Cuando recién aprendí a leer, con
siete años escasos, Gaspar Astete, un jesuita cuyo catecismo teníamos que
aprender de memoria, ya me puso al tanto de que la carne era uno de mis mayores
enemigos. Imaginen la sorpresa. Era un niño, no sabía que pudiera tener
enemigos. El caso que, de los tres que decía el fraile, recuerdo que, mal que bien, alcanzaba a ver el peligro del diablo y si me apuran el del mundo, pero el de
la carne ni entonces, con siete años, ni luego de adulto, ni ahora de viejo alcancé
a verlo nunca. Para mí la carne, la de comer y la otra, que también se come y
se disfruta, nunca fue un enemigo del que tuviera que guardarme y menos aún
combatirlo.
Les parecerá que exagero porque
ahora los niños lo saben todo cuándo tienen cinco o seis años y, según un
estudio reciente, hasta ven porno cuando tienen nueve o diez, pero tardé mucho tiempo
en enterarme de que la carne a la que se refería el fraile era sinónimo de sexo
y pecado. Entonces, con apenas siete años, no distinguía la carne animal de la
erótica. Aún creía que los niños venían de Paris; no sabía que los fabricaban
los padres, en secreto, y que otras parejas, con el pretexto de fabricarlos, se
dedicaban a procurarse placer.
Esto que les comento, volví a
recordarlo después de ver el telediario en el que Alberto Garzón daba consejos advirtiendo
de que la carne era un peligro. Pensé que estábamos en las mismas. Lo único que
esta vez no me pasó como cuando era niño, enseguida me di cuenta de que la
carne a la que se refería el ministro no era la que decía el fraile, pero, en
el fondo, el catecismo era idéntico. Señalaba la carne como enemigo y advertía
de un peligro que no lograba entender. Además, y seguramente qué para concienciarme,
Garzón exageraba igual que el fraile con la otra carne y decía que la
consumíamos en exceso, cifrando su consumo en un kilo a la semana. Me pareció
demasiado. Según las últimas encuestas, el 23,5 % de los españoles prueban la
carne a la que se refería el fraile una vez a la semana y solo el 16,9% lo hace
tres veces. Un porcentaje que, considero, es aplicable a la otra carne, la que
dice Garzón, pues no creo que la cosa esté como para comer bistecs y chuletas
de ternera todos los días.
Por supuesto que no lo está. Lo
que pasa que cuando hablamos de carne, la de comer y la otra, nos gusta presumir
y tendemos a exagerar. Un kilo de filetes de carne roja asturiana sale por
18,50 euros y un entrecot ni les cuento, de modo que Garzón debería estar
tranquilo ya que los pobres, que son los suyos, no pueden darse el gustazo de
un kilo de carne a la semana ni queriendo. Por eso, la conclusión a la que he
llegado es que la carne no puede ser un peligro.
Es cierto que España está a la
cabeza de Europa en cuanto al consumo de las dos carnes, la que dice el fraile
y la que apunta el ministro, pero también somos los más longevos, los que más
años vivimos. Así que la carne es posible que, para algunos, sea pecado, pero
mala no debe ser.
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Milio Mariño