lunes, 29 de octubre de 2018

El dinero reparte justicia

Milio Mariño

Como un aviso para distraídos, de vez en cuando llevamos un palo que nos espabila devolviéndonos la sospecha de lo que no queremos aceptar porque supone caer con todo el equipo y decir adiós a nuestros principios. Es duro que nos recuerden que la democracia está tutelada por el dinero y que los derechos y libertades y hasta la propia justicia dependen de cómo le vaya en la feria al interés económico. Es duro porque conlleva la certeza de qué quien manda no es la mayoría que elige el pueblo sino la ínfima minoría con más dinero. Así es que uno llega a la desolación de que las decisiones no las toman, precisamente, los elegidos con nuestros votos. Las toman los poderosos.

La realidad es así de dura por más que la disfracemos y haya verdades ante las que preferimos cerrar los ojos. Acaba de suceder, de nuevo, con dos casos que están en el candelero. Con lo de Arabia Saudí y con la famosa sentencia de las hipotecas. En los dos casos manda el dinero.

Una prueba que avala lo que decimos es la postura del Gobierno, primero con la venta de armas a Arabia Saudí y ahora con el asesinato de Jamal Khashoggi. Margarita Robles, la ministra de Defensa que precisamente fue desautorizada después de intentar cortar la venta de armas, dijo que el Gobierno no podía permanecer impasible ante una violación de los derechos humanos. Pero el Gobierno se ha tentado la ropa y aunque dice estar consternado por la muerte del periodista saudí, ha evitado sumarse a la línea más crítica y mantiene la venta de armas. Están en juego 6.000 puestos de trabajo en la bahía de Cádiz y si tiene que elegir entre defender los empleos o los derechos humanos es evidente que apuesta por la economía antes que por un ideal de justicia.

Con la sentencia de las hipotecas está pasando otro tanto. El Tribunal Supremo dictó una sentencia en la que son las entidades bancarias quienes deben pagar el impuesto sobre los actos jurídicos documentados en la firma de una hipoteca. Seguro que, en aplicación de la ley, era lo que procedía. Pero, tras conocerse el fallo, los bancos llegaron a perder, en capitalización bursátil, cerca de 5.500 millones de euros en una sola jornada. Y al Supremo le temblaron las piernas. Dos días después publicó una nota en la que decía que habida cuenta de la enorme repercusión económica y social, convocaba un pleno para confirmar, o anular, la citada sentencia. Lo de la repercusión social debe tratarse de una broma. Socialmente, la sentencia es positiva pues ocho millones de personas ya se estaban frotando las manos pensando en que iban a cobrar en torno a mil euros por cabeza. De modo que lo que hizo temblar al Supremo no fue el clamor de la gente ante una sentencia injusta, fue la repercusión económica. Fueron las pérdidas de los bancos las que hicieron que sus señorías cambiaran de criterio.

Dirán que no es nuevo, que estos dos casos vienen a corroborar lo que, tal vez, ya sabíamos. Que, a pesar de la democracia, el verdadero poder no lo tiene el pueblo, lo tiene el dinero. Cierto que lo sabíamos o, al menos, lo sospechábamos, pero no me digan que no fastidia, hasta el punto de cabrearnos, que nos lo recuerden con tanto descaro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 12 de octubre de 2018

Güerna que te Güerna

Milio Mariño

El mi lio d'esta selmana ye porque volvemos al Güerna que te Güerna. A esi cantar de suprimir los peaxes que ya venimos oyendo dende sabe dios cuando. Cuéstanos un dineral salir d'Asturies. Por carretera lo del Güerna, por avión los billetes a un preciu imposible y en tren los túneles de Payares que paecen los d’aquel chiste… Si, aquellos que s'ufiertaben pa entamar el túnel polos dos llaos y si nun s'atopaben eso que salíamos ganando. Namás nos queda tiranos al mar y nalar hasta Francia.

Vuelvo con esti lio porque la selmana pasada volvieron cola burra al prau los de la Xunta del Principáu. Volvieron aprobar, por unanimidá, una declaración institucional na que piden suprimir el peaxe del Güerna, al empar que refuguen qu'Asturies apurra fondos propios pa bonificalo.

Mialma paez que pidimos como esos probes que se ponen a la puerta de les ilesies. En cuantes qu’oyemos un ruíu perhí embaxo ponemos la mano a ver si cai dalgo. Oyeron que'l gobiernu central empecipió'l rescate de delles autopistes radiales y ehí tamos nós, cola mano espurría y alcordando que'l peaxe del Güerna tendría qu'acabase nel 2020. Asina taba escritu, pero nel segundo gobiernu d'Aznar, l'entós ministru de Fomentu, que yera Álvarez Cascos, aprobó enllargar la xestión de la empresa hasta l'añu 2050. Depués Zapatero prometió, en campaña, rescatar la vía pero nunca llegó a cumplir la promesa, al paecer, pol eleváu costu que suponía.

Y asina siguimos. Pidiendo como probinos lo que, en xusticia, nos pertenez. El peaxe debería acabase nel 2020, eses fueron les condiciones y l'alcuerdu qu'aceptó Aucalsa. D’ehí que paeza del tou irregular qu'un ministru, y pa mayor escarniu asturianu, yos concediere’l regalu d'amplialo na menos que trenta años más. Un regalu que se fixo col nuesu dineru y a saber a cambiu de qué.

Lo más curiosu ye que nun tamos pidiendo que nos dean facilidaes, Lo que pidimos ye que nun nos pongan devenientes. Devenientes a los que quieran salir y a los que quieran venir. Tamos nel sieglu XXI y les comunicaciones siguimos teniéndoles como nel IXX. Dir d'equí a Madrid n'avión cuesta 400 euros. Hai vuelos un pelín más baratos pero son d'esos que tienes que dir nel ala y coles manes en bolsu porque non te dexen llevar nin una maletuca con dos camises y un calzoncíu. N'avión imposible, en tren una eternidá y per carretera a pagar… Esi ye’l panorama. Retrátolo perbien un mensaxe de twitter que se fixo famosu y comparaba Asturies con un Escape Room. Sin vuelos, sin AVE y con estos peaxes… A ver quien ye a salir.

La mio parrafada de los xueves nel Programa Noche tras Noche de la Radio Pública del Principau

lunes, 8 de octubre de 2018

Igualdad empezando por arriba

Milio Mariño

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, tiene razón cuando dice que el tiempo, por sí mismo, no cambia las cosas. Hace falta algo más. Algo que, en la lucha por la igualdad, entre hombres y mujeres, no debe dejarse al albur de los acontecimientos. Estoy de acuerdo, lo que ya me parece más discutible es que avancemos, en igualdad, por el hecho de que se ponga en marcha una ley que hace obligatorias las cuotas de paridad en los consejos de administración de las empresas. Está bien que se intente por arriba pero donde hay que aplicarse a fondo, y tomar medidas, es a pie de calle. Es haciendo lo que haga falta para que, por ejemplo, la brecha salarial, que supone, como mínimo, que las mujeres sigan ganando un 23 % menos que los hombres, desaparezca.

De todas maneras, tampoco es cuestión de quitarle mérito a una proposición de ley que pretende obligar a las empresas a compartir y repartir el poder de decisión entre los hombres y las mujeres. Que los consejos de administración tengan su “cuota rosa”, como dicen los italianos, puede ser positivo en cuanto a la imagen y el mensaje que se traslada. Los gestos también son importantes pero, para que cunda el ejemplo, deberían empezar por lo más alto. No sería lógico que se impusiera la paridad en los Consejos de Administración y que las instituciones siguieran proyectando que las mujeres ejercen un papel secundario.

Digo esto porque hace unos días me encontré con que el Rey, Felipe VI, había establecido las retribuciones de la Familia Real y del personal de La Zarzuela, aplicándoles la misma subida que la prevista para los funcionarios, en este caso el 1,5 por ciento. Una medida que podría ser ejemplar si no fuera que al entrar en detalles se advierte una diferencia que, a mí por lo menos, me ha llamado la atención. Todo parecía correcto hasta que en la asignación de retribuciones a la Familia Real aparece que el Rey percibe 242.769 euros anuales y la Reina 133.530, un 55% menos.

¿Por qué gana más el Rey que la Reina? Ya sé que, a lo mejor, no debería hacerme esta pregunta. En algún sitio leí, alguna vez, que cuánto más estúpida es una persona más se esfuerza por hacerse grandes preguntas. Tal vez sea el caso porque podía haberla resuelto respondiéndome lo que es obvio. El Rey gana más porque para eso es Rey y punto. Aunque bueno, también había otra más simple como esa que alude a qué quien reparte siempre se lleva la mejor parte.

Ocurrencias al margen, la pregunta sigue en pie, esperando respuesta. ¿Por qué esa diferencia? Se dirá, seguramente, que el Rey es el Jefe del Estado y la Reina solo ejerce de consorte. Podría ser pero entonces, si la Reina solo es eso, la mujer del Rey, por qué ponerle un sueldo. Si no tiene ninguna función no debería cobrar nada. Pero resulta que sí la tiene, es la Reina y, como tal, ejerce un papel protagonista en los actos institucionales. Por eso, ya que hablamos de gestos, y de obligar a las empresas a compartir y repartir el poder de decisión entre los hombres y las mujeres, no me digan que no sería bonito, y un ejemplo de los buenos, que el Rey y la Reina cobraran el mismo sueldo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de octubre de 2018

Apesta a cloacas

Milio Mariño

Hace ya muchos años, a un amigo mío lo nombraron Director General de la Policía. Era un tipo estupendo, una excelente persona que no merecía aquel cargo. Lo aceptó sin saber dónde se metía y, poco después, como no tenía con quien desahogarse lo intentaba conmigo. Había cosas que le abrumaban pero yo le cortaba en seco. No me cuentes nada. Prefiero no saber las intrigas ni qué se cuece en las cloacas.

Allí se cocía de todo y, por supuesto, estaban al tanto de otros cocidos que determinados intereses ponían sobre la mesa para alimento de causas inconfesables. Cocidos que el resto de los mortales desconocíamos y venían a demostrar que el Estado y ciertos poderes fácticos no solo trabajan a plena luz del día, en cómodos despachos y con una estupenda y amable sonrisa, sino que también lo hacen a obscuras y sirviéndose de lo que haga falta para llevar a cabo extorsiones y actos extralegales, que si los conociéramos nos llevaríamos las manos a la cabeza.

Aquel amigo, que ahora tiene 64 años y todavía sigue en política, ocupando un alto cargo en un ministerio, reconocía tiempo después lo acertado de mí postura. Hay cosas que es mejor no saberlas. Cosas que uno sospecha y que si se confirmarán harían que perdiéramos la poca ilusión que nos queda.

Mi sospecha, en este otoño que empieza, es que las fuerzas obscuras han vuelto y cuentan con la inestimable ayuda de quienes les ríen las gracias y se aprovechan de la basura porque les vale cualquier cosa. La prueba es como disfrutan con cada inmundicia que sale. Se revuelcan en ella y tratan de sacarle rédito. Todo les vale para poner en un brete al gobierno. Calumnias, grabaciones que apestan, cocodrilos en las tertulias y trampas que no dejan ni un metro de tierra firme.

Lo que va saliendo apunta a que la orden de abrir las cloacas debió partir de la cárcel de Estremera, pero también pudo gestarse en alguno de esos despachos que huelen a canela fina. Hay alianzas y coincidencias que no imaginamos ni en sueños. Intereses que son coincidentes y se complementan. De modo que quien aparece en las fotos con una gorra a cuadros, y tapándose la cara con una carpeta, debe tener su culpa, pero tampoco descarto que alguien reuniera a los suyos y dijera con voz ofendida: ¿Qué se ha creído este chico? Qué es eso de un nuevo impuesto a los bancos, subir el Impuesto de Sociedades, que las Sicavs coticen por sus beneficios, penalizar las viviendas vacías, grabar las rentas de más de 150.000 euros anuales… No sabe de qué va la vaina. Habrá que enseñarle quienes son aquí los que mandan. Así es que venga, empezar a moverle la silla. Pero, como siempre… Que parezca un accidente.

Y empezaron a salir cosas. Tampoco es la primera vez. Viene de largo eso de que alguien amenace con tirar de la manta o levantar las alfombras. Una amenaza que no se hace con el propósito de informar a la opinión pública sino como aviso a navegantes. Sobre todo al Gobierno y a los jueces que tienen algo por juzgar entre manos.

Por eso, lo publicado estos días, huele que apesta a chantaje. Un hedor que lo lógico sería que provocara arcadas en las personas que defienden el juego limpio y la democracia.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de septiembre de 2018

Cultura general

Milio Mariño

Al hilo de la que se ha formado con la tesis de Pedro Sánchez y los master de algunos políticos, se me ocurre que quizá deberíamos reflexionar sobre el valor que atribuimos a lo que antes llamábamos cultura general. A todo eso que, en primera instancia, no parece cumplir ninguna función, tener ninguna utilidad, ni servir para nada en concreto. Me refiero a que, desde hace un tiempo, solo se tienen en cuenta determinados saberes que se creen útiles para determinados fines. Si, pongamos por caso, un político, o un alto ejecutivo, sabe de muchas cosas, ha leído muchos libros, entiende de arte, posee un rico y variado vocabulario y es capaz de distinguir a Mozart de Beethoven, eso no se considera mérito ni, por supuesto, lo pondrá en su currículum.

Así están las cosas. Ser, hoy, una persona culta, en la acepción tradicional del término, se considera poco menos que un anacronismo, una inutilidad o una rareza, propia de cuatro ociosos que no tienen nada mejor que hacer en la vida. La mayoría de los políticos, y los altos ejecutivos, dan por hecho que son cultos aunque luego resulte que sus conocimientos solo se circunscriben al ámbito de su actividad profesional. Sacándolos de ahí no saben nada. Por no saber, es muy probable que no sepan, siquiera, que el Pisuerga pasa por Valladolid.

No lo digo como metáfora. El analfabetismo cultural está tan extendido, sobre todo entre la clase política, que luchar contra quienes lo profesan resulta una quimera. Lejos de sentirse avergonzados presumen de su incultura.

Lo curioso es que, no hace tanto, la idea de tener una amplia cultura era muy valorada y apreciada por todos. Lo que se fomentaba era saber del oficio y también un poco de todo. Pero claro, llegó el utilitarismo y pasamos de ser educados en saber poco de mucho a saber mucho de poco. Lo que ahora prima es eso. Es ser un experto en algo y todo lo demás ignorarlo. Eso y el culto al dinero. Con dinero, hay quien entiende que puede comprar lo que quiera: políticos, jueces, catedráticos y hasta un master con orla de metro y medio para colgarlo en la pared del despacho.

Visto lo visto, algo de razón llevan. Sólo hay una cosa que no se puede comprar con dinero: la cultura. Ya puede, quien sea, tener millones a punta pala, que ni con un cheque en blanco consigue pasar de ignorante a culto.

La cultura general, tener una idea amplia del mundo, de su historia, de la filosofía, el arte, la música y de todo lo que pueda enriquecernos, es falso que no sirva para nada útil. Aporta unos valores esenciales y sirve, entre otras cosas, para dar mejores soluciones a los problemas. Pero ahí tienen a nuestros políticos, empeñados en engordar sus currículums con títulos para el escaparate y no para mejorar su cultura.

Es evidente que cada cual puede estudiar lo que quiera y hacer los masters que le dé la gana. La universidad de Girona oferta un master en Equinoterapia. Pues estupendo. Me parece perfecto que alguien lo curse y se haga un experto en actividades con los caballos. Otra cosa es que piense que por tener un master en eso, o, qué se yo, en derecho tributario, los demás vamos a considerar que está mejor preparado para ejercer la política y gobernarnos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de septiembre de 2018

Bombas y Sindicatos

Milio Mariño

Los sindicatos siempre han tenido muy mala fama. Siempre se les ha acusado, y se les acusa, de todo: de provocadores, de antisociales, de estar muy politizados, de querer destruir las empresas y de ser egoístas y defender solo a los que trabajan. Cualquier cosa, venga o no venga a cuento, es aprovechable para criticar su labor y ponerlos en la picota. Y, claro, no podían faltar los que se han aprovechado del lío con las bombas de Arabia para criticar que los sindicatos hayan salido en tromba, anunciando movilizaciones y advirtiendo al Gobierno que no se le ocurra acabar o reducir la venta de armas, se empleen donde se empleen y maten a quien maten.

Así, con la intención de hacer daño, fue como algunos, que mutaron de recalcitrantes belicistas a pacifistas de nuevo cuño, plantearon el problema. La ocasión la pintaban calva para descalificar a los sindicatos, acusándolos de falta de honestidad y de caer en contradicciones flagrantes como sería defender la venta de bombas a un país que vulnera, sistemáticamente, los derechos humanos y está cometiendo espeluznantes crímenes de guerra, que han supuesto más de 15.000 muertos civiles, de los cuales 2.400 son niños.

Ya puestos, la ocasión también ha servido para criticar a la izquierda por su falta de coherencia. Se ha insistido en que los de izquierdas, que suelen presumir de antimilitaristas, en este caso, han plegado velas despachándose con disculpas o declaraciones penosas como las del alcalde de Cádiz, José María González, “Kichi”, que ha resumido su postura diciendo que la alternativa era elegir entre un plato de lentejas, vía corbetas, o el purismo pacifista.

Enfocar el problema poniendo a los trabajadores en el punto de mira es una canallada. Es tergiversar, a propósito, el fondo de la cuestión para cargar la responsabilidad de la venta y la utilización de las armas sobre quienes las fabrican. Y eso es lo que algunos han hecho. Han utilizado el anuncio de movilizaciones en defensa de los puestos de trabajo para atribuir a los trabajadores y a los sindicatos una postura, en favor de la venta de armas, que en ningún caso han adoptado ni se les ha pasado por la cabeza. Los trabajadores, la inmensa mayoría, aborrecen la guerra y todo lo que conlleva un conflicto bélico en cuanto a destrucción y muerte. De modo que no es cierto que hayan abjurado de sus principios. Lo que han hecho ha sido defender su trabajo. Defender la vida y la dignidad de un empleo que les permite ganarse el pan de sus hijos.

Seguro que los de Navantia valoraron que su protesta podía ser interpretada como algunos acabaron interpretándola. Algunos que se vio que disfrutaban metiendo el dedo en la llaga de una contradicción que no existe. No existe porque los que anunciaron movilizaciones es cierto que trabajan fabricando armas y las armas no tienen otro destino que el propio para el que se conciben, que es matar y destruir lo más posible, pero quienes las fabrican de ninguna manera pueden ser culpables del destino final que se dé a esas armas. Trabajan en eso como podían hacerlo fabricando electrodomésticos. Por tanto, atribuirles una postura en favor de que se vendan bombas a Arabia Saudita viene a ser como si les imputaran que son partidarios de que los frigoríficos de alta gama acaben en las casas de los ricos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de septiembre de 2018

Monarquía real

Milio Mariño

Para conmemorar los 1.300 años del origen del Reino de Asturias, el pasado ocho de septiembre, Leonor de Borbón hizo su primera visita oficial y acudió a Covadonga como Princesa y heredera del trono. Una visita que fue contestada por los contrarios a la monarquía, que hicieron varias pintadas, colocaron una gran pancarta en el puente romano de Cangas de Onís y realizaron una marcha, a pie, por la senda que va de Arriondas a Cangas bordeando la carretera.

Al final poca cosa. Poco ruido y pocas nueces. La protesta no pasó de anécdota porque apenas nadie o muy pocos están por la labor de manifestarse en contra de la monarquía. Y eso que la monarquía española, según una encuesta realizada por Ipsos Global hace tres meses, es la que menos apoyos concita de todas las europeas. Más de la mitad de la población, el 52%, se muestra a favor de un referéndum sobre monarquía o república. Y tal vez por eso, por miedo a los resultados, el CIS silencia la opinión de los españoles acerca de la monarquía, pues lleva tres años que no incluye la pregunta en sus cuestionarios. La última vez fue en abril de 2015, con Felipe VI ya en el trono y una valoración de 4,34. Un suspenso que, en cualquier caso, fue mejor nota que las de su predecesor y padre, Juan Carlos I, que en 2013 y 2014 registró las dos peores valoraciones en toda la historia del centro de investigación demoscópica.

Estudios aparte, se me ocurre que las encuestas no contemplan una nueva figura que ha surgido con el paso de los años: el republicano monárquico. Alguien cuya opinión es que no deberíamos tener como Jefe del Estado a un rey hereditario pero que el qué tenemos tampoco es para tanto. Que no lo es porque, a diferencia de las monarquías medievales o absolutas, o las constitucionales del siglo XIX y principios del XX, la actual no tiene poderes legislativos, ni ejecutivos, ni judiciales. No manda. Solo es el símbolo de la unidad del Estado.

La apreciación es correcta, como también lo es que sea cual sea la etiqueta que acompañe a la monarquía, democrática, constitucional o parlamentaria, ésta sigue sustentándose en un pensamiento que asume que existen personas capacitadas para ejercer la jefatura del Estado en función de su sangre o de un destino que nada tiene que ver con las urnas. En este caso con la decisión de un dictador que designó a su sucesor sin ningún derecho ni legitimidad para hacerlo.

Así fue como volvimos a la monarquía. Otra cosa es que debamos reconocer y tener presente que aprobamos una Constitución que prevé como forma de Estado la monarquía parlamentaria. Partiendo de esa premisa es como llegamos al deseo, o la convicción mayoritaria, de que ni la monarquía ni los reyes de ahora son como los de antes. Que son más serios y responsables y no se dedican a la buena vida, a ir de juerga con sus amantes y a procurarse ingentes fortunas. Ahí radica, creo yo, el nuevo impulso de una institución que no está pasando por sus mejores tiempos. Radica en que, ideologías aparte, la esperanza y el deseo de la mayoría de los españoles es que la monarquía, entendida como algo antiguo y trasnochado, se acabó con aquel rey que protagonizó varios escándalos y tuvo que abdicar en favor de su hijo. Ojalá sea verdad por el bien de todos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España