Cada vez se habla más de lo mucho
que progresa la inteligencia artificial y de lo que un robot puede hacer, pero cuando
alguien saca ese tema yo me revelo y digo que no conozco a ningún robot que sea
capaz de contarnos un chiste. Sí, ya sé que es una disculpa infantil, sobre
todo porque pueden grabarle unos cuántos y programar que los suelte en un
momento determinado, pero apuesto a que serían malos y los diría cuando no
vengan al caso. De todas maneras, aunque fueran buenos, la prueba definitiva es
que si somos nosotros quienes le contamos un chiste, el robot seguro que no lo
pilla. Ni lo pilla ni comprende que es una broma porque para ello sería
necesario que pudiera descifrar los matices, algo que es imposible en un
sistema automático. De modo que lo tengo claro. La inteligencia artificial,
aunque sea en el año 3.000, seguirá siendo muy inferior a la humana. Y eso que
la humana está retrocediendo a pasos agigantados.
Valorar la inteligencia siempre es
complicado. Sobre todo, si se trata de la nuestra porque quitando a un par de
fantasmas, que presumen sin cortarse, el resto hacemos un esfuerzo por
disimular que somos más inteligentes que nadie o, al menos, más que la mayoría
de los que nos rodean. Y no les cuento si hablamos de esta generación a la que
pertenezco. Los que estamos próximos a la vejez o, tal vez, ya somos viejos, solemos
decir de los jóvenes que cada vez son más tontos. Lo curioso es que los niños nos
parecen muy listos. Nos asombra que manejen a las mil maravillas esos aparatos electrónicos
que, para nosotros, siempre son un engorro. Así es que el misterio sería qué
pasa luego, cuando los niños se hacen adultos.
No pasa nada. Pasa lo que dijo el
escritor inglés John Lyly, autor de “La anatomía del ingenio”: Los jóvenes
piensan que los viejos son tontos y los viejos saben que los jóvenes lo son.
Cosas de la edad. Eso creía, pero resulta que según un estudio de Bernt
Bratsberg y Ole Rogeberg la inteligencia de los jóvenes, que había ido en
aumento hasta mediados del siglo pasado, ha comenzado a disminuir y ahora está
cayendo a razón de siete puntos por generación. Un descenso que, según dicen,
comenzó con los nacidos en 1975, es decir con los que ahora tienen 44 años.
Lo preocupante es que no es uno, son
varios los estudios que coinciden en que la inteligencia de los jóvenes va en
descenso. Solo discrepan en cuanto a las causas. Mientras algunos dicen que es porque
las personas menos inteligentes tienen más hijos, otros aseguran que la cuestión
no es genética, sino que el declive se debe a factores relacionados con el
entorno. Sugieren que la preferencia de los jóvenes por la televisión, los
ordenadores, los juegos electrónicos, la Tablet y el teléfono móvil, en
detrimento de la lectura y los libros, pueden estar detrás de esa tendencia
actual hacia la estupidez.
Acepto la sugerencia. Lo cual nos
lleva a la conclusión de que la inteligencia artificial no solo no avanza al
ritmo que nos dicen, sino que nos está volviendo más tontos. Así que cuidado.
Es muy posible que los robots estén volviendo más tontos a los jóvenes porque
saben que nunca podrán alcanzar la inteligencia que tienen los viejos.
MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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