lunes, 19 de julio de 2021

La carne como pecado

Milio Mariño

Cuando recién aprendí a leer, con siete años escasos, Gaspar Astete, un jesuita cuyo catecismo teníamos que aprender de memoria, ya me puso al tanto de que la carne era uno de mis mayores enemigos. Imaginen la sorpresa. Era un niño, no sabía que pudiera tener enemigos. El caso que, de los tres que decía el fraile, recuerdo que, mal que bien, alcanzaba a ver el peligro del diablo y si me apuran el del mundo, pero el de la carne ni entonces, con siete años, ni luego de adulto, ni ahora de viejo alcancé a verlo nunca. Para mí la carne, la de comer y la otra, que también se come y se disfruta, nunca fue un enemigo del que tuviera que guardarme y menos aún combatirlo.  

Les parecerá que exagero porque ahora los niños lo saben todo cuándo tienen cinco o seis años y, según un estudio reciente, hasta ven porno cuando tienen nueve o diez, pero tardé mucho tiempo en enterarme de que la carne a la que se refería el fraile era sinónimo de sexo y pecado. Entonces, con apenas siete años, no distinguía la carne animal de la erótica. Aún creía que los niños venían de Paris; no sabía que los fabricaban los padres, en secreto, y que otras parejas, con el pretexto de fabricarlos, se dedicaban a procurarse placer.

Esto que les comento, volví a recordarlo después de ver el telediario en el que Alberto Garzón daba consejos advirtiendo de que la carne era un peligro. Pensé que estábamos en las mismas. Lo único que esta vez no me pasó como cuando era niño, enseguida me di cuenta de que la carne a la que se refería el ministro no era la que decía el fraile, pero, en el fondo, el catecismo era idéntico. Señalaba la carne como enemigo y advertía de un peligro que no lograba entender. Además, y seguramente qué para concienciarme, Garzón exageraba igual que el fraile con la otra carne y decía que la consumíamos en exceso, cifrando su consumo en un kilo a la semana. Me pareció demasiado. Según las últimas encuestas, el 23,5 % de los españoles prueban la carne a la que se refería el fraile una vez a la semana y solo el 16,9% lo hace tres veces. Un porcentaje que, considero, es aplicable a la otra carne, la que dice Garzón, pues no creo que la cosa esté como para comer bistecs y chuletas de ternera todos los días.

Por supuesto que no lo está. Lo que pasa que cuando hablamos de carne, la de comer y la otra, nos gusta presumir y tendemos a exagerar. Un kilo de filetes de carne roja asturiana sale por 18,50 euros y un entrecot ni les cuento, de modo que Garzón debería estar tranquilo ya que los pobres, que son los suyos, no pueden darse el gustazo de un kilo de carne a la semana ni queriendo. Por eso, la conclusión a la que he llegado es que la carne no puede ser un peligro.

Es cierto que España está a la cabeza de Europa en cuanto al consumo de las dos carnes, la que dice el fraile y la que apunta el ministro, pero también somos los más longevos, los que más años vivimos. Así que la carne es posible que, para algunos, sea pecado, pero mala no debe ser.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España.

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