Estuve riéndome un rato. Me gusta
la música Funk y me encantan los instrumentos de viento, pero nunca me ha pasado
por la cabeza comprar un saxo ni para colgarlo en la pared como adorno.
Las cookies se equivocaron.
Desconozco que datos pudieron cruzar para llegar a la conclusión de que podía
interesarme un saxo. Así que cuando deje de reírme, volvía a mirar el anuncio y
cerré la mano con el dedo corazón extendido. Ya sé que es un consuelo tonto,
pero es lo que nos queda.
No queda otra. Quienes usamos internet
estamos siendo chantajeados todos los días y a todas horas. Cliques donde
cliques encuentras esta amenaza: O pagas, o te lleno el ordenador de mierda. No
lo dicen así, pero así es como actúan y como hay que entenderlo.
Que nos obliguen a pagar por
rechazar las cookies, es decir, por salvaguardar nuestros datos personales y
nuestra intimidad, supone un chantaje en toda regla. La normativa vigente
autoriza esta práctica cuando lo lógico sería que prohibieran a cualquier
entidad o empresa que exija que renunciemos a un derecho fundamental y nos
amenace con tener que pagar si no lo hacemos.
Desde julio de 2023, una
directiva de la Unión Europea, en apariencia garante de nuestra privacidad,
permite este atropello. A raíz de esto, algunas webs ofrecen que puedas
rechazar las cookies gratis, pero son las menos. La mayoría te obliga a que las
aceptes, pagues o te suscribas. Además, proliferan los trucos, las
manipulaciones y los engaños para robar nuestros datos. Lo que haga falta para
saber dónde estás, qué te lleva a comentar o reaccionar ante este tema o el
otro, por qué productos o servicios te interesas, y de paso, cuál es tu estado
de salud, tu clase social, tu religión, tus preferencias políticas… todo lo que
puedas imaginar y más todavía.
No creo que nadie pretenda que
quienes cuelgan información en internet trabajen por amor al arte. Estas
páginas podrían ganar dinero con publicidad. Sería asumible que quienes las visitamos
pagáramos el peaje de soportar unos cuantos anuncios. Anuncios genéricos, como
los que ponen en la radio o en televisión. Utilizar la publicidad les permitiría
obtener beneficios sin necesidad de espiarnos de forma torticera y canalla.
Pero la avaricia rompe el saco y, además de endosarnos los anuncios, exigen que
les revelemos quién somos, para así poder almacenar toda esa información y
vincularla a nuestro perfil.
Eso hacen las cookies, no crean
que son galletas inglesas rellenas de chocolate, son pequeños fragmentos de
texto que roban nuestra privacidad. En teoría ayudan a los desarrolladores web y
nos proporcionan comodidad para navegar por la red, pero también nos escuchan, nos
monitorizan y nos hacen un traje a medida sobre lo que queremos y deseamos.
Aunque aseguren que estamos
protegidos, en internet se permite todo y esa permisividad supone que muchas
empresas consideran que si aceptamos las cookies tienen derecho a hacer lo que
quieran con nuestros datos personales.
Acepté, con humor, que me
ofrecieran un saxo… Pero no saben cómo las gasto. Que se preparen porque llevo
unos cuantos días facilitándoles pistas falsas para luego poder descojonarme cuando
me ofrezcan un yate a precio de saldo.