lunes, 27 de mayo de 2019

Justicia y caridad son difíciles de conjugar

Milio Mariño

Puede parecer un despropósito que no se agradezca el gesto a quien dona parte de su dinero para una causa social, pero también es cierto que mal iríamos si creemos que la caridad puede suplir a la justicia. Me refiero a las famosas donaciones de Amancio Ortega y a las dos posturas que surgieron después de las declaraciones de Pablo Iglesias. Una de comprensión y agradecimiento y otra de rebeldía y denuncia. Una, la de quienes perciben la caridad como algo beneficioso, y ahí se quedan, y otra la de quienes tienen grabado a fuego que nadie da duros a cuatro pesetas y piden que se tribute más y se done menos, exigiendo que sea el Estado quien aporte los recursos necesarios para la sanidad pública, a la vez que rechazan lo que entienden por limosnas de millonarios que tratan de lavar su imagen donando un dinero cuya procedencia consideran más que dudosa.

La discusión, algunos la circunscriben a si es aceptable que se responda con desprecio a quien dona dinero y lo destina para una buena causa. Pero abordar solo eso sería hacer trampa y dejar a medias la verdadera polémica. Es cierto que se criticó la donación de 320 millones que permitió renovar los equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer en 290 hospitales públicos, pero ahí no acaba la historia. La crítica incluía una segunda parte en la que se planteaba dotar a la sanidad pública de los recursos necesarios para que no dependa de las donaciones. Cuestión que apenas se comenta porque no interesa, o interesa muy poco, a quienes bendicen y abanderan ese pensamiento neoliberal que está tan de moda en Europa y propugna una menor intervención del Estado, en cuanto al cuidado de los ciudadanos, pero no tiene reparo en destinar el dinero público que haga falta para rescatar las pérdidas de los bancos.

A mi me parece estupendo que Amancio Ortega, a quien se atribuye una fortuna de 71.000 millones de euros, haya donado 320 millones, el 0,44% de su patrimonio, para la renovación de los equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Prefiero que done ese dinero a que se lo gaste en publicidad, aunque para el caso venga a ser parecido. Al menos de esa manera habrá unas cuantas personas que se beneficien y mejoren su calidad de vida. Ahora bien, que nos beneficiemos de ese gesto no significa que tengamos que poner al donante en un pedestal y pasemos a considerarlo un ciudadano ejemplar.

Amancio Ortega tiene sus cosas. Tiene pendientes varias denuncias por esclavitud, por emplear a niños y pagarles 90 euros mensuales por 16 horas diarias de trabajo, la más reciente en Brasil, resuelta tras un acuerdo con la fiscalía previo pago de 1,3 millones de euros. Además, tiene otra denuncia, en el Parlamento Europeo, en la que se le acusa de ingeniería tributaria, mediante la cual habría eludido el pago de 585 millones de euros en impuestos usando sus filiales radicadas en Irlanda, Suiza y otros paraísos fiscales.

Es evidente que, por nuestro pasado y cultura, percibimos la caridad, léase donaciones, como algo beneficioso y digno de agradecer, pero convendría que fuéramos prudentes con los mil millonarios. Antes de celebrar que nos den unos pocos millones, de los muchos que tienen de sobra, deberíamos exigirles que cumplan y contribuyan a que haya una mayor Justicia social.

Milio Mariño / Artículo de Opinión 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño