Milio Mariño
Cada cierto tiempo, demandamos caras nuevas porque pensamos que lo nuevo es distinto y basta con que lo sea para considerarlo excelente. Una simplificación que entraña su riesgo, pues lo nuevo, por el mero hecho de serlo, no necesariamente ha de ser bueno. De todas maneras, si en tiempos normales aceptamos correr ese riesgo y pedimos que la política se renueve, imaginen ahora.
Digo “en tiempos normales” recuperando una expresión que quienes tengan mi edad, más o menos, habrán oído decir, de niños, cuando los mayores se referían al tiempo anterior a la guerra que dio paso a la dictadura. No pretendo hablarles de aquello, solo se me ocurrió que, “en tiempos normales”, venía que ni pintado para referirme a los anteriores a Gürtel, Púnica, Nóos, Palau, Pallerols, ERES, Bárcenas, Puyol, Rato, Preferentes, Bankia, Tarjetas Black… Por eso decía, y repito, que si en tiempos normales demandamos caras nuevas, ahora no es que las demandemos, es que son de extrema necesidad. No será posible ninguna regeneración política que no pase por retirar de la vista, y la vida pública, los rostros de quienes están asociados con la corrupción. Y lo siento por los que no se han metido en ningún chanchullo ni aparecen como sospechosos de nada, pero cuando digo asociados me refiero a todos. A quienes cayeron con el carrito del helado y a quienes compartían escaño o cargo en el partido y no se enteraron de lo que hacía su compañero hasta que lo leyeron en los periódicos.
Creo, sinceramente, que la única manera de evitar la quiebra de nuestra democracia es que lleguen caras nuevas. No valen apaños; no vale que sigan las mismas maquilladas de propósito de enmienda. La regeneración pasa por el desalojo masivo de los profesionales de la política. Lo malo que, al parecer, no va por ahí la cosa. Hay toda una campaña para convencernos de que las caras nuevas son un peligro. Una campaña que traspasa, incluso, nuestras fronteras. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo dijo muy claro: “No nos gusta ver caras nuevas”. Se refería a Grecia, pero, de paso, mandaba un recado a España.
Para la Unión Europea son más de fiar quienes han estado robando durante décadas cientos de millones de euros, de las arcas públicas, que quienes llegan, por primera vez, a la política prometiendo luchar contra la corrupción y el fraude. Es curioso que nos adviertan del peligro de votar a un candidato que cobró 1.800 euros por una beca y consideren que no corremos ningún peligro si votamos a un partido que está siendo investigado por financiación ilegal en siete comunidades autónomas, incluida su sede de Madrid, cuya remodelación fue pagada con fondos de una Caja B, que daba para eso y para repartir sobresueldos, en dinero negro, a los altos cargos del partido.
El Banco y la Unión Europea prefieren caras antiguas antes que caras nuevas. Caras duras y, sobre todo, de derechas porque ni Juncker ni nadie advirtió a los franceses del peligro de votar a Marine Le Pen. Tampoco advirtieron a los austriacos sobre dos partidos nazis y xenófobos, FPÖ y BZÖ, que consiguieron el 30% de los votos. El peligro, según ellos, está en los que llegan planteando como objetivo acabar con la corrupción y la injusticia social. Pero eso no es nuevo, es lo de siempre.
Cada cierto tiempo, demandamos caras nuevas porque pensamos que lo nuevo es distinto y basta con que lo sea para considerarlo excelente. Una simplificación que entraña su riesgo, pues lo nuevo, por el mero hecho de serlo, no necesariamente ha de ser bueno. De todas maneras, si en tiempos normales aceptamos correr ese riesgo y pedimos que la política se renueve, imaginen ahora.
Digo “en tiempos normales” recuperando una expresión que quienes tengan mi edad, más o menos, habrán oído decir, de niños, cuando los mayores se referían al tiempo anterior a la guerra que dio paso a la dictadura. No pretendo hablarles de aquello, solo se me ocurrió que, “en tiempos normales”, venía que ni pintado para referirme a los anteriores a Gürtel, Púnica, Nóos, Palau, Pallerols, ERES, Bárcenas, Puyol, Rato, Preferentes, Bankia, Tarjetas Black… Por eso decía, y repito, que si en tiempos normales demandamos caras nuevas, ahora no es que las demandemos, es que son de extrema necesidad. No será posible ninguna regeneración política que no pase por retirar de la vista, y la vida pública, los rostros de quienes están asociados con la corrupción. Y lo siento por los que no se han metido en ningún chanchullo ni aparecen como sospechosos de nada, pero cuando digo asociados me refiero a todos. A quienes cayeron con el carrito del helado y a quienes compartían escaño o cargo en el partido y no se enteraron de lo que hacía su compañero hasta que lo leyeron en los periódicos.
Creo, sinceramente, que la única manera de evitar la quiebra de nuestra democracia es que lleguen caras nuevas. No valen apaños; no vale que sigan las mismas maquilladas de propósito de enmienda. La regeneración pasa por el desalojo masivo de los profesionales de la política. Lo malo que, al parecer, no va por ahí la cosa. Hay toda una campaña para convencernos de que las caras nuevas son un peligro. Una campaña que traspasa, incluso, nuestras fronteras. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, lo dijo muy claro: “No nos gusta ver caras nuevas”. Se refería a Grecia, pero, de paso, mandaba un recado a España.
Para la Unión Europea son más de fiar quienes han estado robando durante décadas cientos de millones de euros, de las arcas públicas, que quienes llegan, por primera vez, a la política prometiendo luchar contra la corrupción y el fraude. Es curioso que nos adviertan del peligro de votar a un candidato que cobró 1.800 euros por una beca y consideren que no corremos ningún peligro si votamos a un partido que está siendo investigado por financiación ilegal en siete comunidades autónomas, incluida su sede de Madrid, cuya remodelación fue pagada con fondos de una Caja B, que daba para eso y para repartir sobresueldos, en dinero negro, a los altos cargos del partido.
El Banco y la Unión Europea prefieren caras antiguas antes que caras nuevas. Caras duras y, sobre todo, de derechas porque ni Juncker ni nadie advirtió a los franceses del peligro de votar a Marine Le Pen. Tampoco advirtieron a los austriacos sobre dos partidos nazis y xenófobos, FPÖ y BZÖ, que consiguieron el 30% de los votos. El peligro, según ellos, está en los que llegan planteando como objetivo acabar con la corrupción y la injusticia social. Pero eso no es nuevo, es lo de siempre.
Milio Mariño/ Articulo de Opinión/Diario La Nueva España
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