lunes, 5 de agosto de 2019

La inteligencia artificial y la otra

Milio Mariño

Cada vez se habla más de lo mucho que progresa la inteligencia artificial y de lo que un robot puede hacer, pero cuando alguien saca ese tema yo me revelo y digo que no conozco a ningún robot que sea capaz de contarnos un chiste. Sí, ya sé que es una disculpa infantil, sobre todo porque pueden grabarle unos cuántos y programar que los suelte en un momento determinado, pero apuesto a que serían malos y los diría cuando no vengan al caso. De todas maneras, aunque fueran buenos, la prueba definitiva es que si somos nosotros quienes le contamos un chiste, el robot seguro que no lo pilla. Ni lo pilla ni comprende que es una broma porque para ello sería necesario que pudiera descifrar los matices, algo que es imposible en un sistema automático. De modo que lo tengo claro. La inteligencia artificial, aunque sea en el año 3.000, seguirá siendo muy inferior a la humana. Y eso que la humana está retrocediendo a pasos agigantados.

Valorar la inteligencia siempre es complicado. Sobre todo, si se trata de la nuestra porque quitando a un par de fantasmas, que presumen sin cortarse, el resto hacemos un esfuerzo por disimular que somos más inteligentes que nadie o, al menos, más que la mayoría de los que nos rodean. Y no les cuento si hablamos de esta generación a la que pertenezco. Los que estamos próximos a la vejez o, tal vez, ya somos viejos, solemos decir de los jóvenes que cada vez son más tontos. Lo curioso es que los niños nos parecen muy listos. Nos asombra que manejen a las mil maravillas esos aparatos electrónicos que, para nosotros, siempre son un engorro. Así es que el misterio sería qué pasa luego, cuando los niños se hacen adultos.

No pasa nada. Pasa lo que dijo el escritor inglés John Lyly, autor de “La anatomía del ingenio”: Los jóvenes piensan que los viejos son tontos y los viejos saben que los jóvenes lo son. Cosas de la edad. Eso creía, pero resulta que según un estudio de Bernt Bratsberg y Ole Rogeberg la inteligencia de los jóvenes, que había ido en aumento hasta mediados del siglo pasado, ha comenzado a disminuir y ahora está cayendo a razón de siete puntos por generación. Un descenso que, según dicen, comenzó con los nacidos en 1975, es decir con los que ahora tienen 44 años.

Lo preocupante es que no es uno, son varios los estudios que coinciden en que la inteligencia de los jóvenes va en descenso. Solo discrepan en cuanto a las causas. Mientras algunos dicen que es porque las personas menos inteligentes tienen más hijos, otros aseguran que la cuestión no es genética, sino que el declive se debe a factores relacionados con el entorno. Sugieren que la preferencia de los jóvenes por la televisión, los ordenadores, los juegos electrónicos, la Tablet y el teléfono móvil, en detrimento de la lectura y los libros, pueden estar detrás de esa tendencia actual hacia la estupidez.

Acepto la sugerencia. Lo cual nos lleva a la conclusión de que la inteligencia artificial no solo no avanza al ritmo que nos dicen, sino que nos está volviendo más tontos. Así que cuidado. Es muy posible que los robots estén volviendo más tontos a los jóvenes porque saben que nunca podrán alcanzar la inteligencia que tienen los viejos.


MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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