lunes, 22 de julio de 2024

Patriotismo del bueno

Milio Mariño

Ha sido un regalo estupendo que la Selección Española de Fútbol se proclamara campeona de Europa y nos diera ese chute de adrenalina que tanto necesitábamos. Estábamos tristes y encabronados. Veníamos de broncas, descalificaciones y malos augurios que solo vaticinaban desgracias. Pedro Sánchez era un peligro, España se iba a romper en pedazos, la economía acabaría en desastre y se recurría a la nostalgia para reivindicar tiempos pasados como la solución más razonable. No sé atrevían a decirlo, pero apelaban a lo que había dejado escrito Schopenhauer, padre del pesimismo moderno. “El error innato del hombre es pensar que ha nacido para ser feliz”.

Así estábamos. Por eso nos ha venido bien esta revalorización del optimismo que nos trajo el futbol. Ha servido para que nos sintamos patriotas, que es un sentimiento sano y muy positivo. No tiene nada que ver con el sentimiento nacionalista aunque algunos, interesadamente, se empeñen en convencernos de que son lo mismo.

El patriota expresa y celebra la amistad con sus conciudadanos, sean como sean y piensen como piensen. El nacionalista no.  Los nacionalistas lo supeditan todo a un supuesto interés nacional, incluso cuando éste represente los intereses de una minoría poco o nada preocupada por el bien común. Consideran que España es de su propiedad: un pueblo único, culturalmente homogéneo y puro desde el punto de vista étnico. Si no comulgas con esa idea, te desprecian.

El patriotismo, en cambio, no es excluyente, es integrador. Aporta un sentimiento de unión emocional que prescinde de motivaciones ideológicas y se alegra del éxito, gobierne quien gobierne.

Apuesto que surgirán reproches en el sentido de que es una pena que necesitemos del futbol para hacer de España un solo equipo. Recurrirán a ese argumento quienes se empeñan en convencernos de que somos peores de lo que somos, simplemente, porque no gobiernan los suyos.

Hay mil asuntos que mejorar, es cierto, pero tampoco estamos tan mal como pretenden hacernos creer. Somos muy buenos jugando al fútbol, es evidente, pero también en otras muchas cosas. En tolerancia, potencial turístico, buena gastronomía y envidiables infraestructuras. Somos un ejemplo en materia de donación de sangre, órganos y trasplantes; una potencia en investigación oncológica y sanitaria y en biología molecular. Somos el territorio con más reservas de la biosfera del mundo y el segundo país con más Patrimonio de la Humanidad, sólo por detrás de Italia.

La valoración siempre es subjetiva. En cualquier caso, solemos ser pesimistas en lo colectivo y optimistas en lo particular. Por más que la España de hoy sea muy diferente a la de hace unas décadas, seguimos valorándonos peor de lo que nos valoran fuera. Dos informes, uno del Reputation Institute holandés y otro del Real Instituto Elcano, que analizan el desarrollo económico, la calidad de los servicios públicos, la seguridad personal, el estilo de vida y otras variables sociales, nos otorgan una calificación de 74,6 puntos sobre cien. El país mejor calificado es Suecia y obtuvo 82 puntos.

Tenemos motivos para estar contentos. De ahí que muchos, la inmensa mayoría, lo estemos. Que intenten aguarnos la fiesta resaltando como noticia que un jugador le afeó el saludo al Presidente del Gobierno, retrata a los que insisten en fomentar el odio. Si el fútbol ha conseguido que nos juntemos todos, sin atender a las indicaciones de con quién tenemos que juntarnos, habrá que apuntarle otro éxito. Y no menor.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


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