lunes, 4 de noviembre de 2019

Otro noviembre

Milio Mariño

Dicen de noviembre que es el mes más triste del calendario. Un mes que se estrena con esa vuelta de reloj que acerca la noche a lo que era la tarde y también con el día de Todos los Santos, una celebración que, ahora, llaman Halloween y pretende banalizar la muerte convirtiéndola en un espectáculo. En eso ha quedado nuestro homenaje a los muertos, en una fiesta cuyos destinatarios son, sobre todo, los niños que ya reciben instrucciones en los colegios invitándolos a que se disfracen de zombis. Algo que, a tenor de los disfraces, no puede ser nada bueno.

La cuestión es que Halloween ha ido ganando terreno y no por casualidad. Antes, en noviembre, llevábamos flores a los difuntos y pare de contar. No había festejos ni celebraciones de ningún tipo. Volvíamos del cementerio y, al día siguiente, la vida seguía igual de aburrida o peor. Un detalle que no pasó desapercibido para quienes controlan la marcha del mundo, que se dieron cuenta de que no podían permitir que nos aburriéramos y no compráramos nada hasta que llegara la Navidad. No les bastaba con vender cuatro ramos de crisantemos, tenían que vender mucho más. Y eso explica que, para noviembre, inventaran la fiesta de Halloween y también el Black Friday y el día del soltero, una tradición china que ha acabado por consolidarse como el día de más ventas online de todo el año.

¿Qué cómo respondimos a esto?… Pues tan contentos. Todo lo que sea celebrar algo, hacer fiesta o que las tiendas anuncien descuentos, es bien recibido. Halloween, el Black Friday, el día del soltero y lo que se tercie… Todo vale. Mucho me temo qué si nos propusieran celebrar el Ramadán, inventando cualquier festivo o descuentos en las tiendas, también nos apuntaríamos.

De todas maneras, es muy posible que la culpa la tenga noviembre, un mes que deprime y nos recuerda la muerte por aquello de la frialdad del mármol y el silencio de los epitafios. Pensándolo bien, tal vez sea un mes innecesario. Lo sería si no fuera que es tiempo de castañas. Para mí es lo que le salva, ese manjar exquisito qué durante siglos, hasta que la patata llegó de América, fue un alimento básico y ahora es casi un lujo. Que digo casi, un lujo auténtico. Soy de los de antes, así que cuando quiero saber el valor real de algo lo calculo en pesetas. Y, al final, termino asustándome. Cualquiera no: las castañas están a 750 pesetas el kilo.

Una barbaridad, pero todo sea por alegrar noviembre sin caer en las garras de las compras por internet o la tentación de comprar en los chinos. Los chinos son quienes venden más disfraces de Halloween y, también, crisantemos. Han visto el negocio y trabajan las flores y los disfraces igual o mejor que los cachivaches de plástico.

Estaba rodeado. Lo de Halloween, el Black Friday y las compras por internet ni tocarlo. Lo de comprar crisantemos en los chinos ni de broma. Me quedaba una única salida para salvar noviembre sin sucumbir a la dictadura de esa globalización que se ha colado por todos los sitios. Las castañas. Las castañas las pagaré caras, pero son algo nuestro que nadie puede quitarnos. La mala noticia es que China tiene un excedente de más de un millón de toneladas y sus castañas ya están llegando a los supermercados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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