lunes, 12 de agosto de 2013

Sucedió en agosto



Junto a las viejas historias que conocemos hay otras que se contaron en voz baja y fueron, pronto, olvidadas para liberar conciencias y proteger reputaciones, pero esas historias, mal conocidas o ignoradas, están ahí lo mismo que las estatuas están donde están aunque no lo merezcan.

Esto que digo viene a cuento de una historia que sucedió en agosto de 1910, cuando Avilés era una pequeña villa, de 13.000 habitantes, que tenía ferrocarril, telégrafo y alumbrado eléctrico, y había consolidado el despegue económico iniciado a finales del XIX, época en la que se instalaron las empresas importantes y se construyó la dársena de San Juan de Nieva, por donde llegaba el comercio y el capital americano.

Por aquellas fechas ya se habían puesto de moda los terapéuticos baños de mar, de modo que los veraneantes ya venían a Salinas y los indianos aprovechaban el verano para volver a la villa y presumir de dinero.

Sitios donde presumir no había muchos. Estaba por construirse el Gran Hotel y Avilés tenía tres fondas: La Serrana, La Ferrocarrilana y La Iberia. También tenía cafés como el Colón y el Imperial, al que acudían señoritas y era refugio de bohemios y noctámbulos.

El Colón y el Imperial estaban, frente por frente, en la calle La Muralla. En la misma calle pero próxima a Las Meanas, que entonces era una especie de bosque al que acudían los homosexuales y las prostitutas, había una casa de citas regentada por Jesús Gutiérrez, un homosexual que ejercía de "madame" y controlaba la prostitución masculina.

El caso fue que el 31 de agosto de 1910, a las cinco de la mañana, un obrero que pasaba por Las Meanas encontró el cadáver de un hombre al que habían estrangulado. La víctima resultó ser Manuel García, natural de Soto del Barco pero indiano de procedencia pues hacía un par de semanas había vuelto de Cuba con una considerable fortuna.

La policía anotó en su informe que el cadáver llevaba encima unas gafas con montura de oro, unas coplas, una llave, de la Fonda La Ferrocarrilana, un cinturón, con hebilla de plata y las iniciales MG en oro, y una carta de crédito por valor de 35.000 pesetas, de las de entonces.

El tratamiento que la prensa local dio al suceso casi justificaba el asesinato. Decía que Manuel García era un hombre dominado por hábitos contrarios a la naturaleza humana, un degenerado que había sido visto esos días con un chico muy joven que tenía aspecto de marinero. La prensa daba a entender que la condición de homosexual llevaba consigo un final de tragedia y se interesaba poco, o nada, por el autor del crimen.

Algunos testigos afirmaron que la mañana antes de ser asesinado, Manuel García había amenazado, en el café Imperial, a un joven de familia adinerada y muy conocida en Avilés, exigiéndole cierta cantidad de dinero a cambio, probablemente, de silenciar su homosexualidad. Quizá ese joven se tomase la justicia por su mano y acabara con la vida del indiano, o quizá fuera el otro, el joven con aspecto de marinero, el autor del crimen. No lo sabremos nunca; el crimen no fue resuelto.

Más de un siglo después no sé si será razonable pensar que no detuvieron al asesino por falta de pruebas, pero quizá, y sobre todo, porque alguien conocido, y muy influyente en Avilés, andaba de por medio.

Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España



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