Según varias encuestas, por
término medio, consultamos el móvil cincuenta veces al día. Pero bueno, tampoco
conviene alarmarse ni hacer mucho caso. Ya saben lo que son las encuestas y el
término medio. Son qué si uno está comiéndose un pollo y otro mirando como lo
come, resulta que se han comido medio pollo cada uno. Así que es fácil deducir
que consultamos el móvil más veces de lo que apuntan las encuestas y que la
dependencia, al decir de varios estudios, ha llegado al punto de que muchos
padres atienden al teléfono antes que a sus hijos.
Llamarlo abandono tal vez sería
demasiado, pero hemos llegado a eso, a que muchos padres estén más pendientes
del móvil que de sus hijos. Hay creado un universo en el que se supone que
todos tenemos el móvil conectado y siempre a mano para responder cualquier
mensaje en, como mucho, treinta segundos. Si se tarda más tiempo ya hay
impaciencia en los dos lados, en el que ha mandado el mensaje y en el que tiene
que contestarlo. Por eso damos prioridad al teléfono antes que a cualquier otra
cosa. Y lo curioso es que la mayoría de esos mensajes, a los que damos
prioridad absoluta, suelen ser memes, chascarrillos y tonterías sin transcendencia. Nada importante para nosotros ni para nuestras vidas.
Esto de que los padres atiendan
al teléfono y desatiendan a sus hijos lo leí en una revista que reproducía un
estudio realizado en diez países. Pero, ni siquiera hacía falta leerlo. Basta
con salir a la calle y fijarse un poco. Todo el mundo está con el móvil en la
mano o colgado del cuello, que según The Wall Street Journal es lo último de lo
último. Es lo que acaban de poner de moda los modelos masculinos en los
desfiles de Prada, Dior y Versace, como algo muy práctico para leer los
mensajes sin tener que sacar el teléfono del bolsillo.
Era lo que nos faltaba, llevar el
móvil al cuello igual que las vacas llevan un cencerro. Dice el profesor David
Greenfield que esto pasa porque la adicción al móvil es muy similar a la que sienten
los ludópatas. Cada vez que suena el móvil, al parecer, causa interferencias en
la producción de dopamina, el neurotransmisor que regula el circuito cerebral
de recompensa. Cuando recibimos el aviso de un mensaje sube el nivel de
dopamina porque pensamos que nos ha llegado algo nuevo y muy interesante. Y como
no podemos saber qué es lo que nos llega, esa incertidumbre provoca el impulso
de estar siempre pendientes y coger el teléfono cuando suena.
Lo primero es el móvil. Está con
nosotros desde que nos levantamos hasta que nos acostamos o, incluso, en la
cama o la mesilla de noche. Y por supuesto, en los transportes públicos, la
calle, el trabajo, el parque, el restaurante o donde quiera que vayamos, incluido
el cuarto de baño.
Apuesto a que coincidimos en qué
el móvil solo deberíamos usarlo cuando, de verdad, lo necesitamos. Que deberíamos
ser nosotros quienes controláramos el teléfono y no al revés. Pero es evidente que,
el móvil, se ha convertido en nuestro amo y nosotros en sus esclavos. Estamos a
su servicio. Aunque no sé, tal vez piense así porque pertenezco a una de las
últimas generaciones que recuerdan cómo era la vida antes de que tuviéramos
móvil.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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