Aunque hagamos esfuerzos por vivir
el presente, el pasado siempre se impone al olvido. Permanece dentro de
nosotros y regresa, unas veces a su antojo y otras cuando lo convocamos.
Noviembre es buena fecha. Es un mes romántico que empieza con el recuerdo de
nuestros difuntos y acaba con el aniversario de una muerte que abrió las
puertas a la democracia.
Hace cincuenta años, noviembre
se estrenaba con las familias camino del cementerio, pero ahora tienen que
organizarse para seguir cumpliendo con la visita y las flores y llevar al niño a
la Fiesta de Halloween, disfrazado con lo más aterrador que hayan encontrado en
los bazares chinos.
Los tiempos cambian. Ahora, los
jóvenes y los más pequeños disfrutan con lo macabro, el miedo y el terror.
Algunos adultos también, pero menos. Los viejos, en cambio, detestan estos
festejos. En su infancia, el miedo siempre estuvo presente y todo el año era Halloween.
Durante la dictadura, la sumisión era obligatoria y ejercía su dominio acompañada
por los castigos, el clasismo, la insistencia en que la guerra la habían ganado
los buenos y el clima asfixiante de una sociedad amordazada que desconocía la democracia
y lo que significaban los derechos y las libertades. Así vivieron toda su etapa
infantil y no les quedaron ganas de hacer bromas con el miedo.
Nunca más, dicen cuando les
recuerdan aquellos años. Y en esas estaban, sin prestarle mucha atención al cincuenta
aniversario de la muerte de Franco, cuando el Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), publicó un estudio según el cual el 19% de los españoles,
de entre 18 y 24 años, cree que aquellos fueron unos años buenos o muy buenos y
que, durante la dictadura, se vivía mejor.
Tezanos siempre tan oportuno.
Llevo toda la vida escuchando qué quien no conoce el pasado está condenado a
repetirlo y va resultar que es verdad. Quienes creen que aquellos años fueron
buenos o muy buenos es evidente que desconocen cómo fueron. Y, por supuesto, son
culpables de su ignorancia, pero más culpa tenemos nosotros. Los hemos educado
de forma que ni en los colegios ni en los institutos se ha querido hablar del
franquismo; con lo cual ni los chavales de 18 años ni los que ahora tienen 50
saben nada sobre Franco y la dictadura. Creen que aquello fue jauja y se apoyan
en lo que decimos: Que, a su edad, vivíamos mejor.
A pesar de todo, tal vez sea
una ingenuidad considerar que el ascenso del fascismo y la ultraderecha son fruto
del desconocimiento. Si funcionara la máquina del tiempo y los jóvenes pudieran
viajar a la dictadura, no está claro que regresaran pensando distinto. Ser rebelde, en
estos tiempos, es ser fascista o de ultraderecha. Hace poco, entrevistaron a un
chaval en televisión y dijo: “Lo que necesitamos es un Presidente autoritario
que actúe con mano dura y acabe con esta mierda”.
No hace falta ser un atleta
mental para deducir que se refiere a la democracia. Hasta, como quien dice,
ayer más allá de la posición ideológica de cada uno, prácticamente, todos
defendíamos con orgullo el régimen democrático. Algunos seguimos defendiéndolo,
pero somos ya muy mayores para salir a la calle y pelear, otra vez, como hace
cincuenta años. Sería ridículo. Sería como esa gilipollez de demostrar que no
somos un robot seleccionando tres fotos absurdas.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
