lunes, 4 de agosto de 2025

El carrito de los helados

Milio Mariño

Mientras disfrutaba de la sombra nemorosa de un árbol viejo, la memoria se me fue al cielo y rescató del olvido el carrito de los helados. Lo citaban en el periódico y recordé que era una especie de cajón de madera, de metro y medio de largo, que tenía dos pequeñas ruedas, un varal para manejarlo y se adornaba en el centro con tres brillantes conos metálicos.

A los mandos de aquel artilugio, iba un señor que recitaba, a voz en grito: ¡Al rico helado!... Tutti frutti, vainilla, chocolate, mantecado…  

En mi memoria infantil había quedado grabada la imagen de un hombre que tiraba del carrito hasta situarlo en un sitio estratégico. Lo recuerdo como una especie de mago, vestido con una chaqueta blanca, que cogía una curiosa herramienta, la sumergía en un recipiente con agua, levantaba la tapa, introducía la mano y sacaba, por arte de magia, una bola de placer y frescura que podía llevarte a un estado de levitación alienígena.

En el periódico que estaba leyendo decían que habían cogido a alguien con el carrito del helado y me produjo una alegría tremenda. Hacía tantos años que no veía un carrito ni un heladero, qué supuse que sería noticia por la novedad de que volvieran. Pero seguí leyendo y acabé indignado ante la gran injusticia de que hayan convertido al carrito de los helados en un símbolo de culpabilidad. Por lo visto, a cualquiera que pillan haciendo algo malo dicen que lo han pillado con el carrito del helado. Han pasado de aquella frase, con las manos en la masa, a esta que tampoco tiene relación con la fechoría. Ni el panadero entonces ni el heladero ahora, han hecho méritos para que los mezclen en asuntos turbios. La única razón que se me ocurre es que quienes aluden al carrito del helado sean malos poetas que no alcanzan a componer un soneto y se conforman con un pareado. Ni el carrito ni el heladero vienen a cuento cuando se trata de sinvergüenzas, mentirosos o corruptos.

Se empeñan en confundirnos y me temo que lo están consiguiendo. Las nuevas generaciones, la gente de ahora, lo mismo piensa que el carrito del helado, tantas veces aludido, era un carrito repleto de monedas de oro, billetes de banco, chanchullos, falsos empleos para las amantes de los corruptos, comisiones ilegales, mentiras en los currículum, felonías, favores, pelotazos…  Todo lo malo que se nos ocurra y pueda caber en un carrito.

El desprestigio del carrito del helado supone una gran injusticia y es necesario restaurar su buen nombre. En otros tiempos, cuando un servidor era niño, al que pillábamos con el carrito de los helados no lo pillábamos cometiendo una fechoría sino haciendo un trabajo humilde y honrado que, seguramente, estaba mal pagado y era una mezcla de dedicación y altruismo solo comparable a otros oficios, con vocación de servicio público, como pueden ser el de castañero o barquillero.

Poner al carrito de los helados como símbolo de culpabilidad es confundir al personal y tratar de restar importancia a las tropelías de los sinvergüenzas. Dicen lo del carrito y hay gente que se lo cree. Por eso conviene insistir, si es necesario, hasta la saciedad: el carrito de los helados solo almacena helados de cucurucho y de corte. La corrupción no va en carrito, va en coche.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España