lunes, 23 de diciembre de 2013

El libro y el cigarrillo no deberían ser electrónicos

Milio Mariño

Hace tiempo, oí decir a un psiquiatra que nuestro sistema mental nos obliga a comprar lo que no necesitamos si lo encontramos a buen precio. Es decir, que el precio, y no la necesidad, es lo que nos mueve a comprar.

No me cabe duda de que es así, y pienso que esa forma de proceder, también la aplicamos a los regalos. Poco importa el regalo siempre que el precio se ajuste a lo que pensamos gastarnos.

Los expertos en marketing están muy al tanto de todo esto, y eso explica que un mes antes de navidades empiecen a promocionar el regalo que se presenta como novedad para sacarnos del apuro a un precio asequible.

Este año, aparte de los libros de memorias de algunos políticos y los famosillos de turno, los promotores del regalo para un apaño habían puesto sus ojos en el cigarrillo electrónico. Y se equivocaron de medio a medio, porque la ministra de Sanidad puede que no se entere de sí en su garaje hay Jaguar o un Seiscientos, pero le basta con un vistazo para descubrir dónde se esconde un fumador empedernido, ya fume en pipa o en esa chuminada de cigarrillo que quema vapor de agua.

Claro, por algo es ministra. A ver si pensaban que por el despiste que tiene con los coches, y las fiestas de cumpleaños, iban a poder darle el cambiazo con los cigarrillos. Ya ocurrió antes y no escarmientan. Obligaron a los bares y restaurantes a disponer de un espacio para fumadores, se gastaron los cuartos para reformar los locales y, en un par de años, decidieron que no se fumaba en ningún sitio cerrado.

Quiere decirse que, a veces, parece como si estuvieran esperando a que inventen algo para prohibirlo. Detesto las prohibiciones, pero en este caso estaría dispuesto a dar mi apoyo a la Ministra si la prohibición se extiende a lo que paso a comentarles.

El cigarrillo electrónico siempre me pareció una gilipollez, un tabaco de fogueo para que los fumadores empedernidos puedan domesticar el mono y no pierdan el tiempo saliendo a fumar a la calle. Seré muy antiguo, pero pienso lo mismo de otro sucedáneo también electrónico: el libro.

No me imagino lo que puede ser, en un futuro, entrar en casa de un amigo y advertir que, en las estanterías, no hay ni siquiera un libro. ¿Cómo qué no? Tengo miles, dirá el desgraciado. Lo que pasa que los tengo, todos, en el ordenador, la Tablet y el dispositivo digital de lectura.

Hombre no me jodas, donde esté un libro de papel: con su textura, su olor, el color y el diseño de las tapas… Ni punto de comparación. Es lo mismo que si comparas un Marlboro con un cigarrillo electrónico. Por eso, y sin que sirva de precedente, pido a Wert que copie de Ana Mato y prohíba que se regalen libros que puedan leerse en una pantalla táctil, como quien fuma, bajo techo, vapor de agua aromatizado.

El precio, es evidente que no juega a mí favor, pero: ¿se imaginan que estas Navidades alguien les regale el archivo de, “El sonido y la furia”, de William Faulkner? Debería estar prohibido. Por todo lo que dije antes y por qué, en Inglaterra, no sé si los jóvenes se avergüenzan de fumar, pero dicen que les da vergüenza leer libros en papel.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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