Uno de los últimos días que corrí
delante de los grises fue el 8 de junio de 1977, cuando el mitin de Fraga en el
Suarez Puerta. Nos habíamos reunido unos cuantos, fuera del campo de fútbol,
junto a la tribuna de preferencia, para abuchear al líder de Alianza Popular y
la policía cargó sin contemplaciones, así que salimos corriendo y yo escapé por
un solar de la calle José Cueto, que todavía no estaba del todo edificada. No
les hicimos frente ni quemamos contenedores, no sé si porque no los había o
porque teníamos más miedo que un pez en Semana Santa.
El caso que Fraga, que estaba al
tanto de lo que ocurría en la calle, dijo de nosotros que los jóvenes no íbamos
a encontrar solución a nuestros problemas haciéndonos comunistas ni dándonos a
la droga, el libertinaje y la pornografía.
Entonces, a nadie se le hubiera
ocurrido decir que aquella protesta fuera violencia juvenil. En realidad, no lo
era, lo que hacíamos era luchar por la democracia e intentar que la dictadura
desapareciera lo antes posible. Un objetivo que estábamos consiguiendo, pues
las prohibiciones heredadas caían como fruta madura; no tan deprisa como
algunos quisiéramos, pero mucho más rápido de lo que otros podían imaginar.
En aquella época, todo sucedía
tan rápido que la juventud duraba un suspiro. Enseguida nos hacíamos mayores. Con
menos de 30 años ya estábamos casados, teníamos hijos y ocupábamos cargos de
responsabilidad en la política y los sindicatos. Nada que ver con los jóvenes
de ahora, que prolongan su juventud hasta pasados los cuarenta, van de una
crisis en otra, sin trabajo ni perspectivas de futuro, y su presencia en las
instituciones es prácticamente nula.
Estas circunstancias conviene tenerlas
en cuenta a la hora de analizar los disturbios que se produjeron tras el encarcelamiento
del rapero Pablo Hasél. Ya sé que hay una opinión, casi generalizada, en el
sentido de que fue una excusa para liarla. Que, a quienes estuvieron en las
protestas, no les importa la libertad de expresión ni otros derechos y
libertades. Queman contenedores, se enfrentan a la policía y saquean tiendas
sin que, ni ellos mismos, sepan lo que reclaman. Es más, hay quien asegura que los
jóvenes del fuego y las barricadas no saben, siquiera, si son de derechas o de
izquierdas. Al parecer, hay de todo. Es un totum revolutum que confluye en la coincidencia
de liarla parda y sacarse una selfi para dejar constancia.
Respeto todas las opiniones, pero
yo sí creo que los jóvenes tienen ideología. La ideología de la juventud actual
es la desesperación. Se sienten solos y al margen de la sociedad. Es cierto que
el paro juvenil masivo no justifica el asalto de comercios ni la quema de contenedores,
pero explica el motor de la violencia. Los que estudian no saben para qué lo
hacen y los que ya dejaron de estudiar están sin trabajo y sin posibilidad de
tenerlo, aunque sea precario. Viven en una sociedad en la que, por lo visto, no
tienen sitio.
La exclusión que decimos anticipa
un peligro: cuando se cierran todas las válvulas, la olla a presión estalla. Y
es lo que lamentamos quienes un día ya lejano fuimos jóvenes, que los jóvenes
de ahora, los que queman contenedores y se enfrentan a la policía, no sepan
gestionar mejor esa energía maravillosa que proporciona la rabia.
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