Milio Mariño
Las religiones, todas las religiones, intentan convencernos de que existe un Dios que gestiona nuestras vidas y tenemos que obedecerle y ser buenos por temor a que nos castigue, primero aquí y luego en el más allá. Aunque, claro, lo de ser buenos no es igual en España que en el Kurdistán. La definición de “bueno”, en cada caso, la gestionan los autores del invento: que se autoproclaman portadores de la verdad divina y consideran al “otro”, al que cuestiona la existencia de su Dios, de Jesucristo, Mahoma o quien sea, un infiel al que hay que convertir o combatir a toda costa. De modo que cada religión tiene por enemigo a quien profesa una religión distinta. Y, para combatirlo, no se conforman con predicar su doctrina y hacer proselitismo, sino que también anhelan dominar la vida pública mediante legislaciones y normativas acordes con sus intereses.
La historia, en este sentido, aporta multitud de ejemplos y ninguno es positivo. Pero, lejos de aprovechar la experiencia, que aconseja no mezclar religión y política, ahí tenemos al Gobierno del PP, que ve un peligro real en el adoctrinamiento musulmán por parte de los imanes y, sin embargo, no ve nada anormal en la publicación, en el BOE, del temario de la asignatura de religión que salió hace unos días. Un temario que parte de la revelación como fuente de verdad y exige que el alumno reconozca con asombro y se esfuerce por comprender el origen divino del cosmos, aceptando que no proviene del caos y el azar sino de la intervención de Dios, que también interviene en el desarrollo de la historia y determina la incapacidad de las personas para alcanzar la felicidad por sí mismas.
El problema, aquí, no es que la iglesia siga haciendo el ridículo, con sus posturas retrógradas, contrarias a la ciencia, intransigentes y estúpidamente machistas. El problema es que el Gobierno se ha cargado la Constitución de un plumazo y nos ha convertido, de facto, en un Estado confesional como Arabia Saudita o Irán.
Ese es el problema, que un Gobierno democrático no puede ceder y aceptar las presiones de ninguna confesión religiosa. Y menos de una iglesia que debido a sus errores, su cerrazón y su inmovilismo, está perdiendo fieles, y presencia en la sociedad, a manos llenas, pues al notorio descenso de la gente en las iglesias hay que sumar el descenso de alumnos que escogen la asignatura de religión.
En Asturias, la iglesia aún se mantiene en la Enseñanza Primaria, donde los matriculados en religión han pasado del 68%, el curso anterior, al 64% en el curso 2014-2015. Pero en Secundaria la cifra desciende al 33,2% y en Bachillerato alcanza solo el 12,6%.
Pretender invertir esa tendencia por la vía que han elegido el Gobierno del PP y la jerarquía de la Iglesia católica, demuestra que ambos, Iglesia y PP, están al mismo nivel de ignorancia y comparten, también, un modelo educativo que supone un paso atrás importante y solo se justifica por razones ideológicas. A día de hoy, siguen sin entender, ni asumir, que la educación en igualdad, que exige cualquier país democrático, no es compatible con ese modelo de sociedad religioso que entra en contradicción con la razón y la ciencia, el origen de la vida y el universo, y derechos humanos tan fundamentales como la libertad de orientación sexual y la libertad de las mujeres.
Las religiones, todas las religiones, intentan convencernos de que existe un Dios que gestiona nuestras vidas y tenemos que obedecerle y ser buenos por temor a que nos castigue, primero aquí y luego en el más allá. Aunque, claro, lo de ser buenos no es igual en España que en el Kurdistán. La definición de “bueno”, en cada caso, la gestionan los autores del invento: que se autoproclaman portadores de la verdad divina y consideran al “otro”, al que cuestiona la existencia de su Dios, de Jesucristo, Mahoma o quien sea, un infiel al que hay que convertir o combatir a toda costa. De modo que cada religión tiene por enemigo a quien profesa una religión distinta. Y, para combatirlo, no se conforman con predicar su doctrina y hacer proselitismo, sino que también anhelan dominar la vida pública mediante legislaciones y normativas acordes con sus intereses.
La historia, en este sentido, aporta multitud de ejemplos y ninguno es positivo. Pero, lejos de aprovechar la experiencia, que aconseja no mezclar religión y política, ahí tenemos al Gobierno del PP, que ve un peligro real en el adoctrinamiento musulmán por parte de los imanes y, sin embargo, no ve nada anormal en la publicación, en el BOE, del temario de la asignatura de religión que salió hace unos días. Un temario que parte de la revelación como fuente de verdad y exige que el alumno reconozca con asombro y se esfuerce por comprender el origen divino del cosmos, aceptando que no proviene del caos y el azar sino de la intervención de Dios, que también interviene en el desarrollo de la historia y determina la incapacidad de las personas para alcanzar la felicidad por sí mismas.
El problema, aquí, no es que la iglesia siga haciendo el ridículo, con sus posturas retrógradas, contrarias a la ciencia, intransigentes y estúpidamente machistas. El problema es que el Gobierno se ha cargado la Constitución de un plumazo y nos ha convertido, de facto, en un Estado confesional como Arabia Saudita o Irán.
Ese es el problema, que un Gobierno democrático no puede ceder y aceptar las presiones de ninguna confesión religiosa. Y menos de una iglesia que debido a sus errores, su cerrazón y su inmovilismo, está perdiendo fieles, y presencia en la sociedad, a manos llenas, pues al notorio descenso de la gente en las iglesias hay que sumar el descenso de alumnos que escogen la asignatura de religión.
En Asturias, la iglesia aún se mantiene en la Enseñanza Primaria, donde los matriculados en religión han pasado del 68%, el curso anterior, al 64% en el curso 2014-2015. Pero en Secundaria la cifra desciende al 33,2% y en Bachillerato alcanza solo el 12,6%.
Pretender invertir esa tendencia por la vía que han elegido el Gobierno del PP y la jerarquía de la Iglesia católica, demuestra que ambos, Iglesia y PP, están al mismo nivel de ignorancia y comparten, también, un modelo educativo que supone un paso atrás importante y solo se justifica por razones ideológicas. A día de hoy, siguen sin entender, ni asumir, que la educación en igualdad, que exige cualquier país democrático, no es compatible con ese modelo de sociedad religioso que entra en contradicción con la razón y la ciencia, el origen de la vida y el universo, y derechos humanos tan fundamentales como la libertad de orientación sexual y la libertad de las mujeres.
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