De la vida me acuerdo, pero dónde
está, se preguntaba Gil de Biedma en uno de sus poemas. La pregunta es
complicada y difícil de responder. Creemos que vamos hacia adelante, pero quien
sabe si la vida no está en el pasado. Allí estuvo y, lo mismo, allí se quedó. Algunas
veces vuelve cuando no podemos dormir y apelamos a los recuerdos y otras cuando
nos despertamos con noticias como la de los cinco mineros que fallecieron en la
mina de Cerredo. Entonces nos damos cuenta de que morir es parte de la vida y
también de que quienes rodean los féretros y consuelan a las familias se están
consolando a ellos mismos.
Sorprende, y no debería, la
solidaridad de los mineros. Se fragua en la naturaleza de su trabajo y en qué
su vida depende del compañero. Esa cercanía crea un vínculo indestructible. Los
hace más fuertes. Perciben el peligro y sienten miedo, pero son valientes sin
saberlo.
Hablando de los cinco mineros que
fallecieron en Degaña, la Vicepresidenta y Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo
que en el siglo XXI nadie debería morir así. Estoy de acuerdo. Todos creíamos que
la minería y los mineros del carbón eran cosa del pasado. En el año 2010, cumpliendo
órdenes de Bruselas, el Gobierno decretó el cierre de todas las minas no
competitivas, que era como se consideraban las de carbón. En Asturias recordamos
aquellas fechas por las huelgas, manifestaciones, enfrentamientos con la
policía, cortes de carretera y, al final, lágrimas y resignación. Los mineros
recibieron el definitivo golpe de gracia y la sociedad se apresuró a pasar
página. Tres décadas atrás había 50.000 mineros y se pasaba, prácticamente, a
ninguno. Se cerraba una época y no faltaron algunos reproches porque decían que
los despedidos percibían unas indemnizaciones y unos subsidios demasiado
elevados.
Poco tardó Bruselas en corregir
aquella decisión que parecía definitiva. A finales del siglo XX la minería se
veía antigua y prescindible, pero para sorpresa de los incautos, entre los que me incluyo, que
creíamos que en el siglo XXI era lógico que las minas desaparecieran, resulta
que les hicieron un lifting y nos las devolvieron con otra cara y un nombre
distinto. Hablaban de tierras raras y nos mirábamos con asombro porque no
sabíamos de qué se trataba. No sabíamos que la minería había vuelto de
tapadillo.
Ni las autoridades, ni los
medios, informaron de que la minería volvía a primera línea por la necesidad
que tiene Europa de extraer minerales estratégicos. A la chita callando, se
dieron autorizaciones, y dinero público, para abrir, de nuevo, las minas con la
excusa de investigar la presencia de minerales susceptibles de ser extraídos. Sin
mencionar las minas ni, por supuesto, a los mineros empezamos a oír que el bienestar
del futuro pasaba por extraer minerales que desconocíamos que existieran como
el cerio, el europio, o el iterbio. Esgrimiendo esa excusa, una empresa, Blue
Solving, contaba con dos licencias para trabajar en la mina de Cerredo, en
Degaña, entre las que no figuraba la extracción de carbón.
Nadie imaginaba que el trabajo de
minero hubiera resucitado y vuelto a la vida. De la vida me acuerdo pero dónde
está, se preguntaba el poeta. Ahora lo sabemos. Esta donde estuvo. Había vuelto
a la mina y fue la muerte quien nos avisó de la triste noticia.