La catástrofe de Valencia ha vuelto
a poner sobre la mesa el oportunismo de quienes están a la que salta y aprovechan
cualquier problema para ofrecernos sus maravillosas recetas. Igual no se dieron
cuenta, pero la fórmula que utilizan se parece bastante a la definida por aquel
genio irrepetible que se apellidaba Marx.
Si pensaron mal, con la intención
de acertar, se equivocan. No me refiero a Karl, hablo de Groucho Marx, quien
decía de la política que es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un
diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados.
En esas estamos. Apelando a la
eficiencia, la solidaridad y el buen gobierno han aparecido, de nuevo, los
guardianes de la esencia patria que culpan de lo sucedido en Valencia al Estado
de las Autonomías. Aprovechan que la riada pasó por el Barranco del Poyo, como
antes lo hizo por los independentistas catalanes, y vuelven a la carga con la vieja
matraca del Estado centralizado. Les vale cualquier pretexto para intentar
vendernos que lo mejor es una sola instancia de poder. Un poder único, ejercido
desde Madrid, pues, según ellos, la descentralización ha demostrado su
incapacidad para hacer frente a una situación de crisis como la que acabamos de
vivir.
Cualquiera, con un mínimo de
sensatez y sentido común, abogaría por analizar lo sucedido y corregir los
fallos, que ciertamente los hubo y a todos los niveles, pero los hay que
insisten en la nostalgia y aprovechan la catástrofe para pedir el fin de las
Autonomías y la vuelta a la España de las Provincias y los Gobernadores Civiles.
Otro pretexto que esgrimen es que
más nos valdría alejar a ciertos personajes de los puestos de mando y los
lugares donde se toman las decisiones. En eso aciertan, pero el remedio es peor
que la enfermedad. Coincidimos, prácticamente, todos en que Mazón no estuvo a
la altura del cargo. Pero, que un Presidente autonómico no esté a la altura y
quiera disimular su incompetencia con una sarta de mentiras, no justifica que
haya que poner en cuestión el Estado de las Autonomías.
La organización territorial de
España cuenta con un fuerte y amplio respaldo como reflejan las sucesivas encuestas
del CIS. Aun en el peor de los escenarios, como fue el proceso independentista
de Cataluña, el 80 % de los encuestados veía positivo que las Comunidades Autónomas
gestionaran su territorio, al tiempo que se mantenía la solidaridad
interterritorial y el Gobierno central seguía contando con importantes y
amplias facultades.
Nuestra democracia, con todas las
imperfecciones y carencias que queramos atribuirle, se desarrolló en un escenario
descentralizado. Además, no es cierto, como aseguran los detractores, que los
gastos que generan las Comunidades Autónomas sean exagerados. Son menores que
en otros países. Mientras que España destina el 2,6% del PIB al gasto
burocrático de las administraciones autonómicas y estatales, un país centralizado
como Francia destina el 3,5%.
La organización territorial
descentralizada tiene muchas ventajas y, por si no fueran bastantes, las
autonomías suponen un contrapeso necesario que evita que las mismas manos
manejen los recursos de la totalidad del Estado. Aprovechar el cruce de
reproches, a propósito de la DANA, para alimentar la crispación y crear enfrentamientos
es oportunismo del malo. La catástrofe de Valencia no se hubiera gestionado
mejor desde Madrid. El Estado de las Autonomías no es lo que ha fallado. El
fallo no fue de competencias, fue de incompetentes.