único que consiguen son reacciones viscerales y negativas, precisamente las menos deseables y las que menos nos convienen en un momento crucial como el que atraviesa España.

Cabría preguntarse, entonces, qué está pasando. Como es que algunos políticos, en lugar de propiciar un ambiente de respeto, están alimentando la dinámica del insulto, la afrenta y la descalificación de todos los que no sean de su misma cuerda.

Ellos sabrán por qué lo hacen, pero a lo mejor es que piensan que los discursos incendiarios, y las palabras cargadas de odio, son rentables desde el punto de vista electoral y ayudan a ganar elecciones. Si fuera eso, una gran mayoría de españoles quedaríamos en muy mal lugar, pero solo así se explica que cuando creíamos superado el síndrome de las dos Españas, algunos hayan vuelto con algo tan trasnochado como los rojos y los azules. Con un planteamiento que parece de revancha, más que de mirar al futuro. Algo que mientras a unos nos provoca una tremenda tristeza a otros parece que les divierte y se apresuran a quitarle importancia con la disculpa de que es el juego de siempre y que, si llegan a gobernar, se impondrá el pragmatismo y no harán lo que dijeron en campaña.

No me parece que estemos para esos juegos. Lo hagan o no lo hagan, esa forma de entender la política, eso de inventarse un enemigo y culparlo de todos los males, dinamita algo tan imprescindible como el ejercicio de la democracia, pues parte de la premisa de que llegar al consenso sería un fracaso.

Dirán que soy pesimista, pero son tantas las mentiras, las descalificaciones y los insultos que nunca lo vi tan negro. Creo que estamos peor que hace cuarenta años.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de febrero de 2019

El paro en enero

Milio Mariño

Poco importa que enero sea un mes en el que siempre sube el paro. Nada más conocerse que 83.364 personas habían perdido su empleo, tras el fin de la campaña navideña, ya hubo quien aprovechó el dato para echarle la culpa a la subida del salario mínimo a 900 euros. Una consecuencia que nos llevaría suponer que si los sueldos fueran de 100 euros tendríamos pleno empleo. Es decir, que el problema no sería que haya más o menos trabajo, sino que el empleo depende de hasta dónde se permita el abuso.

Suena a disparate, pero es lo que dice y repite el Banco de España. Hace poco pidió que no se subieran los salarios porque repercutiría en el empleo. Ahora lo que no sabemos es si el director de dicho organismo incluye su propio salario, que asciende a 194.148 euros. Seguro que no lo incluye porque las ocurrencias de estos gerifaltes, del Banco de España, el FMI y otros por el estilo, son siempre del mismo signo. Siempre van dirigidas a los trabajadores, los pensionistas y quienes cobran el salario mínimo.

Al parecer no se contempla ninguna otra medida. Así es que cuando oigo que empiezan con la cantinela de que aquí lo que hace falta es reducir el gasto, bajar los salarios y abordar soluciones imaginativas, se me ocurre que, dentro de nada, los coches vendrán de fábrica con, solo, tres ruedas. Ríanse si quieren, pero apuesto a que no han olvidado que los coches venían con cinco ruedas hermosas y por una solución de ahorro, de esas que discurren los que están al mando, dejaron la de repuesto como un fideo, consiguieron que la autoridad la diera de paso, y hace unos cuantos años qué si uno tiene la mala suerte de pinchar con el coche, acaba circulando por la autopista como si saliera a la calle con un zapato y una zapatilla.

Las soluciones que proponen para nosotros suelen ser parecidas. Nunca oímos nada nuevo. Las propuestas para mejorar la economía parecen hechas con un cinco por ciento de imaginación y un noventa y cinco de recetas antiguas, adornadas por cuatro expertos que las visten de modernidad para convencernos de que es lo mejor. Pero vuelven a lo de siempre: bajar los salarios, recortar las pensiones y reducir el gasto público. De ahí que nada más conocerse el dato de enero, hayan vuelto a cargar contra la subida del salario mínimo, ocultando que apenas hay relación entre dicho salario y la tasa de paro, pues hay países con salarios mínimos inexistentes que sufren tasas de desempleo muy altas, y países con salarios mínimos elevados cuya tasa de paro es muy inferior a la nuestra. Lo cual demuestra que la relación directa entre ambas variables es falsa.

La tasa de paro depende de muchos factores y el salario mínimo es de los menos importantes. Pero da lo mismo, seguiremos oyendo que el paro que tengamos, el que sea, será por haber subido el salario mínimo. No les importa si realmente se puede vivir con 7oo euros. Ellos van a lo suyo y que cada cual se arregle como pueda. Viene a ser lo que decíamos de la rueda de repuesto. Ya no se conforman con aquella rueda fideo, ahora los coches ni siquiera la llevan. Llevan un kit de auto reparación para que usted arregle el pinchazo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de febrero de 2019

La utopía del pozo

Milio Mariño

Ahora que los telediarios ya no abren con las imágenes de Totalán y la pena se va desvaneciendo como esas ilusiones que nunca pudimos lograr, se me ocurre que en el rescate del niño Julen afloraron algunas de las mejores pulsiones de esta sociedad tan desconectada de lo humano y tan apegada a todo lo material y al dinero. No sé quién estuvo al frente, ni quien tomó la decisión de recuperar al niño, costara lo que costara, aun sabiendo que rescatarlo con vida era más que improbable, cuando no imposible, pero celebro ese empeño porque de haber incorporado a la operación la metodología que se emplea para todo, la del coste-beneficio, no se habría hecho. Se hizo porque, aunque fuera por una vez, acabaron imponiéndose los valores elementales de la dignidad humana frente a cualquier otra consideración. Algo a tener muy en cuenta, pues no reparar en gastos ni en esfuerzos, en estos tiempos que corren, supone un punto de locura que nos recuerda a quienes persiguen la denostada utopía. Es decir, al empeño de un ingenuo que no tiene los pies en la tierra y confunde el deseo con la realidad.

Lo pensé varias veces durante aquellos interminables días. No sabía qué podía estar ocurriendo, pero tenía claro que al frente del operativo de rescate debía estar algún loco que contagiaba su locura a todos los demás. Llegué a esa conclusión porque sí se hubiera actuado de forma pragmática y realista, que es como recomiendan abordarlo todo, el rescate no se hubiera producido. Así es que, como ya dije, celebro la locura de esa inversión millonaria que apostó por la dignidad humana como único objetivo. Ya se que, en este caso, es muy probable que nadie se atreviera a cuestionar que el dinero no estuvo bien empleado, pero, en la práctica, resulta que todos los días y a todas horas, estamos viendo cómo se niega el rescate a quienes solo con darles la mano estarían a salvo de morir ahogados.

Por eso insisto en el tema, porque está bien que celebremos lo buenos y solidarios que somos y que, incluso, digamos con orgullo que nos sentimos mejores después de todo lo que se hizo, aunque no fuera posible rescatar al niño con vida. También presumimos de unos servicios públicos que lo han dado todo sin regatear esfuerzos. Servicios que nadie se acordaba de ellos y han visto reducida su capacidad operativa por los recortes de la crisis. Es lo de siempre, a la hora de distribuir el presupuesto se considera que los servicios públicos resultan muy caros y la consecuencia es que no se invierte en medios y las plantillas se limitan al máximo. Pasa lo mismo con la Brigada de Salvamento Minero, que no es un servicio público, pero casi parece un lujo y más ahora que han cerrado las minas.

Estos días todo son alabanzas. Lo malo que, de aquí a nada, volverán a olvidarse de los que no regatearon esfuerzos y solo se acordarán de ellos cuando tengan que hacer nuevos recortes. Así es que tuvimos suerte de que en Totalán se juntaran unos cuantos idealistas utópicos que pusieron por delante la dignidad humana. Una dignidad que sigue siendo violada mil veces cada día, en un mundo que, con una mano, nos anima a ser solidarios y, con la otra, nos da un manotazo cuando lo intentamos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España