Quienes vivan en Estados Unidos y
tengan un perro, un gato o un cochinillo de Segovia, como animal de compañía,
están de enhorabuena; ya pueden dormir tranquilos. La victoria de Donald Trump
impedirá que los inmigrantes sigan comiéndose las mascotas, como denunciaba el
ahora presidente electo. Falta saber si les obligará a comer hamburguesas para
que desistan de vivir en Estados Unidos y vuelvan a sus países de origen. Es
muy capaz. Prometió ser duro con ellos, pero lo mismo los granjeros de Texas
protestan porque se quedan sin mano de obra barata y le dicen que afloje un
poco.
En estas elecciones americanas, los
animales han sido los grandes protagonistas. A todos los niveles. No solo por
las mascotas, otros cuadrúpedos, como Putin, Milei y Orbán, celebran que Trump
vuelva a la Casa Blanca. También Santi Abascal, Ayuso y Feijoo sonríen
satisfechos mientras aquí, por estos pagos, estamos que no nos llega la camisa
al cuerpo, por el Trumpazo que hemos llevado y las animaladas que se avecinan.
La democracia tiene estas cosas. El
pueblo, que es soberano, se ha pronunciado en las urnas y hay que aceptarlo. Por
supuesto. Nadie cuestiona que el pueblo sea soberano, pero también puede ser
soberanamente tonto. Eso de que el pueblo nunca se equivoca está pidiendo una
revisión. La historia demuestra que muchos pueblos se han equivocado a la hora
de votar. No parece que acierten los que han votado a quién, además de déspota,
vengativo y racista, presume de ser inculto y ha sido declarado culpable de más
de 34 delitos.
Imagino que algo raro debe estar
pasando para que el pueblo compre, es decir acabe votando, lo peor que hay en
el mercado. Los más mentirosos, aprovechados, corruptos, machistas y vendedores
de humo. Así que lo mismo tenemos que poner en cuarentena aquello de que el
pueblo es sabio. Parece una frase hecha para halagarnos, más que una afirmación
objetiva.
El pueblo de Estados Unidos acaba
de elegir Presidente a un convicto que el pasado mes de mayo fue declarado culpable
de 34 delitos, todos los que le imputaban en el caso de Stormy Daniels, la
actriz porno a la que pagó con dinero negro para comprar su silencio. Trump tiene,
además, otras causas pendientes. Está imputado por su papel en el asalto del
Capitolio y el intento de pucherazo en Georgia, por los papeles clasificados
que, dicen, robó y llevó a su casa y falta por ver qué ocurre con un audio en
el que se jactaba de que había magreado a muchas mujeres por el hecho de ser famoso.
Todo era sobradamente conocido. Los
americanos sabían que si votaban a Trump estaban votando a un vulgar millonario
perseguido por la justicia pero, por alguna razón que se nos escapa, los
discursos racistas, las imputaciones judiciales, las mentiras y los escándalos
se convirtieron en hazañas que le dieron votos. Resulta increíble que millones
de personas: negros, hispanos, inmigrantes, mujeres… en vez de ofenderse por
los insultos que recibían, los tomaran a broma y les divirtieran.
No intenten una explicación
razonada porque no van a encontrarla. Es tan incomprensible que dan ganas de
decir que baje Dios y lo vea. Y, posiblemente, bajó. Las primeras declaraciones
de Trump, cuando se supo ganador, fueron: "Dios ha querido que salve mi
país".
No se hable más. Si Dios lo ha
querido, ya está todo dicho.
Mi artículo de opinión de los lunes en La Nueva España