viernes, 20 de julio de 2018

¿Quies bolsa?

Milio Mariño

El mi lio d'esta selmana ye cola bolsa. Pero non me refiero a la de Wall Street… Tranquilos, nun ye esa bolsa, ye la bolsa del supermercáu. Ye cuando la caxera te mira con cara de llástima y entruga si vas precisar bolsa pa meter lo que comprasti… Entós alcuérdeste de qu'agora yá nun les regalen y caes na cuenta de que volvisti a escaecer la bolsa en casa…. Vaya, colo grandes y guapes que son ese par de bolses que, va pocu, mercasti y nes que cueye cualquier cosa y soporten pesu enforma…O toes eses bolses de plásticu que tíes nun rinconín. Bolses de tolos colores, de distintes cadenes de supermercaos, que non t'interesen lo más mínimo pero que sigues guardándoles, por si acaso.

Si voi querer bolsa…. Dices, mientres el siguiente na cola mírate y mete priesa emburriándote col carrín… ¡Ui perdona!... Non, nada, tranquilu… Pero la caxera vuelve a la carga y pregunta cuantes bolses quies… Y entós empieza'l segundu dilema. Lo d'atinar col númberu de bolses que vas precisar pa meter la compra. Asina que dempués de pensalo un pocu, condicionáu pola impaciencia de los que tán detrás, dices…. Dame dos. Y siempre t’equivoques… Nunca atines, siempre pides de más… O de menos. Nunca sabes cuál ye'l pesu que puen soportar eses bolses ensin rompese. Porque enriba tamién se ruempen. Si metes tres cartones de lleche, dos bricks de zumu, una botellina vinu y la fruta, llega'l momentu en que la bolsa nun pue soportar el pesu y esplota. Y si resulta que te cai tou al suelu, en metá de la cai, vas ser tu'l que va tener que recoyer lo que se puea salvar. Y tou por nun atinar col númberu de bolses que precisabes.

Lo curiosu del casu ye que como nunca t’alcuerdes de trayer una bolsa de casa, y tíes que pidila, quedes como un energúmenu que nun s'esmolez pol medioambiente. Yá nun ye que pagues los cinco céntimos, ye qu'hasta te sientes culpable por tener que pidir un par de bolses.

A propósitu de lo que tamos falando, calculen que caún utilizamos ente 130 y 160 bolses de plásticu al añu. Bolses que, antes del 1 de xineru de 2026, esi ye l’oxetivu, tienen que quedar en 30 o 40.

Too mui guapu pero, yá sabes, si pagues tíes bolsa… Y yo nun quiero salvar el mundu pagando bolses a cinco céntimos…. Que lo salven les multinacionales, que nos den bolses de papel, de cartón, biodegradables o lo que sía. Amás tengo un trucu pan nun pagar y contaminar menos. Utilizar les bolses de la basoria… ¿Por qué nun puen ser bolses de la compra? Por qué nun-y damos la vuelta al ciclu. Compres un rollín de bolses de basoria, que polo visto nun contaminen nada, y úsesles dos vegaes… Primero pa llevar la compra a casa y depués pa tirala a la basoria. Ye una idea porque, pa mi que van cobranos hasta por eses bolses qu’hai nos supermercaos pa meter el paragües cuando llueve. 

El mio camentario selmanal nel programa Noche tras Noche de la RPA

lunes, 16 de julio de 2018

Fútbol también en verano

Milio Mariño

Ayer acabó el Mundial de Fútbol, pero hace ya una semana que los equipos entrenan y sudan la camiseta con vistas a la próxima temporada. Así es que este año la pelota no dejará de rodar ni siquiera en verano. Será un punto y seguido que mantendrá constante la tensión de los aficionados. Una tensión que también sirve de terapia pues el fútbol, si bien no resuelve nuestros problemas, ofrece un espacio para canalizar los sentimientos, ya sean de alegría o de frustración y tristeza.

La realidad no ofrece dudas, confirma lo que es evidente. Por eso, siempre que hablamos de fútbol acabamos hablando de su función como válvula de escape. Cuestión que este año se dará al completo ya que no tendremos ni un mes de respiro. También es verdad que, aunque no se hubiera jugado el Mundial, tampoco se hubiera producido el vacío. Haya o no competiciones, los mensajes y las noticias del fútbol fluyen de manera constante para mantener la atención de los aficionados. Basta recordar que algo tan intrascendente y tan simple como un esguince, de cualquier futbolista importante, puede convertirse en tema de apertura de los telediarios. Y ya no les cuento si hablamos de fichajes y surge un caso como la marcha de Cristiano Ronaldo a la Juventus.

El fútbol no cierra ni se va de vacaciones. Los que entienden de negocios dicen que hay tres cosas que funcionan siempre: los espectáculos para niños, la música para los jóvenes y el fútbol para los adultos. Debe ser cierto porque durante los años duros de la crisis, el fútbol apenas se vio afectado y millones de españoles siguieron siendo socios de su club, acudiendo a los estadios o comprando abonos para verlo por televisión, aun a costa de reducir todavía más sus escasos ingresos económicos. Así es que merecería un estudio sociológico, eso de que miles de personas, que difícilmente llegan a final de mes, estén dispuestas a rascarse el bolsillo para ver a veintidós futbolistas, que ganan millones, correr detrás de un balón. Un estudio serio y riguroso porque no estoy de acuerdo con Jorge Luis Borges, que además de ingenioso era provocador y llegó a decir que el fútbol es popular porque la estupidez también lo es.

Despachar el tema con semejante reduccionismo me parece una simpleza. No creo que el fútbol nos haga estúpidos. Tampoco creo que sea cosa de ignorantes. Recurrir al menosprecio supone menospreciar a millones personas. Estoy de acuerdo en que se ha convertido en mucho más que un deporte y, si me apuran, que incluso apenas es ya un deporte. También estoy de acuerdo en que, tal vez, como dicen algunos, viene a sustituir a la guerra. Si fuera así no cabe duda que es preferible ver un Alemania-Inglaterra sobre el césped con los respectivos equipos escuchando los himnos nacionales, como si fueran soldados antes de la batalla, que recordar los horrores de las dos guerras mundiales.

El fútbol es lo que es, un fenómeno social, y conviene aceptarlo sin sacar las cosas de quicio. Sin hacer comparaciones absurdas como eso de que las sociedades que valoran más a un futbolista que a un médico están condenadas al fracaso. El valor de la medicina es indiscutible, no creo que nadie lo ponga en duda, pero no anula el valor del fútbol. Un valor que hay que entenderlo como refugio y válvula de escape frente a una realidad que muchas veces asusta.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de julio de 2018

Imaginar Avilés

Milio Mariño

Estos días pasados se reunió el jurado que decidirá el ganador o ganadora del concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento para remodelar el parque del Muelle y la plaza de Pedro Menéndez. Son catorce propuestas y solo cabe esperar que acierten y elijan lo mejor. Que nos regalen algo nuevo y diferente porque no sé si ustedes habrán jugado alguna vez a pasear por Avilés imaginando nuevos paisajes. Yo suelo hacerlo pero me cuido de comentarlo, incluso con los amigos. No por miedo a que piensen que estoy chiflado, sino porque es muy difícil definir con palabras lo que uno llega a imaginar cuando sueña. Así es que prefiero guardarlo y compartirlo con ese otro que es uno mismo. Pero, claro, a veces, hasta uno mismo se cansa del otro y cae en la trampa de liberase de los secretos, contándolos.

El secreto que cuento, y deja de serlo, es que de vez en cuando salgo de casa y voy por ahí quitando y poniendo, a capricho, edificios y monumentos. Un día cogí la estatua de Pedro Menéndez y la puse en el Parche, frente al ayuntamiento. No quedaba mal. La sensación era como de una plaza distinta, más suntuosa y más noble, no por el personaje sino por la prestancia que siempre dan las estatuas. De todas maneras, para mi gusto, quedaba mejor otra idea que tuve: poner la iglesia grande de Sabugo en medio de Las Meanas. Quedaba de cine. Imaginen la iglesia rodeada de árboles, con la luz del atardecer intercalada por la sombra de sus torres y un montón de jóvenes sentados en las escalinatas; algunos tocando la guitarra y otros en animada charla.

Como ven, esto de pasear imaginando proyectos, o cambiando las cosas de sitio, es muy entretenido. Si me preguntan para que sirve, no sé me ocurre otra cosa que para distraerse y remachar la convicción de que, si bien, Avilés está guapo y mejor que hace unos años, nada impide que lo imaginemos distinto. Sobre todo porque imaginar resulta barato y supone resolver, al instante, los proyectos más descabellados sin necesidad de las obras interminables.

Lo bueno del caso es que por mucho que uno imagine y discurra cosas que cree que no se le ocurren a nadie siempre aparece algo con lo que no contaba. Algo como una antigua reseña que dice que cuando en el siglo XIX se planteó la construcción de la Plaza Nueva, la que llamamos Hermanos Orbón, la primera propuesta incluía un precioso jardín en el espacio de la actual plaza de abastos. Idea que acabaron desechando por otra, que decían, más práctica y dio como resultado lo que ahora tenemos.

Aquella idea fue rescatada, tiempo después, por dos personas que siempre se preocuparon por Avilés. El arquitecto y dibujante José María González, “Peridis”, que propuso hacer de Hermanos Orbón la Plaza del Pueblo y Carlos Ferrán, autor del plan especial de protección del casco histórico, que propuso una actuación puente que sirviera de enganche entre la plaza y el parque para revitalizarla y realzar su belleza.

Podría contarles otros proyectos porque esto de imaginar Avilés, al gusto de cada uno, además de divertido, es de lo más democrático: cada cual puede imaginar lo que quiera y todos contentos. Cosa que será difícil que se consiga, decidan lo que decidan, los que elijan el proyecto para remodelar el Parque del Muelle.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 2 de julio de 2018

Franco a tumba abierta

Milio Mariño

Franco es un obscuro y molesto fantasma que continúa presente en la memoria de los mayores y acaba por desvanecerse en las generaciones más jóvenes. Las huellas de la dictadura, los muertos olvidados en las cunetas y los monumentos que evocan siniestras hazañas aún provocan el estremecimiento que, para muchos, supone recordar aquella época.

Si nos atenemos a los datos que facilita el CIS, el 60% de los españoles tiene plena conciencia de lo ocurrido durante el franquismo, lo cual debería hacernos reflexionar y abordar el problema pensando que no estamos ante algo que solo interesa a cuatro viejos, nostálgicos de revancha. Estamos ante la oportunidad de cerrar un capítulo de nuestra historia que sigue pendiente, a pesar de la operación de lavado y aseo que algunos han intentado con Franco. A quien presentan no como un cruel dictador sino como un gobernante, católico y moderado, que impuso un régimen que carecía de algunas libertades que quizá debamos perdonar, pues corrían otros tiempos y lo que se dice de la brutal represión no es verdad.

A este blanqueo del franquismo contribuyó la extrema derecha y también el PP, que ha venido actuando como si se considerara heredero de aquella época y ha insistido en el discurso de que más que una dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo cosas malas pero que el país prosperó y fue peor la República. Una idea que han repetido con machacona insistencia, negándose a romper con el pasado y alimentando la postura de que la sociedad española está dividida en franquistas y antifranquistas.

Me parece una reducción simplista, pero conviene advertir que aquí no ha pasado como en otros países. Aquí, la relación con nuestro pasado sigue enturbiando la imagen de la democracia. Otros países, incluso en Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones mucho peores, han hecho un trabajo de duelo y reparación de las víctimas que en España sigue pendiente. Sigue pendiente porque la democracia española surgió de un pacto con las fuerzas de la dictadura. Pacto que incluía la amnistía, pero no incluía la amnesia. De modo que el olvido quizá fuera razonable en los primeros años de la transición pero nada justifica que tenga que ser para siempre.

¿Se soluciona el problema sacando a Franco del Valle de los Caídos y enterrándolo en otro sitio? Es posible que no. El Valle de los Caídos siempre será un icono franquista, aunque Franco no esté enterrado allí. Aquello, por más que se empeñen, nunca podrá ser un monumento a la reconciliación pero, al menos, habremos saldado una deuda con la democracia. Habremos dado un paso, muy importante, para superar la etapa negra y procesarla de forma conjunta y madura, en línea con lo que han hecho en Alemania, Suráfrica y varios países de hispano América.

Que lo dejen en paz, dirán los más jóvenes y los que han olvidado quien era el personaje. Para ellos, solo un detalle. El 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morir y ya bastante enfermo, Franco firmó once penas de muerte. Según el historiador Paul Preston, firmó las sentencias tomando café, antes de la siesta. No hizo caso de las peticiones de clemencia que llegaron de todas partes, incluida la del Papa Pablo VI. Murió matando, aunque una paradoja del destino hizo que lo mantuvieran artificialmente con vida, infringiéndole un sufrimiento que debió equipararse al que él impuso a la mayoría de sus víctimas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

jueves, 28 de junio de 2018

Presentamos Lunes que ayudan al domingo en el Centro Cultural Valey

La presentación corrió a cargo de María Luz Pontón y David García


En un acto muy sencillo pero muy guapo ayer presentamos en sociedad mi último libro: Lunes que ayudan al domingo. Al final hubo un animado coloquio con los asistentes.

lunes, 25 de junio de 2018

Rajoy el trabajador

Milio Mariño

Al hilo de lo que se ha dicho tantas veces, se me ocurrió que a Mariano Rajoy debe pasarle otro tanto que a su paisano, el que fuera gran escritor Julio Camba, que prefería morirse antes que trabajar. Camba nunca ocultó que la pereza era su vicio y su pasión preferida, de modo que convertir su trabajo en puro ocio constituía el eje central de su vida. Odiaba enfrentarse a cualquier tarea y cuando un día le preguntaron como hacía para escribir sus artículos respondió con la ironía y el humor del que hacía gala el gran maestro gallego: “Para hacer un artículo yo me encierro por las tardes en un cuarto pequeño con un poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido y abundante, y otras sale duro, difícil y escaso; pero siempre sale”.

Camba era así de ocurrente. Solía decir que, aunque el catecismo señala que la pereza es uno de los siete pecados capitales, por lo general, todos somos, vocacionalmente, vagos.

Estoy de acuerdo. Puede que haya excepciones, como en todo, pero la tendencia a la vagancia ya estaba presente en el paraíso de Adán y Eva, antes del desafortunado incidente de la manzana. Así es que no creo que vaguear sea un vicio nefando. Es algo innato que escapa a nuestro control. Algo como ser gordo, bajo o feo de cara, que no son vicios ni mucho menos pecado. De ahí que no entienda ese empeño por negar la vagancia de alguien, por mucho que ese alguien fuera Presidente del Gobierno. No entiendo esos titulares, a toda página, que ponen a Rajoy como una persona que ama el trabajo por el hecho de que apenas dos semanas después de cesar en el cargo pidiera el reingreso como Registrador de la Propiedad. Un puesto del que llevaba ausente más de 28 años y al que acudió, el primer día, llegando una hora tarde. El comienzo de la jornada está señalado para las nueve de la mañana y él llegó a las diez y cinco. Cosa que tampoco debe extrañarnos porque Rajoy, lo mismo en el Congreso que en el Senado, fue acusado muchas veces de no comparecer o de hacerlo tarde, mal y a destiempo. Y no me refiero al día de la moción de censura, cuando se ausentó de su escaño y luego se supo que había estado hasta las diez de la noche debiendo en un bar, sino a que unos días antes, en el Senado, el portavoz del PSOE, Ander Gil, llegó a decirle que cualquier trabajador español, con el mismo nivel de absentismo, seguro que ya estaba en la calle, por despido objetivo.

Lo que trato de decir es que no creo que Rajoy haya pedido el reingreso por su afición al trabajo. De hecho, trabajar como funcionario suele ser el ejemplo que ponen siempre los estudiosos de la ociosidad. El funcionario refleja, tal vez de un modo injusto, la imagen tópica de la vagancia. Solemos entenderlo así aunque, como es lógico, hay de todo. Hay funcionarios que trabajan, funcionarios que no trabajan y otros que dicen que van a trabajar. Eso es lo que ha dicho Rajoy. Habrá que ver si lo cumple o no. De todas maneras, lo que sí es seguro es que cobrará un sueldo que ronda los veinte mil euros al mes.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de junio de 2018

Salvar bancos y dejar morir a las personas

Milio Mariño

Si tuviera que resumir, en dos palabras, qué es lo que define a los políticos que presumen de liberales diría sin pensarlo: la hipocresía y el cinismo. Para ellos, la famosa mano invisible ha dispuesto las cosas de tal manera que la persecución del máximo beneficio es el único medio que puede garantizarnos el bienestar y el bien común. Sobra, por tanto, la intervención del Estado. Sobra la sanidad pública, o por ejemplo el subsidio del paro, y no digamos cualquier atisbo de solidaridad. Su lógica parte del supuesto de que cada cual se las apañe como pueda y a quién Dios se la dé que San Pedro se la bendiga. De modo que no debe extrañarnos que, ante un problema humanitario, respondan como lo han hecho estos días. Diciendo la consabida frase: “Si tanto te gustan los inmigrantes mételos en tu casa”.

Fue lo primero que dijeron cuando se conoció la decisión de Pedro Sánchez de acoger al barco Aquarius. Apelaron a nuestro egoísmo y les faltó tiempo para insistir en su discurso de que el hambre, la injusticia y las enfermedades forman parte de la vida misma y al que le toca no le queda otra que aceptarlo con resignación cristiana. No cabe que le ayudemos porque eso no resuelve el problema. España, según ellos, no puede convertirse en una ONG. No puede tener un gesto humanitario porque eso propiciaría el efecto llamada y dentro de nada habría miles de inmigrantes y refugiados tratando de llegar a nuestras costas. Es decir, que lo que debería de haber hecho el gobierno es mirar para otro lado y dejar que el Mediterráneo acabara siendo la tumba de esas seiscientas personas. Su solución era esa, que les negáramos cualquier ayuda para que sirviera de escarmiento a los que estaban en el barco y a todos los que vengan detrás.

No sé si se habrán fijado, pero quienes nos advierten y alertan del peligro que supone salvar a seiscientas personas son los mismos que consideran imprescindible que salváramos a los bancos. Lo correcto, al parecer, es que el gobierno salve a los bancos y deje morir a las personas.

Dándole vueltas a esto, me acordé de un dibujo de El Roto en el que aparece una madre con un hijo pequeño, sentado en su regazo. Están solos mirando el atardecer y, en el bocadillo del dibujo, dice la madre: “Ya sé que no nos comprendes. Para que puedas comprender a los adultos tendrás que esperar a hacerte mayor y perder el juicio”.

En esas estamos. Vamos camino de perder el juicio, si es que no lo hemos perdido ya. La deshumanización ha ido consolidándose hasta convertirse en una especie de doctrina que trata de hacernos ver que el hambre, la explotación y la injusticia es lo normal. Insisten en convencernos de que la riqueza es inocente de la pobreza. Que los pobres y los desgraciados lo son porque quieren serlo. De modo que tratar de ayudarlos supone un despilfarro inútil e innecesario.

No dudo de que habrá quien compre ese discurso. Habrá partidarios de que nuestro gobierno siga el ejemplo del gobierno italiano, que niega y criminaliza la ayuda humanitaria. Pero creo que la mayoría, la inmensa mayoría, piensa que la decisión de acoger al barco Aquarius convierte a los españoles en mejores personas. Nos hace más humanos y más civilizados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España