lunes, 11 de noviembre de 2019

Política del corazón

Milio Mariño

Escribí lo que están leyendo sin conocer los resultados electorales que hoy serán públicos. Decidí arriesgarme porque pienso que, para el caso, no son necesarios. Acierten o no los pronósticos, será imposible que podamos tener un Gobierno soltero. El próximo Gobierno tendrá que ser de matrimonio. Así que lo más probable es que volvamos a oír que se inician uno o varios noviazgos con la esperanza de que, esta vez, alguno acabe en boda.

 No será fácil porque el novio y las posibles novias ya se conocen y habrán de revisar cuales fueron las causas por las que no acabaron formando pareja. Sabemos, por los periódicos, que hace unos meses el novio había manifestado la voluntad de casarse con quien, en principio, perecía que compartía sus valores. En eso estuvo, pero luego resultó que la novia no se fiaba de sus promesas y tampoco estaba de acuerdo con la dote, que consideraba escasa y por debajo de su valía. Cierto que casi acaban en boda, pero al final la relación se fue al traste y quedó en evidencia lo que algunos sospechaban.  Que aquel matrimonio, de haberse consumado, no hubiera sido por amor.

Amor es otra cosa. Es el desinterés y la entrega sin contrapartidas. Era lo que el novio pedía, apelaba a los sentimientos y los ponía por encima de las diferencias y los intereses para iniciar un proyecto juntos, repartiéndose las responsabilidades. Ahora bien, también advertía que sería él quién llevara los pantalones en casa. Ese fue el primer escollo porque, en el tema de los pantalones, el novio no aceptaba que cada uno llevara una pernera. Aceptaba que las opiniones y los deseos contaran, aunque llegado el momento, después de discutir el asunto, era a él a quien le correspondía la última palabra.

Eso, y lo de la dote, hicieron que la cosa acabara en ruptura. Así que cada cual volvió con los suyos y justificó, a su manera, que la relación se rompiera. Los dos se echaron la culpa y lamentaron que no hubiera boda haciéndose mutuos reproches, mientras la sociedad recibía la noticia acusándolos de irresponsables. Había calado la idea de que estaban destinados a casarse. De todos los matrimonios posibles era el único que se veía factible. Cierto que había otras novias y también podían formarse otras parejas, pero en un caso no compartían los mismos valores y en el otro, en el caso de otras parejas, aunque los compartían, ni contando con un amante les alcanzaba para que la boda surtiera efectos legales.

La pregunta ahora es si aquella pareja que estuvo en un tris de casarse, valdrá la pena que vuelva a intentarlo. Si habrá servido de algo que tuvieran un tiempo para pensarlo. No lo sabemos. No sabemos si los reproches, el rencor y el desafecto habrán ido en aumento o si, por el contrario, los dos están desando volver y no saben cómo hacerlo. Claro que también puede ser que cada uno piense que el otro ha cambiado y los dos sigan igual de tozudos.

Dicen los expertos que volver siempre es duro, pero que cuando deciden darse una segunda oportunidad, más de la mitad de las parejas superan sus diferencias y acaban reconciliándose. Ojalá sea así. El desbloqueo exige una política de corazón. Exige amor y buen rollo porque si, al final, volvemos con que no hay matrimonio, estamos perdidos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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