Nunca se había robado tanto y de tantas maneras distintas
como en estos últimos años. Es exagerado. No supone motivo de alarma porque los
ladrones han mutado en magos circenses que con una mano distraen al público y
con la otra le roban la cartera. Han conseguido incluso que en vez de llamarlos
ladrones los llamemos corruptos. Y la diferencia no estriba en que la palabra
suponga menos rechazo social. Eso no les importa, lo que les importa es el
trullo. Los corruptos cumplen menos años de cárcel.
Insisto: Se roba muchísimo. Y, para mayor desgracia, apenas
quedan ladrones como los de antes. Ya no hay ladrones como aquellos de las
novelas y las películas, que eran muy ingeniosos y tenían unos principios
morales que respetaban a rajatabla. Solo robaban a los ricos y no hacían daño a
nadie. No usaban la violencia ni las armas. Así que no pude por menos que
acordarme de ellos cuando leí la noticia del robo en el Museo del Louvre de
París.
También leí muchas opiniones, pero la mayoría evitaban decir
la verdad. Menuda obra de arte saquear las vitrinas de la Galería Apolo un
domingo por la mañana, sin tocarle un pelo a nadie, y llevarse nueve piezas de
las Joyas de la Corona. Una diadema de oro y diamantes; un collar de 8 zafiros
y 631 diamantes; unos pendientes también de zafiros; un collar de esmeraldas;
un par de pendientes a juego; un broche de piedras preciosas llamado relicario;
una diadema con 212 perlas y 2.000 diamantes y un broche representando un gran
lazo de diamantes rosa.
El Ministro del Interior francés, Laurent Núñez, convocó una
rueda de prensa y dijo que el valor de lo robado era incalculable. Pero luego
aparecieron los tasadores y dijeron que suponía 88 millones de euros. Poco me
parece.
Dándole vueltas al robo tropecé con una frase que no acabo
de acordarme de quién es: “Ya que vas a robar, roba bien”. Descarto que fuera
El Lute y El Dioni pienso que tampoco. No es igual robar gallinas que las Joyas
de la Corona. Las gallinas se roban fácil pero, para compensar esa facilidad, a
modo de disuasión, suponen más años de cárcel. De todas maneras, robar para
comer tiene nombre, se llama hurto famélico. Sí se roba por extrema necesidad,
para evitar morir de hambre, siempre que el importe sea menor de 400 euros,
solo entraña una pequeña multa o un mes de cárcel. Una excepción absurda porque
quien se está muriendo de hambre no creo que tenga fuerzas para robar.
Los ladrones de París robaron para comer y para una
espléndida sobremesa de café, copa y puro. Robaron unas joyas que si
preguntáramos por su origen entraríamos en un terreno muy peligroso. Su
historia se remonta varios siglos atrás y combina expolios, intrigas,
asesinatos… El diamante de mayor
tamaño, 426 quilates, proviene de la India y daría para una novela. Así que
vale más no hurgar en la herida porque lo mismo acabamos invocando el refrán:
El que roba a un ladrón… Y tampoco es
eso. Cualquier robo, el que sea, merece
ser condenado.
La parte positiva es que en España sería imposible ese robo. No por mérito de la policía, sino porque no tenemos joyas de la corona. La joya más importante está en Abu Dabi.
Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España


