lunes, 19 de agosto de 2019

Avilés hace un siglo

Milio Mariño


Son mayoría quienes sostienen que la historia es progresiva y lineal, que avanza sin vuelta atrás; pero tampoco faltan los que defienden que se repite a pesar de que las condiciones nunca son repetibles. Cierto que no lo son, pero hace ahora cien años, en 1919, también se habían celebrado elecciones, el 1 de junio, y España vivía un período de gran incertidumbre política. El presupuesto estaba prorrogado y no había manera de que pudiera formarse un Gobierno estable. En cosa de cuatro meses hubo hasta tres presidentes distintos y, al final, tuvieron que volver a convocar elecciones.

Las similitudes son evidentes, solo que entonces, hace un siglo, Avilés era una pequeña villa, de apenas 14.000 habitantes, que contaba con ferrocarril, telégrafo, una nueva iglesia con porte catedralicio, la de Sabugo, y un vistoso alumbrado eléctrico, el primero que hubo en Asturias, regalo del marqués de Pinar del Río. Además, había consolidado el despegue económico iniciado a finales del XIX, cuando se instalaron numerosas empresas y se construyó la dársena y el muelle de San Juan de Nieva, por donde llegaba el comercio y el capital de los indianos que hacían fortuna en América.

Aquel verano, el de 1919, también llegó, procedente de Bilbao, el vapor Mendi, que traía los raíles del Tranvía Eléctrico que se inauguraría dos años después, sustituyendo al tranvía de vapor. Otra buena noticia fue que, por fin, concluyeron las obras de construcción del Teatro Palacio Valdés, que duraron casi veinte años debido a problemas técnicos, pero sobre todo económicos. De todas maneras, Avilés ya tenía dos teatros: el “Teatro-Circo Somines” y el “Pabellón Iris”. También tenía tres fondas: La Serrana, La Ferrocarrilana y La Iberia; dos buenos cafés, El Colón y El Imperial, y un fenomenal Gran Hotel. Un hotel que hacía honor a su nombre, construido mirando al parque del muelle y al que no le faltaba de nada. Sus habitaciones, de gran lujo y corrientes, tenían cuarto de baño, con agua caliente y fría, teléfono urbano e interurbano, calefacción y ascensor eléctrico; el primero que funcionó en Avilés. El Gran Hotel disponía, además, de un coche oficial para servicio de los huéspedes, un espectacular Hispano–Suiza, matrícula O-475, que pasaría a la historia por ser en el que murió, en un accidente de tráfico, el, entonces, famoso actor teatral Bernardo Jambrina, que llevaba varios días representando su obra “La tragedia del amor”, en el “Pabellón Iris”.

Jambrina, se alojaba en el Gran Hotel y una tarde, después de almorzar, lo invitaron a una breve excursión por los alrededores de Avilés. Fueron por San Juan de Nieva y tras visitar Salinas y Arnao, regresaban por la carretera de La Plata. El caso que, subiendo La Plata, a la salida de la curva que da inicio a la pendiente, el coche volcó, se precipitó prado abajo y tres de los viajeros salieron despedidos. Jambrina no. Jambrina tuvo la mala suerte de quedar atrapado en el vuelco y recibió un golpe en la cabeza que le causó la muerte.

Fue un año importante aquel de hace ahora un siglo.  En Europa se firmó la paz de Versalles, tras la Primera Guerra Mundial, en España se instauró la jornada laboral de ocho horas y en Avilés las lecheras que bajaban de las aldeas, a vender leche a la Plaza, se declararon en huelga como protesta por los excesivos impuestos del Ayuntamiento.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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