lunes, 17 de diciembre de 2018

Aquí se vive bien

Milio Mariño


El lunes pasado hacía un sol estupendo y era día de mercado, así que di una vuelta por Avilés, me senté en una terraza, observé a la gente mientras llegaba el café y dije para mí: Aquí se vive bien. Me salió sin pensarlo. Debí recordar mis andanzas por los distintos países de Europa y no precisamente de vacaciones sino por trabajo, que es como mejor se conoce la vida de diario. De modo que la comparación fue inmediata y de ahí surgió la respuesta. Surgió, que se vive bien, siendo consciente de que los datos pueden sugerir lo contrario, pues todavía tenemos un alto porcentaje de paro, la media de las pensiones es baja, los trabajos, en su mayoría, precarios y un sueldo de mil euros, casi, se considera un buen sueldo. Pero, contando con eso, la impresión que uno tiene, y la que tienen los de otros países cuando nos visitan, es que, aquí, se vive bien y la gente está contenta. Desde luego, mucho más contenta que en Francia, Alemania o Inglaterra.

Habrá quien lo achaque a nuestro carácter, al clima o a que dedicamos más tiempo a la vida social. No faltarán tampoco los que atribuyan a la familia un papel importante. La poca exigencia dentro de ésta, en donde, por ejemplo, los jóvenes pueden vivir en casa de los padres hasta, casi, cumplir los cuarenta, sin que parezca una rareza, seguro que tiene su peso. También lo tendrá, sin duda, que nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo, que el índice de delincuencia es de los más bajos y que los horarios comerciales no son nada rígidos y cualquiera puede comer o cenar, o comprar lo que quiera, a la hora que le apetezca.


Imagino que será un poco de todo: de nuestro carácter, el clima, la familia, la tradición, la cobertura social… No lo sé. Pero creo que la impresión, cuando uno va por la calle, es que se vive bien. Que el estado de ánimo, en general, es bueno y que somos más de ser optimistas y seguir adelante que de recordar otros tiempos y añorar el pasado.


Vale que el futuro no está claro, pero tampoco está tan negro como para que mucha gente reniegue de la moderación y abrace los extremismos. Por eso que, a pesar del resultado de las elecciones andaluzas, no creo que la extrema derecha acabe triunfando. Y la extrema izquierda tampoco. El comunismo y el fascismo son residuos de un pasado que no creo que vuelva. Son dos viejos fantasmas que han sido sustituidos por el populismo, de uno y otro signo, pero ni con esas creo que tengan futuro. No creo que la xenofobia, el ninguneo de la violencia de género y el odio al diferente acaben calando por mucho que algunos traten de remover los bajos instintos de los más desfavorecidos. Motivos para preocuparse hay, pero como dice un amigo mío: Ahora, la gente se insulta por Twitter, no es como en aquellos tiempos cuando se desafiaban y salían a pegarse en la calle.


No se me oculta que habrá quien apunte que eso de que aquí se vive bien será por algunos. Esos viven mejor. Yo me refiero en general. Me refiero a que la gente no está para revoluciones de extrema derecha ni de extrema izquierda. Está para disfrutar de la vida.



Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de diciembre de 2018

Se acabó el tres en uno

Milio Mariño

Veo, con estupor, que mucha gente se pregunta de dónde ha salido Vox. Pues muy sencillo: Vox ha salido del PP. Y no lo digo por su líder, que también, sino porque el PP era algo así como el famoso tres en uno. Una parte de centro derecha, otra de la derecha de toda la vida y el resto los ultras.

Quienes piensen que la extrema derecha, en España, era Fuerza Nueva y que su influencia se acabó con el único diputado, Blas Piñar, que resultó elegido en las elecciones de 1979, se equivocan. La extrema derecha desempeñó un papel importante en la transición a la democracia y en el proceso de consolidación del régimen actual. Siempre tuvo peso y presencia en el Congreso. No creo que fuera ningún secreto que estaba camuflada dentro de lo que podríamos llamar la derecha civilizada. Es decir, el PP. Un partido que, con mayor o menor fortuna, intentó disimular que contaba entre sus filas con los nostálgicos del franquismo. Vale que hizo esfuerzos por parecerse a sus homólogos europeos, pero se negó a condenar la dictadura por miedo a enojar a los ultras. Unos ultras que, al final, salieron por peteneras. Si porque, en Andalucía, no es que haya surgido una nueva extrema derecha sino que una parte del PP acabó por echarse al monte y ganó la visibilidad que antes no tenía.

En mi opinión, esa fue la clave. Vox tal vez se parezca a lo de Francia, Italia y Alemania, en cuanto al auge de la ultra derecha, pero tiene más de neofranquismo que de cualquier otra cosa. Y, para entenderlo, pienso que debemos volver la mirada a nuestro pasado reciente. Hay que volver a la Transición y recordar que el objetivo, entonces, no fue combatir el fascismo sino olvidar el pasado y reconducir a los franquistas hacia la democracia. La prueba es que no hubo ruptura. Hubo un punto y seguido que se hizo con pies de plomo por miedo al ruido de sables y a no enojar a los fachas.

Con esa idea vivimos y fuimos tirando estos cuarenta años. Confiados en que primero AP, y luego el PP, habían conseguido domesticar a la derecha más ultra. Pero los ultras seguían ahí y el PP no pudo aguantar el tirón de las pulsiones internas. Así que empezó a fracturarse. Empezó por Ciudadanos, que se llevó a los más moderados, los que podrían homologarse con el centro derecha europeo. La fuga por ese flanco supuso que los más conservadores tuvieran más peso. Un peso que la dirección del PP decidió ignorar. Rajoy, con mayoría absoluta, no abolió el aborto, ni el matrimonio gay o la Ley de Memoria Histórica. Y Montoro, lejos de bajar los impuestos, decidió subirlos para no dañar en exceso el Estado de Bienestar.

El descontento, del ala dura del PP, fue importante. A Rajoy y a Montoro los acusaron, incluso, de socialdemócratas. Luego vino lo de Cataluña y agravó la cosa. Muchos, en el PP, consideraron que Rajoy era un blando. Un Maricomplejines, como dieron el llamarlo. Total que apareció Casado, dio un giro a la derecha para contentar a los ultras, y se hizo con el partido. Pero era demasiado tarde. El tres en uno había saltado por los aires. El PP de Aznar se había convertido en el PP de Casado, y en Vox y Ciudadanos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de diciembre de 2018

Hubo acuerdo y habrá Presupuesto

Milio Mariño

Costó tres años pero, al final, PSOE y Podemos se pusieron de acuerdo y Asturias tendrá Presupuesto para el año que viene. El vigente, este de 2018, supuso la prórroga del que los socialistas habían pactado, en 2017, con el PP. Así que la primera impresión puede ser que los que dicen ser la izquierda de verdad han tomado las riendas y el cambio será total. Pero el cambio, ya lo verán, apenas se notará.

El Presupuesto cambia muy poco. Son cuatro retoques por mucho que “Cherines”, la portavoz del PP, diga que es para echarse a temblar. Debe ser que no ha leído el acuerdo porque cuesta entender que se oponga a una rebaja del 25% de las tasas universitarias, a más plazas de médicos para hacer frente a las listas de espera y a 493 millones en materia de cohesión social. Puede ser, también, que no vea urgente, y en eso estoy con ella, la vuelta a las 35 horas semanales para los funcionarios. Pero yo le diría que no se preocupe, que los funcionarios tienen tanta afición al trabajo que en 35 horas son capaces de hacer lo que ahora hacen en 40 y aun les sobrará tiempo para bajar al bar y tomarse un par de cafés.

Que “Cherines” se eche a temblar habrá que tomarlo, entonces, porque es, de natural, friolera y ya estamos en diciembre. Y lo Enrique López, portavoz de Podemos, diciendo que su apoyo a los Presupuestos supondrá una clara mejora en la vida de miles de asturianos, pues bueno… Está claro que los dos exageran. Los números no los avalan, dicen que el nuevo Presupuesto cambia muy poco. Las cuentas están ahí y apenas se diferencian de la prórroga de este año y del pacto del PSOE con el PP. Recogen un crecimiento de, solo, el 0,8 por ciento, hasta los 4.524 millones de euros. Y es que de dónde no hay no se puede sacar. No se puede subir más los impuestos ni tampoco bajarlos. Subirlos sería ahogarnos y bajarlos matarnos de sed. Supondría recortar los servicios y meterle una dentellada a nuestro precario estado de bienestar. De modo que si se quiere conservar lo esencial apenas queda margen de maniobra. Lo que hay no da para un cambio radical, da igual quien lo pida. Ya puede pedirlo el PSOE, el PP, Podemos o el Partido Nacionalista de San Juan de Beleño. El 68% del Presupuesto, una cifra que alcanza los 2.734,24 euros por habitante, se destina a poder ofrecer servicios al poco más de un millón de personas que viven en el Principado. Y la educación, por ejemplo, se lleva otro 18%. Así es que vayan sumando y verán lo que también ven los partidos políticos por mucho que digan, cada uno por su lado, que si dependiera de ellos harían milagros.

Lo positivo que tiene el acuerdo es que supone un antes y un después que puede allanar el camino de cara a futuros pactos en un parlamento que contará, seguramente, con varias formaciones políticas y una mayoría de izquierdas que hasta ahora no había conseguido pactar. Eso sí es positivo y puede ser un buen síntoma de cara a una futura estabilidad política, pero por lo que vaya a suponer el Presupuesto de 2019, en la vida de los asturianos, ya pueden quedar tranquilos que apenas lo notarán.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

jueves, 29 de noviembre de 2018

Cine asturianu

La mio parrafada de los xueves en Noche tras Noche de la RPA


El Mi lio d'esta selmana ye pol Festival de Cine de Xixón, un festival que yá va pola 56 edición y clausuróse'l sábadu pasáu con muncho humor y l'intervención de Rodrigo Cuevas, cantando resistiré del Dúu Dinámicu. Y seguru que resistirán porque ye un festival de calidá que dio'l Premiu del Principáu, al meyor llargumetraxe, a la película Hotel by the River del coreanu Hong Sang-soo y el premiu especial del xuráu al realizador y direutor xixonés Ramón Lluis Bande por "Cantares d'una revolución". Una película qu'acapia a la nuesa identidá, recuerda a Belarmino Tomás y recrea, cola voz del cantautor Nacho Vegas, el cancioneru d'Ochobre de 1934.

Dicen, los entendíos, qu'esti foi'l meyor añu del cine asturianu nel Festival de Xixón. Un cine que, cada vez más, esfruta de la reconocencia y llega a xaciase col meyor cine d'autor del mundu, en calidá y cantidá, porque na menos que’l 48% de les producciones españoles presentes nel festival foron asturianes. Lo cuál sospriende y fai que nos entruguemos si esiste, de verdá, un cine asturianu. Y, cuando dicimos asturianu estremamos ente trés posibilidaes porque convién estremar ente'l cine rodáu n'Asturies, el cine fechu por asturianos y el cine puramente nuesu…. Quiero dicir el cine de ciertu valumbu que resulte identificable nes sos temes, los sos enfoques o nos venceyos, ente los sos autores, como específicamente asturianu.

Si porque una cosa seríen les películes que se rueden n'Asturies, tomando Asturies como escenariu, otra la obra de direutores y realizadores nacíos n'Asturies y, ensin dulda, la más interesante, una cinematografía asturiana con traces propies.

Eso sería lo interesante y a eso voi… Porque equí nesta parrafada de los xueves avezamos a interesanos por tolo asturiano.

El casu que cuando los periodistes preguntaron polo mesmo inclusive'l premiáu Ramón Lluis Bande foi represu. Apenes quixo comprometese y precisar si lo que se ta cuayando ye xuna cinematografía o un enclín. Nun quixo esclarialo pero si dixo que ve con claridá que dalgo hai y dalgo se tá cuayando.

Elisa Cepedal, una xoven cineasta asturiana, que formóse y ta afincada en Llondres, dixo que, al igual que'l pueblu asturianu, el cine asturianu tamién ta en construcción. Que la situación de crisis y cambéu, que vive Asturies, y que se simboliza col zarru de les mines, ye mui estimulante y tamién val pal cine.

Hasta agora vimos películes asturianes, como In memoriam, un llargu nel que Bande enceta l'alcordanza y los olvidos del maquis n'Asturies…. Re Mine, una película na que Merino da una repasada a les postreres grandes fuelgues de la minería. O la premiada de Bande, Cantares d'una revolución, que recrea'l cancioneru de 1934… Toes suponen una mirada a la realidá asturiana d'un pasáu recién al que se vuelve porque pue esplicar el presente. Pero queda por ver si podemos pasar d'ehí… Quiero dicir, si la cinematografía asturiana pue dir más alló de les cuestiones identiaries. Yo apuestu que sí.

Milio Mariño

lunes, 26 de noviembre de 2018

Jabalíes en el Congreso

Milio Mariño

Hace veinte años, Luis Carandell ya lamentaba que los políticos españoles hubieran perdido el arte de la oratoria. Solíamos tomar café en el Nebraska de La Gran Vía, de Madrid, que estaba debajo de la SER. Era maravilloso disfrutar de su compañía y oír su repertorio de anécdotas a propósito de los diputados. Y, justo por eso, me vino a la memoria su recuerdo cuando vi las imágenes de lo que ocurrió la semana pasada en Las Cortes. ¿Qué pensaría Luis, autor de Celtiberia Show y Se abre la sesión, de estos parlamentarios de ahora? Aunque, claro, esto de ahora no son anécdotas. Tampoco, ni mucho menos, una exhibición de buena o mala oratoria. Esto coincide con lo que dijo Ortega, en un discurso pronunciado el 31 de julio de 1931, cuando acuñó la definición de jabalíes para describir a un grupo de parlamentarios entre los que también estaban varios diputados de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo de jabalí parlamentario viene bien para definir a unos cuantos y, sobre todo, a Gabriel Rufián. Es su estilo. Lo suyo es meter el colmillo y destrozar lo que encuentre a su paso. Es lo que trata de hacer quien se cree la estrella del Congreso por insultar a destajo y vestirse como quien va de manifestación por el barrio. Monta el número y luego, cuando lo enfocan las cámaras, sonríe orgulloso presumiendo de su hazaña.

Y tiene seguidores, claro que los tiene. Los hay que disfrutan con la vileza parlamentaria. Con los malos modales y los exabruptos que han sustituido a la ironía, la educación exquisita y la fina oratoria. Acertaba Ortega. Parece como si los jabalíes, que se acercan peligrosamente a las ciudades, también hubieran elegido el Congreso para hozar a sus anchas. Acabamos de verlo. Ana Pastor dijo basta y surgió algo así como una manada desfilando por delante del Gobierno. Incluso hubo uno que se volvió y lanzó, no se sabe muy bien si un gruñido o un escupitajo.

Las cámaras no lo aclaran pero, en cualquier caso, me parece fatal que traten de quitarle importancia al desprecio. Fue desconcertante ver a Borrell denunciando la afrenta, mientras el resto miraba para otro lado y hacía como si nada hubiera ocurrido.

Buscando explicaciones, a la nula reacción de los líderes, advertí una diferencia generacional que me preocupa. Borrell viene a ser, más o menos, de mi edad, un abismo con respecto a la edad de Rivera, Casado, Pedro Sánchez o el propio Gabriel Rufián. Es de otra época. Sabe lo que es el respeto y la buena educación. Por eso se siente herido y no acepta la sumisión a los malos modales y los insultos. No acepta, y me parece bien, que los diputados se porten como jabalíes y sustituyan lo que debería ser elocuencia por dentelladas de sus colmillos.

Por supuesto que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Rivera y Casado son de otra época y ven las cosas de diferente manera a cómo las vemos algunos. Es lógico. Pero eso no justifica que tengan que ser tolerantes con la falta de respeto. El respeto debe ejercerse de forma activa porque, de lo contrario, si extendemos la tolerancia a quienes se portan como energúmenos, nos convertimos en lo que son ellos. No quiero decir, con esto, que se eche más leña al fuego sino, simplemente, que no se quite importancia a lo sucedido.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de noviembre de 2018

El cuento del coche eléctrico

Milio Mariño

Soy consciente de que la contaminación va en aumento y exige tomar medidas pero veo, prácticamente, imposible que dentro de veinte años todos los coches funcionen a pilas. Ya lo dice la canción, veinte años es nada. De modo que eso de que, en el 2040, no se permitirá la matriculación de turismos y vehículos comerciales ligeros con emisiones directas de dióxidos de carbono, no me lo creo. No me lo creo por más que lo anuncien a bombo y platillo y pongan como ejemplo que esa misma medida ya la tomaron en Suecia, en Alemania y en otros países.

Imagino el reproche y lo acepto. Reconozco que soy un escéptico, pero mi escepticismo no consiste en estar a favor o en contra del coche eléctrico, sino en preguntarme qué hay de cierto en los argumentos que lo avalan, dónde están los fallos, si es que los hay, dónde los intereses ocultos, si pueden sospecharse, y dónde las afirmaciones sin pruebas. Preguntas a las que he tratado de buscar respuesta dentro de mis posibilidades, claro. Uno llega hasta donde llega, que no es muy lejos. Pero, sin llegar muy allá, acabé encontrando evidencias que me llevaron a ratificarme en lo que les dije al principio: no me lo creo.

La primera son los ingresos fiscales. Es el impuesto especial de hidrocarburos por el cual el Gobierno recauda alrededor de 11.000 millones de euros al año, sin contar el IVA. Es decir que la desaparición del gasoil, y la gasolina, supondría dejar de recaudar esa millonada y añadir dos puntos del PIB al déficit. Una merma, brutal, de ingresos que sería insoportable para las arcas públicas. Así es que el Gobierno debería decir lo que no dice, de dónde piensa sacar el dinero que dejará de recaudar.

El agujero en la recaudación de Hacienda se me antoja insalvable pero hay más. España tiene ahora mismo 30 millones de coches en circulación. Coches que si fueran eléctricos, al menos dos tercios, deberían cargar su batería durante la noche para tenerla llena al día siguiente. Pues bien, ¿saben cuanta capacidad de generación eléctrica nocturna necesitaríamos? Nada menos que 90.000 MW, cantidad que sumada a la demanda habitual supondría casi el doble de la que tenemos. Pero es que, además, como la electricidad no se puede guardar en un depósito como sucede con los carburantes, sólo se produce la que se necesita en cada instante, ¿qué se podría hacer para responder a esa demanda? Lo digo porque nuestros principales recursos energéticos son el carbón, la nuclear y las renovables de origen eólico y solar. De manera que, no sé, lo mismo están pensando en regalarnos varias centrales nucleares o en poner torres eólicas en lo alto de los edificios.

Dejo aparte otros temas menores como el de qué quienes no tengan garaje tendrán que buscarse la vida para encontrar dónde recargar el coche o el de la autonomía, que con gasoil o gasolina es de 800 o 1000 Km y no pasa de 200 en el caso de los coches eléctricos.

Por eso, por lo apuntado anteriormente, insisto en que es muy fácil decir que, en el 2040, se acabarán los coches de gasoil y gasolina, pero si no nos dicen cómo piensan hacerlo sonará a cuento de hadas. Quedará muy bonito, como algo deseable, pero será materialmente imposible, incluso, dentro de veinte años.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de noviembre de 2018

Cosas de la edad

Milio Mariño

Como lo que más agradezco es divertirme recibí con una sonrisa la noticia de ese empresario holandés que ha llevado a los tribunales una petición para que le quiten veinte años de edad y en su pasaporte y documento de identidad figuren, solo, 49 años en lugar de los 69 que tiene.

La tontería apareció en todos los medios. Y no solo eso sino que de su petición se han ocupado incluso los jueces no sé si para solidarizarse con sus colegas españoles y demostrar que en Holanda la justicia también anda a uvas y es capaz de hacer el ridículo. Menos mal que la respuesta de sus señorías fue negativa. Los jueces dijeron que no habían encontrado argumentos legales para autorizar que un ciudadano pueda cambiar por voluntad propia el día de su nacimiento.

Pero Emile Ratelband, que así es como se llama el que quiere rejuvenecerse por lo legal, no estuvo de acuerdo. Echó mano de su juvenil ingenio y contraatacó diciendo que si los transexuales pueden cambiar de género y que conste en su pasaporte, por qué, él, no va a poder cambiar de edad.

Visto de esa manera, a uno le entran dudas. Además, el tal Ratelband, al parecer, se hizo una revisión y los médicos le aseguraron que fisiológicamente tiene 45 años. Así de joven es como se siente, y no como un jubilado, por eso dice que si logra cambiar la partida de nacimiento no pretende lucrarse de su situación actual, sino que está dispuesto a renunciar a su pensión y seguir trabajando hasta que, de nuevo, le llegue la hora. Se nota que es holandés. A un español jamás se le ocurriría proponer un trato tan desfavorable.

Lo más sorprendente es que diga que no es el miedo a envejecer lo que le ha llevado a plantear la reclamación. Que la ha planteado porque desea exprimir la vida al máximo.

No veo que la vida se pueda exprimir por cambiar una fecha en un papel pero agradezco que este señor se haya decantado por lo legal y no por soltarnos una retahíla de recetas mágicas y hablarnos de las bondades del ayuno, de la mosca de la fruta, del gusano Caenorhabditis elegans y de un compuesto llamado resveratrol que está presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces, y afecta a la actividad de un gen implicado en la longevidad. Hay todo un ejército de voluntarios insistiendo en la idea de que no es obligatorio envejecer. No lo será pero ya me dirán qué harían las familias sin los abuelos, sin esa tendencia, iniciada hace poco, de que los mayores cuiden de los niños para que los jóvenes puedan trabajar sin problemas. Menuda catástrofe si todos los que tienen 69 años reclamaran tener 49 y nos encontráramos con una sentencia como la primera de la Sala quinta del Supremo. Tendría que reunirse el Pleno y corregir el fallo como han hecho con las hipotecas.

La clave del caso, cuentan que estuvo en una pregunta que le hizo el Juez. “¿Dónde quedan esos 20 años que usted quiere quitarse?” La respuesta es difícil. Uno se quita años y no pasa nada. Está más o menos autorizado. Pero pedir que lo ratifique un juez… Para mí que son cosas de la edad. De los 69 que dice no tener.

Milio Mariño 7 Artículo de Opinión / Diario La Nueva España