lunes, 30 de enero de 2017

Ganan los malos

Milio Mariño

A riesgo de parecer insensato, llevo unos días que no saben lo que me divierte ver la cara que ponen algunos cada vez que aparece Trump, sentado en su despacho de cortinas doradas, firmando alguna alcaldada. Ponen cara de no creérselo porque habían insistido en que una cosa era la campaña electoral y otra ser presidente de la nación más poderosa del mundo. Intentaban tranquilizarnos con aquello de que las bravatas y los despropósitos quedarían en papel mojado porque el peso del cargo haría que Trump entrara en razones. Pero lleva, solo, una semana y el comienzo es como para echarse las manos a la cabeza. ¿Qué hace este energúmeno?

Hace lo que prometió y algunos tomaban a broma. De ahí la incredulidad y el asombro de quienes constatan que las primeras medidas confirman que Trump se ha propuesto ser el malo de la película. El antihéroe que presume de caer antipático al sistema y ser muy querido por la gente que está harta de lo políticamente correcto y de los mindundis que nunca resuelven nada. De modo que se ha propuesto hacer de lo suyo, de patán duro y desagradable, porque eso le ha dado el triunfo.

Decía que me divierte porque los de derechas de toda la vida, los que veían a Obama como un peligroso izquierdista, han agotado las escusas y no saben dónde meterse. De todas maneras no han perdido la esperanza. Siguen confiando en que pasará como en las películas, que después de muchos enredos y vicisitudes, Trump se volverá bueno y confirmará que los buenos siempre son los que ganan. No siempre porque aunque solo sea para chincharlos les recuerdo lo que pasó con Caín y Abel. Abel era el bueno pero ganó el malo y lo curioso es que de ese malo descendemos todos. De modo que los malos también ganan. Sobre todo cuando las cosas vienen mal dadas. Lo explica muy bien Guillermo Fouce, doctor en psicología social y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, quien asegura que el peor neoliberalismo, el más déspota y cruel con los débiles, se acentúa en épocas de crisis, amparado por la creencia de que la ética es un lujo que podemos permitirnos cuando todo va bien pero que, cuando la cosa se tuerce, lo fundamental es que los problemas se resuelvan sin que importe mucho lo que haya que hacer para resolverlos.

Viendo lo que está pasando en EE.UU, hay quien opina que parece como una vuelta a los años treinta del siglo XX. Yo creo que no. Yo creo que volvemos a mucho antes, a la época de los indios. A cuando los yanquis declararon la guerra a las tribus nativas. Al famoso general Custer, apodado “Cabellos Largos” y a los del Séptimo de Caballería que murieron con las botas puestas. Que es como puede acabar este Donald “Flequillo Rubio”, que se ha propuesto tratar a los emigrantes como sus antepasados a los pieles rojas de las montañas.

Lo preocupante es que, al igual que en EE.UU, los malos también pueden ganar en Europa. Tienen muchas posibilidades. Ahora lo que no sé es si los malos ganan porque los buenos, que siempre son más, están distraídos o no saben hacer bien lo suyo. Para mí que va a ser lo segundo. Que los buenos son malos haciendo de buenos y no son buenos haciendo de malos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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