lunes, 9 de julio de 2018

Imaginar Avilés

Milio Mariño

Estos días pasados se reunió el jurado que decidirá el ganador o ganadora del concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento para remodelar el parque del Muelle y la plaza de Pedro Menéndez. Son catorce propuestas y solo cabe esperar que acierten y elijan lo mejor. Que nos regalen algo nuevo y diferente porque no sé si ustedes habrán jugado alguna vez a pasear por Avilés imaginando nuevos paisajes. Yo suelo hacerlo pero me cuido de comentarlo, incluso con los amigos. No por miedo a que piensen que estoy chiflado, sino porque es muy difícil definir con palabras lo que uno llega a imaginar cuando sueña. Así es que prefiero guardarlo y compartirlo con ese otro que es uno mismo. Pero, claro, a veces, hasta uno mismo se cansa del otro y cae en la trampa de liberase de los secretos, contándolos.

El secreto que cuento, y deja de serlo, es que de vez en cuando salgo de casa y voy por ahí quitando y poniendo, a capricho, edificios y monumentos. Un día cogí la estatua de Pedro Menéndez y la puse en el Parche, frente al ayuntamiento. No quedaba mal. La sensación era como de una plaza distinta, más suntuosa y más noble, no por el personaje sino por la prestancia que siempre dan las estatuas. De todas maneras, para mi gusto, quedaba mejor otra idea que tuve: poner la iglesia grande de Sabugo en medio de Las Meanas. Quedaba de cine. Imaginen la iglesia rodeada de árboles, con la luz del atardecer intercalada por la sombra de sus torres y un montón de jóvenes sentados en las escalinatas; algunos tocando la guitarra y otros en animada charla.

Como ven, esto de pasear imaginando proyectos, o cambiando las cosas de sitio, es muy entretenido. Si me preguntan para que sirve, no sé me ocurre otra cosa que para distraerse y remachar la convicción de que, si bien, Avilés está guapo y mejor que hace unos años, nada impide que lo imaginemos distinto. Sobre todo porque imaginar resulta barato y supone resolver, al instante, los proyectos más descabellados sin necesidad de las obras interminables.

Lo bueno del caso es que por mucho que uno imagine y discurra cosas que cree que no se le ocurren a nadie siempre aparece algo con lo que no contaba. Algo como una antigua reseña que dice que cuando en el siglo XIX se planteó la construcción de la Plaza Nueva, la que llamamos Hermanos Orbón, la primera propuesta incluía un precioso jardín en el espacio de la actual plaza de abastos. Idea que acabaron desechando por otra, que decían, más práctica y dio como resultado lo que ahora tenemos.

Aquella idea fue rescatada, tiempo después, por dos personas que siempre se preocuparon por Avilés. El arquitecto y dibujante José María González, “Peridis”, que propuso hacer de Hermanos Orbón la Plaza del Pueblo y Carlos Ferrán, autor del plan especial de protección del casco histórico, que propuso una actuación puente que sirviera de enganche entre la plaza y el parque para revitalizarla y realzar su belleza.

Podría contarles otros proyectos porque esto de imaginar Avilés, al gusto de cada uno, además de divertido, es de lo más democrático: cada cual puede imaginar lo que quiera y todos contentos. Cosa que será difícil que se consiga, decidan lo que decidan, los que elijan el proyecto para remodelar el Parque del Muelle.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 2 de julio de 2018

Franco a tumba abierta

Milio Mariño

Franco es un obscuro y molesto fantasma que continúa presente en la memoria de los mayores y acaba por desvanecerse en las generaciones más jóvenes. Las huellas de la dictadura, los muertos olvidados en las cunetas y los monumentos que evocan siniestras hazañas aún provocan el estremecimiento que, para muchos, supone recordar aquella época.

Si nos atenemos a los datos que facilita el CIS, el 60% de los españoles tiene plena conciencia de lo ocurrido durante el franquismo, lo cual debería hacernos reflexionar y abordar el problema pensando que no estamos ante algo que solo interesa a cuatro viejos, nostálgicos de revancha. Estamos ante la oportunidad de cerrar un capítulo de nuestra historia que sigue pendiente, a pesar de la operación de lavado y aseo que algunos han intentado con Franco. A quien presentan no como un cruel dictador sino como un gobernante, católico y moderado, que impuso un régimen que carecía de algunas libertades que quizá debamos perdonar, pues corrían otros tiempos y lo que se dice de la brutal represión no es verdad.

A este blanqueo del franquismo contribuyó la extrema derecha y también el PP, que ha venido actuando como si se considerara heredero de aquella época y ha insistido en el discurso de que más que una dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo cosas malas pero que el país prosperó y fue peor la República. Una idea que han repetido con machacona insistencia, negándose a romper con el pasado y alimentando la postura de que la sociedad española está dividida en franquistas y antifranquistas.

Me parece una reducción simplista, pero conviene advertir que aquí no ha pasado como en otros países. Aquí, la relación con nuestro pasado sigue enturbiando la imagen de la democracia. Otros países, incluso en Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones mucho peores, han hecho un trabajo de duelo y reparación de las víctimas que en España sigue pendiente. Sigue pendiente porque la democracia española surgió de un pacto con las fuerzas de la dictadura. Pacto que incluía la amnistía, pero no incluía la amnesia. De modo que el olvido quizá fuera razonable en los primeros años de la transición pero nada justifica que tenga que ser para siempre.

¿Se soluciona el problema sacando a Franco del Valle de los Caídos y enterrándolo en otro sitio? Es posible que no. El Valle de los Caídos siempre será un icono franquista, aunque Franco no esté enterrado allí. Aquello, por más que se empeñen, nunca podrá ser un monumento a la reconciliación pero, al menos, habremos saldado una deuda con la democracia. Habremos dado un paso, muy importante, para superar la etapa negra y procesarla de forma conjunta y madura, en línea con lo que han hecho en Alemania, Suráfrica y varios países de hispano América.

Que lo dejen en paz, dirán los más jóvenes y los que han olvidado quien era el personaje. Para ellos, solo un detalle. El 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morir y ya bastante enfermo, Franco firmó once penas de muerte. Según el historiador Paul Preston, firmó las sentencias tomando café, antes de la siesta. No hizo caso de las peticiones de clemencia que llegaron de todas partes, incluida la del Papa Pablo VI. Murió matando, aunque una paradoja del destino hizo que lo mantuvieran artificialmente con vida, infringiéndole un sufrimiento que debió equipararse al que él impuso a la mayoría de sus víctimas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

jueves, 28 de junio de 2018

Presentamos Lunes que ayudan al domingo en el Centro Cultural Valey

La presentación corrió a cargo de María Luz Pontón y David García


En un acto muy sencillo pero muy guapo ayer presentamos en sociedad mi último libro: Lunes que ayudan al domingo. Al final hubo un animado coloquio con los asistentes.

lunes, 25 de junio de 2018

Rajoy el trabajador

Milio Mariño

Al hilo de lo que se ha dicho tantas veces, se me ocurrió que a Mariano Rajoy debe pasarle otro tanto que a su paisano, el que fuera gran escritor Julio Camba, que prefería morirse antes que trabajar. Camba nunca ocultó que la pereza era su vicio y su pasión preferida, de modo que convertir su trabajo en puro ocio constituía el eje central de su vida. Odiaba enfrentarse a cualquier tarea y cuando un día le preguntaron como hacía para escribir sus artículos respondió con la ironía y el humor del que hacía gala el gran maestro gallego: “Para hacer un artículo yo me encierro por las tardes en un cuarto pequeño con un poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido y abundante, y otras sale duro, difícil y escaso; pero siempre sale”.

Camba era así de ocurrente. Solía decir que, aunque el catecismo señala que la pereza es uno de los siete pecados capitales, por lo general, todos somos, vocacionalmente, vagos.

Estoy de acuerdo. Puede que haya excepciones, como en todo, pero la tendencia a la vagancia ya estaba presente en el paraíso de Adán y Eva, antes del desafortunado incidente de la manzana. Así es que no creo que vaguear sea un vicio nefando. Es algo innato que escapa a nuestro control. Algo como ser gordo, bajo o feo de cara, que no son vicios ni mucho menos pecado. De ahí que no entienda ese empeño por negar la vagancia de alguien, por mucho que ese alguien fuera Presidente del Gobierno. No entiendo esos titulares, a toda página, que ponen a Rajoy como una persona que ama el trabajo por el hecho de que apenas dos semanas después de cesar en el cargo pidiera el reingreso como Registrador de la Propiedad. Un puesto del que llevaba ausente más de 28 años y al que acudió, el primer día, llegando una hora tarde. El comienzo de la jornada está señalado para las nueve de la mañana y él llegó a las diez y cinco. Cosa que tampoco debe extrañarnos porque Rajoy, lo mismo en el Congreso que en el Senado, fue acusado muchas veces de no comparecer o de hacerlo tarde, mal y a destiempo. Y no me refiero al día de la moción de censura, cuando se ausentó de su escaño y luego se supo que había estado hasta las diez de la noche debiendo en un bar, sino a que unos días antes, en el Senado, el portavoz del PSOE, Ander Gil, llegó a decirle que cualquier trabajador español, con el mismo nivel de absentismo, seguro que ya estaba en la calle, por despido objetivo.

Lo que trato de decir es que no creo que Rajoy haya pedido el reingreso por su afición al trabajo. De hecho, trabajar como funcionario suele ser el ejemplo que ponen siempre los estudiosos de la ociosidad. El funcionario refleja, tal vez de un modo injusto, la imagen tópica de la vagancia. Solemos entenderlo así aunque, como es lógico, hay de todo. Hay funcionarios que trabajan, funcionarios que no trabajan y otros que dicen que van a trabajar. Eso es lo que ha dicho Rajoy. Habrá que ver si lo cumple o no. De todas maneras, lo que sí es seguro es que cobrará un sueldo que ronda los veinte mil euros al mes.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de junio de 2018

Salvar bancos y dejar morir a las personas

Milio Mariño

Si tuviera que resumir, en dos palabras, qué es lo que define a los políticos que presumen de liberales diría sin pensarlo: la hipocresía y el cinismo. Para ellos, la famosa mano invisible ha dispuesto las cosas de tal manera que la persecución del máximo beneficio es el único medio que puede garantizarnos el bienestar y el bien común. Sobra, por tanto, la intervención del Estado. Sobra la sanidad pública, o por ejemplo el subsidio del paro, y no digamos cualquier atisbo de solidaridad. Su lógica parte del supuesto de que cada cual se las apañe como pueda y a quién Dios se la dé que San Pedro se la bendiga. De modo que no debe extrañarnos que, ante un problema humanitario, respondan como lo han hecho estos días. Diciendo la consabida frase: “Si tanto te gustan los inmigrantes mételos en tu casa”.

Fue lo primero que dijeron cuando se conoció la decisión de Pedro Sánchez de acoger al barco Aquarius. Apelaron a nuestro egoísmo y les faltó tiempo para insistir en su discurso de que el hambre, la injusticia y las enfermedades forman parte de la vida misma y al que le toca no le queda otra que aceptarlo con resignación cristiana. No cabe que le ayudemos porque eso no resuelve el problema. España, según ellos, no puede convertirse en una ONG. No puede tener un gesto humanitario porque eso propiciaría el efecto llamada y dentro de nada habría miles de inmigrantes y refugiados tratando de llegar a nuestras costas. Es decir, que lo que debería de haber hecho el gobierno es mirar para otro lado y dejar que el Mediterráneo acabara siendo la tumba de esas seiscientas personas. Su solución era esa, que les negáramos cualquier ayuda para que sirviera de escarmiento a los que estaban en el barco y a todos los que vengan detrás.

No sé si se habrán fijado, pero quienes nos advierten y alertan del peligro que supone salvar a seiscientas personas son los mismos que consideran imprescindible que salváramos a los bancos. Lo correcto, al parecer, es que el gobierno salve a los bancos y deje morir a las personas.

Dándole vueltas a esto, me acordé de un dibujo de El Roto en el que aparece una madre con un hijo pequeño, sentado en su regazo. Están solos mirando el atardecer y, en el bocadillo del dibujo, dice la madre: “Ya sé que no nos comprendes. Para que puedas comprender a los adultos tendrás que esperar a hacerte mayor y perder el juicio”.

En esas estamos. Vamos camino de perder el juicio, si es que no lo hemos perdido ya. La deshumanización ha ido consolidándose hasta convertirse en una especie de doctrina que trata de hacernos ver que el hambre, la explotación y la injusticia es lo normal. Insisten en convencernos de que la riqueza es inocente de la pobreza. Que los pobres y los desgraciados lo son porque quieren serlo. De modo que tratar de ayudarlos supone un despilfarro inútil e innecesario.

No dudo de que habrá quien compre ese discurso. Habrá partidarios de que nuestro gobierno siga el ejemplo del gobierno italiano, que niega y criminaliza la ayuda humanitaria. Pero creo que la mayoría, la inmensa mayoría, piensa que la decisión de acoger al barco Aquarius convierte a los españoles en mejores personas. Nos hace más humanos y más civilizados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de junio de 2018

Un túnel que viene y va

Milio Mariño

Estoy radicalmente en contra de quienes sostienen que la Alcaldesa de Castrillón, Yasmina Triguero, no debería opinar sobre las alternativas de los nuevos accesos al puerto y la posibilidad de sacar los tráficos rodados a través de un túnel paralelo al soterramiento de las vías. Mi concepto de la libertad de expresión me lleva a defender que todos tenemos el indiscutible derecho a opinar. Tenemos ese derecho y punto. Otra cosa es que lo que digamos sea más o menos sensato o simple propaganda que busca el rédito político. La libertad de opinión está por encima de eso e incluso de lo que sostienen algunos: que solo deberíamos opinar sobre aquello que podemos defender con argumentos de peso. Yo no lo veo así. Creo que unas opiniones pueden ser más acertadas que otras y que, en todo caso, el hecho de que alguien opine no convierte esa opinión en verdad. Menos aún si ese alguien descarta la posibilidad de que pueda estar equivocado o no admite, de antemano, que su opinión también tenemos derecho a ignorarla.

Dicho esto, lo que llama la atención, en este caso, es que la alcaldesa de Castrillón no se limita a opinar sino que va más allá y propone para Avilés un proyecto que sabe que está condenado al fracaso. Un proyecto que ya fue rechazado, dos veces, por el Ministerio de Fomento, dado que supone una solución técnica muy compleja, y muy costosa, por las exigencias que tendría realizar un túnel bajo la ría, con doble calzada y un espacio para las vías, que además no cumple el objetivo de conexión entre la N-632 o Variante de Avilés y el puerto, firmado en el protocolo de 2007.

La coartada que utiliza Yasmina Triguero, para poner una vela en este entierro, es que el trazado con más posibilidades de ser ejecutado, que discurre enteramente por el concejo de Avilés, enlaza con La Variante y puede generar un previsible aumento del tráfico rodado que conllevaría el peligro de que ésta llegara a saturarse. Una preocupación que habría que entender legítima si se planteara con el ánimo de colaborar y resolver el problema y no como se plantea. Tratando de interferir el desarrollo de la solución en marcha y proponiendo un proyecto que Fomento ha rechazado por su dificultad técnica y su elevado costo. Detalles que la Alcaldesa conoce de sobra pero no evitan que insista en su propuesta porque el objetivo tal vez no sea solucionar el problema sino visualizar el enfrentamiento y hacer que parezca como que defiende los intereses de los vecinos de Castrillón. Cosa que no es verdad porque Castrillón no se beneficia, en nada, si es que, al final, Avilés no puede sacar adelante el pretendido enlace entre el puerto y la Autovía.

Poner trabas, antes que buscar el consenso y la solución más sensata, es una forma de proceder que encaja, muy a nuestro pesar, con la definición que Marx, el humorista no el filósofo, hacía de la política. Groucho decía que la política, la mala política, es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

No es metiendo el dedo en el ojo del vecino como se resuelve el enlace del puerto con la Autovía. Es abordando las dificultades desde el lado de la solución en vez de hacerlo desde el lado del problema.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de junio de 2018

Chúpate ésa

Milio Mariño

Uno se asusta un poco cuando ve las cosas de una manera y luego resulta que es el único que las vio así. Siente una especie de opresión angustiosa y duda de sus convicciones, pero algo en su interior se rebela y le obliga a reafirmarse aun a riesgo de quedar en ridículo. Ya pasé por esto otras veces, no es la primera vez que me pasa. Aunque, claro, lo de ahora puede ser incluso más grave porque creo que soy de los pocos, sino el único, que ha llegado a la conclusión de que Pedro Sánchez no quería ser Presidente.

Lo creo de verdad. Pienso que no entraba en sus planes y entre todos le han obligado. El primero Mariano Rajoy, cuyo empecinamiento en no dimitir entiendo que hay que tomarlo como una venganza. Por eso discrepo de quienes le acusan de falta de valentía. Valor no sé si tendrá poco o mucho, pero lo suyo, como se vio en la moción de censura, es la buena comida, el café, copa y puro y la sobremesa hasta las tantas. Es darles la razón a quienes consideran que, a Rajoy, lo que le gusta es dejar que suene el despertador y demorar la hora de ponerse en marcha hasta después de leer el Marca.

Rajoy no cambia. Todos conocemos su capacidad para afrontar con despreocupación y desgana los retos del día a día. Eso de no hacer nada cuando todo el mundo le pide que haga algo. Pues bien, Pedro Sánchez le pidió hasta siete veces que dimitiera. Se lo pidió con tanto énfasis que parecía que estaba pidiéndole un favor personal. Una ayuda para frenar la locura de aquellos que querían llevarle a La Moncloa, aupado por la más heterogénea congregación de partidos políticos que jamás había logrado concitar ningún candidato.

Pero nada, Rajoy oía las peticiones como quien oye llover. Es más, cuando el debate alcanzaba el máximo de tensión, vimos, estupefactos, como se arrellanaba en su escaño y empezaba a chupar un caramelo haciendo gestos de que estaba pasándolo en grande. Un Pictolín, que al parecer es su marca favorita y ya la había usado como chute en la fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez.

Ningún medio, ni analista político, reparó en lo que les digo pero sigo pensando que lo del caramelo y aquellas muecas de regusto, más que un gesto poco estético, era la constatación de una venganza. Era como si dijera chúpate esa que yo me voy a mi casa. El mensaje estaba claro. Y Pedro Sánchez, que no es tonto, se dio cuenta al momento. La prueba es que su insistencia adoptó la forma de súplica. Llegó a pedirle que dimitiera para que todo acabara en aquel momento. Dijo que le fastidiaba hacer lo que estaba haciendo y hasta exculpó al PP de ser un partido corrupto. Pero Rajoy siguió chupando el caramelo y riéndose para sus adentros. Diciéndole, más o menos, tú te lo has buscado.

Por eso estoy convencido de que la clave de la moción de censura estuvo en el caramelo y en la forma de chuparlo. Rajoy no cree que haya perdido, cree que le ha endosado el muerto a Pedro Sánchez. Y no solo eso sino que, de paso, le ha dado un sopapo a Rivera, que se había atrevido a darle lecciones de españolismo y a disputarle el liderazgo de la derecha.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España