Mientras disfrutaba de la sombra nemorosa de un árbol viejo, la memoria se
me fue al cielo y rescató del olvido el carrito de los helados. Lo citaban en
el periódico y recordé que era una especie de cajón de madera, de metro y medio
de largo, que tenía dos pequeñas ruedas, un varal para manejarlo y se adornaba
en el centro con tres brillantes conos metálicos.
A los mandos de aquel artilugio, iba un señor que recitaba, a voz en grito:
¡Al rico helado!... Tutti frutti, vainilla, chocolate, mantecado…
En mi memoria infantil había quedado grabada la imagen de un hombre que
tiraba del carrito hasta situarlo en un sitio estratégico. Lo recuerdo como una
especie de mago, vestido con una chaqueta blanca, que cogía una curiosa
herramienta, la sumergía en un recipiente con agua, levantaba la tapa, introducía
la mano y sacaba, por arte de magia, una bola de placer y frescura que podía llevarte
a un estado de levitación alienígena.
En el periódico que estaba leyendo decían que habían cogido a alguien con el
carrito del helado y me produjo una alegría tremenda. Hacía tantos años que no
veía un carrito ni un heladero, qué supuse que sería noticia por la novedad de
que volvieran. Pero seguí leyendo y acabé indignado ante la gran injusticia de
que hayan convertido al carrito de los helados en un símbolo de culpabilidad.
Por lo visto, a cualquiera que pillan haciendo algo malo dicen que lo han
pillado con el carrito del helado. Han pasado de aquella frase, con las manos
en la masa, a esta que tampoco tiene relación con la fechoría. Ni el panadero entonces
ni el heladero ahora, han hecho méritos para que los mezclen en asuntos turbios.
La única razón que se me ocurre es que quienes aluden al carrito del helado sean
malos poetas que no alcanzan a componer un soneto y se conforman con un pareado.
Ni el carrito ni el heladero vienen a cuento cuando se trata de sinvergüenzas,
mentirosos o corruptos.
Se empeñan en confundirnos y me temo que lo están consiguiendo. Las nuevas
generaciones, la gente de ahora, lo mismo piensa que el carrito del helado,
tantas veces aludido, era un carrito repleto de monedas de oro, billetes de
banco, chanchullos, falsos empleos para las amantes de los corruptos, comisiones ilegales, mentiras
en los currículum, felonías, favores, pelotazos… Todo lo malo que se nos ocurra y pueda caber
en un carrito.
El desprestigio del carrito del helado supone una gran injusticia y es
necesario restaurar su buen nombre. En otros tiempos, cuando un servidor era
niño, al que pillábamos con el carrito de los helados no lo pillábamos
cometiendo una fechoría sino haciendo un trabajo humilde y honrado que,
seguramente, estaba mal pagado y era una mezcla de dedicación y altruismo solo
comparable a otros oficios, con vocación de servicio público, como pueden ser el
de castañero o barquillero.
Poner al carrito de los helados como símbolo de culpabilidad es confundir
al personal y tratar de restar importancia a las tropelías de los sinvergüenzas.
Dicen lo del carrito y hay gente que se lo cree. Por eso conviene insistir,
si es necesario, hasta la saciedad: el carrito de los helados solo almacena
helados de cucurucho y de corte. La corrupción no va en carrito, va en coche.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España