Entre las pequeñas cosas que guardo, como oro en paño, están
las dos horas que pasé con Gustavo Bueno. Fue por casualidad. Gustavo venía con
Pepe Martínez, aparecí yo, Pepe tuvo que ausentarse y me encargó que acompañara
al filósofo hasta la hora de la conferencia. Fuimos al Monterrey, a tomar un
café. No se me olvida. Lo que no recuerdo es la fecha. Debió ser a principio de
los ochenta y quizá en diciembre porque Gustavo hablaba, sin parar, de la
lotería. Decía que hacerse rico así era lo más injusto del mundo y peor,
incluso, que atracar un banco, pues no requería ningún esfuerzo. Cargaba contra
el Estado, asegurando que transformaba el bombo del sorteo en el dios de los
calvinistas. Yo estaba embobado con su discurso. Y con sus manos. Las movía de
una forma muy peculiar, vueltas hacia sí y con la habilidad de un trilero.
Años después, hará nueve o diez, le dediqué un artículo a
propósito de unas declaraciones suyas, en este periódico, en las que decía que Zapatero
era bobo porque pensaba como Alicia la del espejo. Gustavo acababa de publicar
un libro, “Zapatero y el pensamiento
Alicia”, en el que comparaba el cuento de Lewis Carroll con el ideario del
líder socialista.
Discrepaba entonces, y discrepo ahora, de que lo único
aprovechable del espejo sea la parte opaca. Es decir, lo que no aparece
reflejado y, a juicio del filósofo,
deberían ser cualidades del buen gobernante: la insensibilidad, la
desconfianza, el distanciamiento, el autoritarismo y la mala uva.
Eso, precisamente,
era lo que Gustavo Bueno reprochaba a Zapatero, que tuviera esas carencias, que
fuera bobo en ese sentido. Lo denunciaba en el libro. Un libro que escribió,
según sus palabras, por patriotismo.
Creo, sinceramente, que Gustavo había entrado, ya, en una
deriva imparable. Y no me refiero a sus apariciones en los programas de la tele
basura. Me refiero a sus ideas y al empeño por proclamarse patriota, contra el
que no tengo nada, pero apelar al patriotismo para reclamar que merecemos ser
gobernados por una persona malvada que ejerza el poder sin escrúpulos, equivale
a dar por bueno que, para Gustavo, quienes gobiernan como está mandando son los
dictadores y los sátrapas.
Ignoro si ese autoritarismo, y esa mala uva, que Gustavo reclamaba
para el Presidente del Gobierno también lo hacía extensible a otros ámbitos,
como los empresarios, los guardias de la porra, los alcaldes e, incluso, los
filósofos. Menos mal que el libro que le dedicó a Zapatero tenía un objetivo pedagógico.
Según él, había hecho un esfuerzo para, sin perder el rigor de los
conceptos, procurar que todo el mundo lo
entendiera.
Se agradece el
esfuerzo, pero ni con esas logré entenderlo. En parte, porque soy muy corto y,
lo que resta para el todo, porque el filósofo empleaba un discurso que cada vez
se entendía menos. Metía en el mismo saco a Zapatero, Mao, Kofi Annan y Abimael
Guzmán, el que fuera líder de Sendero Luminoso. Y, yo, cuando me hablan del
pensamiento Gonzalo ya es que me pierdo. Mi cabeza no da para tanto.
Lo que digo no quita para que siga considerando que Gustavo
Bueno fue un genio. Lamento que haya fallecido y guardo aquellas dos horas, que
pasé con él, como oro en paño, pero discrepo en lo que se me alcanza. No me
gustan los malos. Prefiero que me gobierne una buena persona antes que un
malvado.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño