El mar es como mi jardín. Puedo
verlo desde la ventana de mi casa y si quiero y me apetece también veo
atardecer. Soy un privilegiado, lo sé, pero no lo digo por presumir. Faltaría
más. Lo digo porque mañana entra el verano y el buen tiempo nos permitirá no
solo ver el mar sino tocarlo, sentirlo y dejar que nos acaricie la piel. Algo
que es tanto como decir que la vida no está hecha de horas sino de esos momentos
que luego, tiempo después, aun recordamos como si siguiéramos oyendo la música
de las olas y el crujido de la arena bajo los pies.
Volver al mar es una necesidad
vital. Una dependencia que, según algunas leyendas, proviene de que al mar es donde
va a parar todo lo que hemos perdido: los dolores, los malos tragos, las
lágrimas y los deseos frustrados. Todo acaba y cabe en la profundidad de sus abismos
y todo lo devuelve purificado, obrando una especie de milagro que nunca nadie
ha logrado descifrar.
Abundando en lo dicho hay quien
señala que nuestra dependencia del mar es genética, que se origina entre los
tibios fluidos del vientre materno, y que es por eso que siempre deseamos
volver. No faltan, tampoco, quienes atribuyen la citada querencia a que la
contemplación del mar es también la contemplación de uno mismo. Y, recurriendo
a lo simbólico, hay quien apunta que el mar es un espejo y que, como tal, dota
a todo lo que en él se refleja del atributo de una realidad idealizada y
envuelta en nubes de espuma.
Sófocles comparaba el mar con las
mareas de la miseria humana. Baudelaire con una metáfora de nuestra soledad. Jorge
Manrique con la muerte. Joseph Conrad decía que el mar era, como los sueños,
una imagen onírica de la vida misma, y Lord Jim escribió: El hombre nace y cae
en un sueño como quien cae al mar.
Algo debe tener el mar cuando, a
principios del siglo pasado, los médicos recetaban baños de ola para combatir
la depresión, el asma y los problemas circulatorios. También ahora hay médicos
que se apuntan a recetar otras cosas que no son medicamentos y recetan el mar
como un buen tratamiento que, además, es barato. Es el único que proporciona
bienestar sin coste alguno.
Para quienes vivimos por estos
pagos, volver al mar es sencillo. Lo tenemos por vecino. Ahí están las playas,
los acantilados, las olas bravas y mansas y las historias fantásticas que
algunos tendrán medio olvidadas y otros nunca las habrán oído mentar. Historias
como la de San Balandrán, aquella playa que estaba en mitad de la ría de Avilés
y la hicieron desaparecer para favorecer el acceso al puerto.
Tampoco fue la primera vez. San
Balandrán era una isla prodigio que aparecía y desaparecía como una ballena
dormida. Una isla a la que arribó, allá por el siglo XIV, el santo irlandés
Balandrán y sus catorce monjes. Y, aunque el santo y los monjes gustaron
gozosos de aquel paraje maravilloso, no les fue concedido, por misterioso
secreto, quedarse allí. Así que regresaron a Irlanda, donde murieron después de
referir tan extraordinaria aventura.
Nuestra aventura, ahora que comienza
el verano, es que volvemos al mar. Ojalá sea sin el engorro de la mascarilla y alejados
de ese bicho que bien haría el mar si lo sepultara en lo más profundo de sus
abismos.
Algo debe de tener el mar, cuando oí el comentario de una señora, natural del entorno de Salinas y esposa de un compañero de trabajo. "El primer año me llevó mi esposo a Arija;de vacaciones. Después de la primera semana, le pedí por favor que regresáramos. Despertar y no tener el mar, al alcance de la mano, era insoportable. Pero tambien hay otras sensaciones, como la mia. Los que nacimos tierra adentro; el mar, sin negar, todas sus bondades Le he tenido respeto...o miedo, no se hasta donde. Lo he visto siempre tan poderoso, tan inmenso en los secretos de las vidas que ha arrancado, tan inalcanzable para dominar su poderío, que nunca he podido sumergirme más profundamente que lo que permitieron mis piernas. Siempre lo comparé con aquel energúmeno de profesor que tuve, todos le temíamos, a los posibles fallos que tuviéramos en aquellos exámenes orales que antes eran tan frecuentes. Buen día último de primavera y trampolín para un buen verano. Saludos al colectivo "Transparente".
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