lunes, 25 de noviembre de 2013

El miedo es libre

Milio Mariño

El Gobierno, que ahora cumple dos años, tiene en gran estima a los que no salen a la calle. Dice que en casa se está mejor que en ningún otro sitio, sobre todo en invierno: con la calefacción, los libros, la música, internet y un buen sofá para echar una cabezada mientras vemos el telediario.

Suelo ser crítico con el Gobierno pero, en esto, reconozco que llevan razón. Cada vez salgo menos de casa. Antes tenía que salir para trabajar y ganar dinero, pero ahora, desde que estoy jubilado, solo salgo para divertirme y, sobre todo, para combatir la injusticia.

Para combatir la injusticia salgo aunque sea invierno y caigan chuzos de punta. Y voy a seguir saliendo aunque pongan esas multas que anuncian como amenaza. Tengo la suerte, o no sé si la desgracia, de pertenecer a una generación en la que ya de niños solían asustarnos y meternos miedo con cualquier cosa. Crecimos atemorizados por un miedo que, sin pretenderlo, dio otra intensidad a nuestras vidas y sirvió para agudizar nuestro instinto de supervivencia. Fue como si nos vacunaran. Así es que luego, cuando éramos jóvenes, salíamos a la calle y no temíamos a los grises, ni a las porras ni a las multas gubernativas.

Observando las primeras reacciones, me di cuenta, enseguida, de que en eso se basan los gobernantes de ahora, en que las generaciones que nos precedieron no mamaron el miedo como nosotros. Los que tienen cuarenta años, y de ahí para abajo, crecieron protegidos por sus padres, sus abuelos y la legislación vigente. No saben lo que es el miedo y eso ha servido para que quienes legislan piensen que pueden intimidarlos con una Ley que propone multas cuya cuantía no la establecen en función del salario mínimo, sino sobre el sueldo de los empresarios y los banqueros.

Son tiempos de una inmoralidad que da asco. Tanta ferocidad y tanta saña resulta inconcebible, su misma exageración la anula, y el resultado es que la gente, en vez de asustarse por lo que son capaces de hacer los diputados en el Congreso, les mira con una ternura infinita y lamenta estar gobernada por un atajo de impresentables.

Con todo, el desprecio y la indiferencia hacen mella, de modo que no me extrañaría que, cualquier día, Wert, Gallardón, Fernández Díaz o el ministro de turno, protagonizaran un arrebato de conciencia humana y respondieran ante las cámaras: Ya sé que lo que hago es grotesco pero es que Rajoy me ha empleado de ogro.

Si algo merece ser defendido de forma intolerante es la falta de tolerancia. No se puede tener una vara de medir para los corruptos y otra distinta para sus víctimas y quienes protestan ante la injusticia. Es evidente que se les ha ido la mano, han sustituido la inteligencia por el instinto y han reaccionado como bestias pardas.

El miedo es libre, cada cual coge el que quiere, dirán los que siempre dicen que si no haces nada, nada as de temer. Piensan que el miedo es la mejor solución para evitar las protestas, no reparan en que, muchas veces, también suele ser una fuente de energía que se transforma en coraje. Las pruebas son evidentes: aunque haya fosos fortificados, nidos de ametralladoras o alambradas de siete metros, coronadas con cuchillas asesinas, sigue habiendo gente no les tiene miedo y se juega el tipo.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España


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