Hay palabras que a uno le salen del
alma. El otro día, cuando vi, por televisión, a Greta
Thunberg en el puerto de Lisboa, delante de un micrófono, dije en voz alta:
“Probina”. Lo dije atendiendo al significado que los asturianos damos a esa
palabra. Nada que ver con la situación económica de la niña porque ya me dirán
quien consigue que los Grimaldi le dejen un barco para ir desde el Reino Unido
a Nueva York, y que, una vez allí, otra familia se ofrezca para llevarlo en
catamarán desde Salt Ponds hasta Lisboa. En ese sentido, Greta Thunberg no es
una niña pobre. Lo es por cuanto está soportando la presión de ser famosa a
nivel mundial y el futuro dirá si tiene la fortaleza suficiente para aguantar
el tirón o corre el riesgo, como les ocurrió a otros niños y adolescentes, de
convertirse en un juguete roto que acaba siendo olvidado y abandonado por todos.
Aclaro, entes que nada, que estoy
a favor de la Cumbre del Clima. No soy un negacionista de esos que sostienen
que es mentira que tengamos un problema con el medioambiente. Tenemos un
problema y muy gordo, pero la utilización de esa niña no me parece bien. Creo
que es víctima de su fama y una marioneta en manos de no sabemos quién, a la
que sus padres no han sabido, o no han querido, proteger. Además, me sorprende su
aspecto de niña siempre enfadada y su discurso y forma de proceder, más propios
de una persona adulta que de una preadolescente. No me gusta que los niños se
comporten como adultos ni tampoco que los adultos lo hagan como niños de
primaria.
El caso que después de todo, por
más que insistan en que ya tiene 16 años, Greta no deja de ser una niña que
aborda el problema del cambio climático como si fuera un cuento de hadas. Como
si hubiera una solución mágica que los políticos no están aplicando porque son
como la bruja mala que se empeña en fastidiarnos. Quizá sea por su inocencia,
pero es una forma muy peligrosa de abordar el problema, pues abona la idea de
que la clase política es la única responsable del calentamiento global y pasa
por alto el papel de las empresas contaminantes y las grandes corporaciones
industriales como si no tuvieran ninguna responsabilidad.
Al final, no deja de ser una
historia infantil, otra más, que contribuye a esa tendencia al alza que es la
infantilización de la sociedad. Lo preocupante, y no lo digo con suficiencia,
es que un adulto de inteligencia media crea que una niña, así por las buenas,
puede convertirse en un icono mundial, viajar en un velero acompañada de un
príncipe monegasco, tener voz en la ONU y ser recibida por los dirigentes de
los países más importantes del mundo.
Llámenme desconfiado si quieren,
pero sospecho que si esa niña se ha convertido en la superheroína del cambio
climático no ha sido por casualidad. Pienso que tiene que haber una serie de
patrocinadores que están detrás y se encargan de promocionarla. ¿Con qué fin?
Pues no sé, a lo mejor porque antes de recurrir a un lobby, les viene mejor que
una niña inocente nos cuente el cuento de que son los políticos quienes se
están cargando el planeta y no los intereses económicos del ultraliberalismo de
moda.