lunes, 14 de agosto de 2017

Atardecer en la mar

Milio Mariño

Entre las cosas que nos trae la actualidad del verano, hace unos días venía como noticia que cada vez son más las personas que se congregan a lo largo del paseo de Salinas para ver y disfrutar las puestas de sol, sobre la raya del horizonte, más allá de La Peñona. Un espectáculo que escenifica el paso del día a la noche y suele durar hora media. Lo mismo que una película o un concierto de rock.

La primera impresión fue alegrarme de que la gente siga disfrutando con los atardeceres en la mar, pero luego lo pensé mejor y me sorprendió que, algo así, fuera noticia. Podría ser que ahora en verano las noticias escaseen y los redactores echen mano de cualquier cosa. Podría ser aunque me temo que, en este caso, la realidad se impone y, al final, aciertan quienes hacen noticiable lo que otrora fuera normal, pues dada la escala de valores de esta sociedad nuestra, caracterizada por el consumismo, el autoengaño, el dinero y la prisa, casi parece un milagro que nos quede un ápice de sensibilidad donde lo más hermoso y sublime todavía tenga cabida.

La realidad es esa. Hoy en día prestamos más atención a la pantalla de un teléfono móvil que a una puesta de sol. De modo que parece una extravagancia que alguien disfrute contemplando el atardecer desde el paseo de la playa. A eso hemos llegado. Y aunque la reseña no se detenía en detalles como cuál era el público, me temo que quizás tenga que ver con cierta madurez, cierta dignidad, una soledad compartida y una forma de mirar las cosas con más humanidad. Así que cabe suponer que los espectadores de esas puestas de sol serán, en su mayoría, gente que está en el atardecer de la vida y anhela la calma que tanto buscamos para sentirnos, si cabe, más vivos.

Comentados cuales pueden ser los motivos de quienes presencian el gratuito espectáculo no me olvido del escenario. Los atardeceres en el entorno de La Peñona son una suerte de emoción maravillosa que prende en el alma hasta que el último rayo de sol desaparece en el agua. Han tenido, tienen y tendrán espectadores que los ensalzan y los recuerdan. Mario Roso de Luna, teósofo, escritor, artista y músico, describe en su libro “El tesoro de los lagos de Somiedo” que fue expresamente a Salinas, y en concreto a La Peñona, para ver una puesta de sol. Estaba en Avilés, iniciando su viaje mágico por Asturias, y dejó escrito que viajó en tranvía hasta el puerto de San Juan de Nieva y la playa de Salinas, donde gozó de una hermosa puesta de sol desde La Peñona.

Roso de Luna cuenta que se alojaba en la Fonda La Serrana y que después de presenciar la puesta de sol se encontró con una mujer solitaria y extraordinariamente hermosa con la que cenó y al día siguiente partió en automóvil para Grado, en un viaje que se convirtió en una ventura onírica.

No sabemos quién le hablaría, a Roso de Luna, de los atardeceres en el entorno de La Peñona, hasta el punto de hacer que le interesaran y viajara expresamente a verlos. Estuvo aquí a principios del verano de 1912 y disfrutó de una puesta de sol que, pasados más de cien años, sigue ofreciéndose a las personas con sensibilidad suficiente.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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