lunes, 18 de febrero de 2013

El deber indebido

Milio Mariño

La semana pasada la pasé a medias entre el Pitecantropus y el Homo erectus por culpa de un lumbago que hizo que algo tan sencillo como atar los zapatos fuera una hazaña. Para animarme, los buenos amigos dijeron que debía ser cosa del tiempo pero intuyo que debió ser del tiempo referido a la edad. Así que procuré llevarlo con dignidad y recordé lo que un día le oí decir a Juanjo Millas, que el lumbago es al cuerpo lo que la depresión al alma: un dolor indeterminado y muy difícil de curar.

Recuperé la vertical poco antes de escribir este artículo, y créanme si les digo que me sentí como esos héroes de las películas cuya vida comienza cuando comienza la acción. Estaba tan contento que se me ocurrió pensar que, quizá, hubiera sido una metáfora del antroxu que me disfrazó de simio para recordarme que las libertades están siempre en peligro. Las dos, la física y la otra, porque si la espalda está a merced de un aire traidor quién nos dice que en cualquier momento, ahora mismo, no pueda haber alguien que esté subrayando nuestro nombre con un lápiz rojo y que ese sea el inicio de un procedimiento que dará como resultado que nos rebajen la pensión, nos quiten la paga extra, nos hagan pagar los medicamentos, nos desahucien y nos echen a la calle o nos incluyan en un ERE que acabe en despido.

¿Cómo llegamos a conocer el origen de lo que sucede? Pues nada, que no llegamos. Y, cuando digo que no llegamos, me refiero a que esa ignorancia igual puede aplicarse al lumbago que a los motivos por los que un Presidente de Gobierno hace lo contrario de lo que prometió.

Si le preguntáramos a Rajoy qué quiso decir con eso de que no ha cumplido sus promesas pero sí con su deber, respondería como cuando le preguntan a uno por cómo fue que le dio el lumbago. Ni puta idea. Es decir que nos toca a nosotros establecer la relación causa efecto. Discurrir y especular cuál debería ser el deber primero, si ese que, al parecer, obligó a Rajoy a incumplir las promesas o el de mantenerlas contra viento y marea.

El dilema no es tontería, se parece bastante al del huevo y la gallina. Algo tan antiguo que ya traía de cabeza al filósofo Aristóteles. Desde entonces, hace 23 siglos, todo fueron conjeturas pero en 2001 aparecieron Stephen Hawking y Christopher Langan y concluyeron que lo primero fue el huevo. Fue el huevo sin discusión, dijeron los científicos, pero, claro, no aclararon si era de gallina.

Rajoy, pienso yo, se inclina más por hacerle caso a la Biblia, apuesta por la gallina. La gallina sería lo primero, sería el instrumento. Es decir, que estaría al servicio del huevo y no al revés.

De todas formas lo cuenta es el resultado, no el origen de la cuestión. Y, el resultado, ya lo están viendo, es doloroso. El deber que dice haber cumplido Rajoy es el deber malo, es el que se asemeja a ese bicho de dos patas y pico que solemos relacionar con el miedo. Claro que lo peor es que, el pollo, para mayor escarnio, se ufana de lo que ha hecho. Es como si yo presumiera de lumbago e intentara hacerles creer que caminar como un simio es mejor que caminar erguido.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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