lunes, 21 de abril de 2025

Risas de Pascua

Milio Mariño

Los avilesinos de nacimiento, y los que no lo son pero ejercen y se portan como si lo fueran, celebramos el lunes de Pascua con la tradicional comida en la calle. Una comida que tal vez no sea excelente en cuanto a los manjares que se degustan, pero lo es en cuanto al momento que procura. La propuesta invita a que cada cual festeje lo que le apetezca. No se pregunta ni hay que justificar el motivo. Habrá quien lo haga por la resurrección de Cristo, por el retorno de la primavera o porque le apetece reírse de los tiranos con tupé de panoja reina que ponen aranceles a la inteligencia. La fiesta es sinónimo de travesura y esta de Pascua se celebra con el pretexto de una efemérides religiosa o la disculpa de procurar alegría para hacer más llevadera la vida. Se celebra según sea el sitio y se tenga por costumbre.

Esta costumbre nuestra, de comer en la calle el lunes de Pascua, es especial por el escenario y la oportunidad de compartir sensaciones. Apenas hay constancia de que lo hagan en otros lugares. Hacen algo parecido en Haux, Francia, donde rompen 4.500 huevos en una sartén gigante, para cocinar una enorme tortilla de Pascua, que luego sirven a más de mil comensales que se reúnen en la plaza del pueblo.

Sin saberlo, y de muy distinta manera, somos herederos de lo que hace siglos estuvo muy extendido por toda la cristiandad. Lo llamaban “Risus Paschalis”. Las Risas de Pascua. La necesidad de reírnos y pasarlo bien después de la cuaresma.

Los sacerdotes cristianos habían advertido que después de los sacrificios y las privaciones de la cuaresma, en la fiesta de Pascua, convenía no ser tan serios porque, si no había alegría, los templos estarían vacíos y los fieles se dormirían durante los sermones. Los teólogos que defendieron la risa pascual lo hacían desde la óptica de marcar un contraste entre los rigores de la Semana Santa y la inmensa alegría por la resurrección de Cristo. El propio cardenal Ratzinger evocaba que los sacerdotes contaran historias capaces de hacer reír a los fieles y en las iglesias resonaran sus risas alegres. Hans Fluck, uno de los primeros en estudiar qué eran las Risas de Pascua, consideraba, en 1934, que los predicadores debieron echar mano de chascarrillos cada vez más atrevidos, para entretener a los fieles, y que el avance del progreso y la civilización, en el siglo XIX, habrían sido la causa del declive de esta vieja costumbre.

La antropóloga y teóloga italiana María Caterina Jacobelli publicó, en 1.990, una investigación muy documentada sobre “Risus Paschalis”. Explicaba por qué había causado un gran escándalo y airadas protestas de humanistas como Erasmo de Rotterdam. Entraba en más detalles que Hans Fluck y explicaba que la risa pascual consistía en que los sacerdotes pronunciaban el sermón de Pascua incluyendo chistes verdes y diversas bufonadas, llegando a levantarse la sotana para exhibir los genitales y realizar gestos y remedos de relaciones heterosexuales, o incluso homosexuales, y todo ello con el fin de hacer reír al auditorio.

Ya ven qué cosas. Y todo para procurar que la gente se divierta y sea feliz en Pascua. Un logro que, en Avilés, hemos conseguido con creces comiendo en la calle el lunes del Bollo. Hay lugares que saben a gloria y son solo para nosotros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de abril de 2025

El kit de la cuestión

Milio Mariño

Ahora que nos hemos recobrado del susto es oportuno apuntar que, como en todos los Apocalipsis que nos han precedido a lo largo y ancho de la historia, en este que patrocina Trump y anuncia la Unión Europea, también habrá vida después de la tragedia. Cae de cajón. Si no la hubiera, Úrsula von der Leyen no nos recomendaría  un kit de supervivencia. El mundo se iría a la mierda y nosotros con él. Así que mejor aparcamos los arrebatos y las soluciones tipo inventos del TBO y nos hacemos a la idea de que estamos en el umbral de un momento histórico que dará paso al siguiente. Eso es todo.

Acepto que no es poco, pero allá cada cual como entienda el kit de la cuestión. Sirve lo mismo para los que se creen muy listos y ya tienen el kit en su mochila como para quienes nos consideramos gente normal y creemos que nos toman por idiotas.

Anuncian el Apocalipsis y se quedan tan tranquilos. Si por lo menos dijeran la fecha, nos daría tiempo a fundir nuestros ahorros y disfrutar a tope hasta que nos llegue la hora. Pero no dan pistas. Lo cual confirma lo dicho. La invitación a que preparemos un kit de supervivencia es una forma de meternos miedo para que nos vayamos haciendo a la idea de que viviremos peor. Ese es el quid y no el otro, pero nos subestiman de tal manera que ni siquiera se molestan en discurrir algo que tenga sentido. Piensan que así, por las buenas, vamos a creer que podemos sobrevivir a una catástrofe bélica, económica, natural o sanitaria con la fotocopia del DNI, un poco de dinero en efectivo, una caja de paracetamol, un transistor, una linterna, una navaja suiza y dos o tres botellas de agua.

La culpa es nuestra. Llevamos demasiado tiempo creyendo todo lo que nos dicen. En lugar de pedirles cuentas y preguntar a qué viene amenazarnos con el Apocalipsis, nos enzarzamos en discusiones tontas sobre sí no sería mejor incluir tres latas de fabada, un rollo de papel higiénico y el cargador del móvil. Es de locos. La histeria se ha apoderado de nosotros y nos tiene sorbido el coco. Hemos caído en la trampa de activar el modo automático y ya ni pensamos.

Nos manejan como quieren. Hasta hace poco, sobrevivir significaba la angustia de muchas familias que hacían equilibrios, y a veces milagros, para llegar a fin de mes, pero hora, después del kit, ya significa otra cosa. Ahora, sobrevivir significa que tendremos que prescindir de lo que considerábamos básico para ir tirando y arreglarnos, solo, con lo imprescindible.

Menudo descubrimiento dirán los que venían haciendo eso mismo desde hace años. Exacto, pero el anuncio es otra vuelta de tuerca. La sugerencia del kit no es inocente, es para que nos vayamos haciendo a la idea de que, a cambio de seguir vivos, tendremos que vivir peor. Y, no se lo pierdan, pretenden que les estemos agradecidos por habernos avisado.

Esperaba otra cosa de la Unión Europea. Creía que sí, de verdad, vaticinan un Apocalipsis y entienden que estamos al borde de la catástrofe, nos tranquilizarían con un kit de supervivencia que incluyera empleos y salarios decentes, viviendas accesibles, pensiones dignas y una sanidad pública sin listas de espera. Sobrevivir con menos igual no merece la pena.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 7 de abril de 2025

La muerte confirma que había vida en la mina

Milio Mariño

De la vida me acuerdo, pero dónde está, se preguntaba Gil de Biedma en uno de sus poemas. La pregunta es complicada y difícil de responder. Creemos que vamos hacia adelante, pero quien sabe si la vida no está en el pasado. Allí estuvo y, lo mismo, allí se quedó. Algunas veces vuelve cuando no podemos dormir y apelamos a los recuerdos y otras cuando nos despertamos con noticias como la de los cinco mineros que fallecieron en la mina de Cerredo. Entonces nos damos cuenta de que morir es parte de la vida y también de que quienes rodean los féretros y consuelan a las familias se están consolando a ellos mismos.

Sorprende, y no debería, la solidaridad de los mineros. Se fragua en la naturaleza de su trabajo y en qué su vida depende del compañero. Esa cercanía crea un vínculo indestructible. Los hace más fuertes. Perciben el peligro y sienten miedo, pero son valientes sin saberlo.  

Hablando de los cinco mineros que fallecieron en Degaña, la Vicepresidenta y Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que en el siglo XXI nadie debería morir así. Estoy de acuerdo. Todos creíamos que la minería y los mineros del carbón eran cosa del pasado. En el año 2010, cumpliendo órdenes de Bruselas, el Gobierno decretó el cierre de todas las minas no competitivas, que era como se consideraban las de carbón. En Asturias recordamos aquellas fechas por las huelgas, manifestaciones, enfrentamientos con la policía, cortes de carretera y, al final, lágrimas y resignación. Los mineros recibieron el definitivo golpe de gracia y la sociedad se apresuró a pasar página. Tres décadas atrás había 50.000 mineros y se pasaba, prácticamente, a ninguno. Se cerraba una época y no faltaron algunos reproches porque decían que los despedidos percibían unas indemnizaciones y unos subsidios demasiado elevados.

Poco tardó Bruselas en corregir aquella decisión que parecía definitiva. A finales del siglo XX la minería se veía antigua y prescindible, pero para sorpresa de  los incautos, entre los que me incluyo, que creíamos que en el siglo XXI era lógico que las minas desaparecieran, resulta que les hicieron un lifting y nos las devolvieron con otra cara y un nombre distinto. Hablaban de tierras raras y nos mirábamos con asombro porque no sabíamos de qué se trataba. No sabíamos que la minería había vuelto de tapadillo.

Ni las autoridades, ni los medios, informaron de que la minería volvía a primera línea por la necesidad que tiene Europa de extraer minerales estratégicos. A la chita callando, se dieron autorizaciones, y dinero público, para abrir, de nuevo, las minas con la excusa de investigar la presencia de minerales susceptibles de ser extraídos. Sin mencionar las minas ni, por supuesto, a los mineros empezamos a oír que el bienestar del futuro pasaba por extraer minerales que desconocíamos que existieran como el cerio, el europio, o el iterbio. Esgrimiendo esa excusa, una empresa, Blue Solving, contaba con dos licencias para trabajar en la mina de Cerredo, en Degaña, entre las que no figuraba la extracción de carbón.

Nadie imaginaba que el trabajo de minero hubiera resucitado y vuelto a la vida. De la vida me acuerdo pero dónde está, se preguntaba el poeta. Ahora lo sabemos. Esta donde estuvo. Había vuelto a la mina y fue la muerte quien nos avisó de la triste noticia.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España