lunes, 27 de octubre de 2025

El robo de París

Milio Mariño

Nunca se había robado tanto y de tantas maneras distintas como en estos últimos años. Es exagerado. No supone motivo de alarma porque los ladrones han mutado en magos circenses que con una mano distraen al público y con la otra le roban la cartera. Han conseguido incluso que en vez de llamarlos ladrones los llamemos corruptos. Y la diferencia no estriba en que la palabra suponga menos rechazo social. Eso no les importa, lo que les importa es el trullo. Los corruptos cumplen menos años de cárcel.

Insisto: Se roba muchísimo. Y, para mayor desgracia, apenas quedan ladrones como los de antes. Ya no hay ladrones como aquellos de las novelas y las películas, que eran muy ingeniosos y tenían unos principios morales que respetaban a rajatabla. Solo robaban a los ricos y no hacían daño a nadie. No usaban la violencia ni las armas. Así que no pude por menos que acordarme de ellos cuando leí la noticia del robo en el Museo del Louvre de París.

También leí muchas opiniones, pero la mayoría evitaban decir la verdad. Menuda obra de arte saquear las vitrinas de la Galería Apolo un domingo por la mañana, sin tocarle un pelo a nadie, y llevarse nueve piezas de las Joyas de la Corona. Una diadema de oro y diamantes; un collar de 8 zafiros y 631 diamantes; unos pendientes también de zafiros; un collar de esmeraldas; un par de pendientes a juego; un broche de piedras preciosas llamado relicario; una diadema con 212 perlas y 2.000 diamantes y un broche representando un gran lazo de diamantes rosa.

El Ministro del Interior francés, Laurent Núñez, convocó una rueda de prensa y dijo que el valor de lo robado era incalculable. Pero luego aparecieron los tasadores y dijeron que suponía 88 millones de euros. Poco me parece.

Dándole vueltas al robo tropecé con una frase que no acabo de acordarme de quién es: “Ya que vas a robar, roba bien”. Descarto que fuera El Lute y El Dioni pienso que tampoco. No es igual robar gallinas que las Joyas de la Corona. Las gallinas se roban fácil pero, para compensar esa facilidad, a modo de disuasión, suponen más años de cárcel. De todas maneras, robar para comer tiene nombre, se llama hurto famélico. Sí se roba por extrema necesidad, para evitar morir de hambre, siempre que el importe sea menor de 400 euros, solo entraña una pequeña multa o un mes de cárcel. Una excepción absurda porque quien se está muriendo de hambre no creo que tenga fuerzas para robar.

Los ladrones de París robaron para comer y para una espléndida sobremesa de café, copa y puro. Robaron unas joyas que si preguntáramos por su origen entraríamos en un terreno muy peligroso. Su historia se remonta varios siglos atrás y combina expolios, intrigas, asesinatos…   El diamante de mayor tamaño, 426 quilates, proviene de la India y daría para una novela. Así que vale más no hurgar en la herida porque lo mismo acabamos invocando el refrán: El que roba a un ladrón…  Y tampoco es eso. Cualquier robo, el  que sea, merece ser condenado. 

La parte positiva es que en España sería imposible ese robo. No por mérito de la policía, sino porque no tenemos joyas de la corona. La joya más importante está en Abu Dabi. 


Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de octubre de 2025

Guerras, animales y personas

Milio Mariño


Cuando el pasado 12 de octubre, en el desfile de la Fiesta Nacional, vi que habían sustituido a la cabra de la Legión por un borrego, que fue igualmente muy aplaudido, tuve la sensación de que el animal no disfrutaba con los aplausos y hubiera preferido que lo dejaran tranquilo y no lo metieran en aquel lío.

Los animales son pacifistas, no les gusta mezclarse con los ejércitos ni entienden que haya guerras. Lo cual no impide que puedan acabar siendo víctimas igual que nosotros. El otro día leí en un periódico que los rusos habían atacado, con drones, una granja en Ucrania, en la región de Járkov, y habían causado la muerte de 13.600 cerdos. Una masacre.

 Si las guerras resultan incomprensibles para nosotros, imaginen para los animales. Los animales no saben que el mundo se divide en países. Ni siquiera el toro bravo sabe que es español. Embiste aquí como embestiría en Pekín si hubiera toreros chinos desafiándolo en un ruedo. Lo suyo, como lo de cualquier animal, no es atacar, es defenderse. De modo que los animales no necesitan ninguna justificación. Todo lo contrario que nosotros, que cometemos atrocidades y luego hacemos lo indecible por justificarlas.

Miguel Gila, que era muy observador, decía que cuando hay una guerra matas a cualquiera y nadie te pregunta. Está justificado que mueran miles de personas. Por eso, muchos de los que se tienen por gente decente, incluido Felipe González, justifican que Israel mate a mujeres, ancianos y niños para que los terroristas reflexionen y piensen que siempre puede haber alguien más bestia.

 Puestas así las cosas ya me dirán que argumentos tenemos para reprocharles a los rusos que hayan matado 13.600 cerdos o destruyeran la gigantesca granja de Chornobaivka, donde había cuatro millones de gallinas que murieron de hambre y sed porque los rusos bloquearon el suministro de pienso y agua. Otro tanto sucede con las cabras, gallinas, ovejas y camellos que han muerto en Gaza por los bombardeos y porque también están pasando hambre igual, o más, que las personas. Hay una foto en la que aparecen unos niños palestinos y un burro comiendo, todos, del mismo cuenco. Seguro que a Netanyahu le parecerá simpática.

Desde que comenzó la guerra, según las estimaciones de la ONU, en Gaza han muerto 60.000 ovejas y 10.000 cabras. No hay registro de las gallinas, los burros y los camellos. Otros animales como los perros también han sufrido bajas, no se han librado, pero son los que mejor lo llevan. Son los únicos que no están flacos porque, al parecer, se alimentan de los cadáveres que encuentran abandonados en las calles.

Analizando las cifras de animales y seres humanos que han muerto en Gaza sorprende que sean muy parecidas. Tal es así que el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, no hacen distinciones. Los dos han dicho, públicamente, que los palestinos son animales. Les quitan la condición de humanos para justificar que tienen derecho a matarlos.

Sería absurdo negar que las personas no somos animales. Lo somos, además la diferencia entre ellos y nosotros no estriba en el destino, pues unos y otros morimos por igual. Lo que nos hace diferentes es la inteligencia. A los animales nunca se les ocurriría desfilar detrás de un borrego.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 6 de octubre de 2025

Luna llena de otoño

Milio Mariño

Mañana martes, siete de octubre, podremos disfrutar de la primera Luna llena de otoño, que es la más grande del año y añade un toque mágico a una estación que favorece las leyendas y las historias de los abuelos. Será todo un espectáculo si tenemos en cuenta que la Luna siempre ha sido fuente de fascinación y misterio, incluida su enigmática cara oculta, que fue inmortalizada por Pink Floyd en un disco que es música para los sentidos y bálsamo para el cerebro.

Viene de muy antiguo que asociemos los plenilunios a poderes mágicos y misteriosos que pueden ir desde que un hombre se convierta en lobo a propiciar que cambiemos de humor o que el pelo nos crezca más rápido. Nuestros parientes, los gorilas, celebran la luna llena bailando y los lobos aúllan al cielo, aunque hay quien dice que lo que hacen es rezar y pedir por la conservación de su especie. También las plantas se dejan influenciar por la Luna, así como los árboles, el agua de los océanos y sus inquilinos los peces.

La Luna es como una ternura flexible que lo envuelve todo. Y esta primera de otoño, que viene vestida de ocre y es la más grande y brillante, llegará, como siempre,  para favorecer nuestros sueños. Seguro que lo consigue, pero tiene difícil convencer a esa legión de científicos que, últimamente, parecen empeñados en corregir las enseñanzas de nuestros ancestros y aseguran que la Luna no nos influye en absoluto, que solo se trata de mitos y falsas creencias que han venido transmitiéndose a través de los siglos. Los hay que afirman, incluso, que subiendo una escalera experimentamos más cambios gravitacionales de los que puede ejercer la Luna sobre nosotros.

No me lo creo. Tampoco entiendo a qué viene esa campaña de desprestigio. Parece como si la Luna les hubiera jugado una mala pasada. Tenían mucha prisa por subir allí arriba y Collins, Aldin y Armstrong subieron en 1969, hace 56 años, pero nadie ha vuelto. Había muchos proyectos para establecer bases permanentes que permitirían explorar otros planetas, pero nada de nada. Y, tal vez por eso, por la indiferencia y el desprecio, la Luna se está alejando de nosotros.

Lo dice la NASA en un informe difundido hace poco. Dice que la Luna se está alejando de la tierra a razón de 3,8 centímetros por año. No parece gran cosa pero, según los expertos, de aquí a un tiempo podría tener consecuencias para nuestro planeta. Podría afectar a la duración de los días, el efecto de las mareas y hasta los eclipses.

Este informe de la NASA, y la postura de algunos científicos, evidencia lo mucho que saben de la Luna y lo que, aún, desconocen. Que es mucho más y denota su ignorancia en cuanto a la relación de la Luna con la Tierra. Un vínculo que nació hace millones de años y se fue acrecentando por razones de vecindad y mutuo respeto al orden cósmico que les permite girar a su bola.

Se entiende mal que quienes niegan que la Luna tenga alguna influencia sobre nosotros nos alerten del peligro de que, poco a poco, se vaya alejando. A saber qué pasará cuando se haya alejado tanto que ya no pueda influir en nada. Cuesta imaginar cómo será la vida entonces.