Quien atesora más grabaciones que
la vieja y muy famosa Columbia Records, el ex comisario Villarejo, dijo, en su
día, que las cloacas no generan mierda, sino que contribuyen a limpiarla. Una
verdad incontestable: son imprescindibles para la salubridad pública. El
problema es que nadie se preocupa de limpiarlas, se atascan y luego revientan y
la mierda salpica a un montón de gente. Ha pasado, ya, muchas veces y vuelve a
pasar ahora. Saben que los trapos sucios no se pueden tirar por el váter, pero
insisten en tirarlos y luego tiran de la cadena pensando que no quedará ni
rastro. Acaban liándola porque las cañerías se obstruyen y provocan unas
averías que cuesta dios y ayuda arreglarlas.
Hay que tener cuidado con lo que
se tira. Las cloacas exigen un mantenimiento y una vigilancia que no deberían descuidarse.
Por ellas circula toda la porquería del poder económico-financiero, el
resentimiento de algunos miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del
Estado que añoran a Franco, los sumarios de los narcos y delincuentes que se
extravían en los juzgados… Los bulos, las mentiras, los fondos reservados con
los que pagaron a Bárbara Rey, al chófer de Bárcenas y al que se disfrazó de
cura para robarle los datos, y todas las tropelías de los impresentables que
trabajan de poceros limpiando las cagadas de la gente importante.
Las cloacas son un submundo que
alberga, en sus entrañas, a una tribu de caraduras que actúan al margen de la
ley con el pretexto de hacerlo en nombre de un bien superior. Actúan, de
tapadillo, al servicio de las altas esferas que les encargan los trabajos sucios.
Viene sucediendo así desde la noche de los tiempos sin que los gobiernos, tanto
los de derechas como los de izquierdas, hagan nada por evitarlo. Y no crean que
es algo típico y particular de España, también sucede en Estados Unidos,
Francia, Alemania y todos los países con democracias estables y, teóricamente, avanzadas.
Negarlo es negar la evidencia.
Las cloacas del Estado existieron, existen y seguirán existiendo por más que
algunos se hagan los despistados, se rasguen las vestiduras y pongan el grito
en el cielo. Que el líder de un partido político, condenado por corrupción y cuya
sede ha sido remodelada con dinero negro, diga que aquí no pueden pasar estas
cosas, haga un llamamiento a la gente decente y pretenda capitalizar y
convencernos del valor ético de su discurso y de la intachable trayectoria
moral, limpia y ejemplar de los miembros de su partido, es el colmo de la
desfachatez y una desvergüenza que no cabe en cabeza humana.
Dedicarse a destapar
alcantarillas, cuidándose de tapar las suyas e ignorando las que están al
descubierto y pendientes de sentencia, entraña un cinismo sobrecogedor. Y es de
un cinismo mayor que el promotor de semejante operación pretenda erigirse en el
nuevo flautista de Hamelin.
No merecemos lo que está pasando.
Es reprobable y penoso que la actividad política consista en remover las
cloacas y airear porquería. Así está quedando la primavera, que en vez de oler
a flores, huele que apesta. Mejor hacían propuestas para solucionar los
problemas que acucian a la gente. Me refiero a todos. A los que se dedican a revolver
mierda porque no saben hacer otra cosa y a los que se tapan las narices y luego
se ponen colonia.