lunes, 15 de abril de 2019

Agujeros negros

El lado obscuro de casi todo


Cuando tropiezo con algo que no entiendo procuro no romperme la cabeza, pero a veces me da la neura y sigo dándole vueltas hasta que acabo como una cesta de grillos. Debe ser ese afán que nos lleva a querer saberlo todo y a conocer, incluso, el futuro. Un empeño bastante absurdo porque hay cosas que ya pueden explicárnoslas mil veces que seguimos sin entenderlas. Ya me dirán quién es el guapo que entiende eso de una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada y densa como para generar un campo gravitatorio del que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella. Eso no se entiende por más que te enseñen la foto y veas que es algo así como una ecografía del espacio con una figura que parece un donut.

Para consolarme pensé que había picado muy alto y pretendía entender cosas que, tal vez, no estaban a mi alcance, pero justo delante tenía el periódico y resulta que tampoco entendía esa propuesta de Isabel Diaz Ayuso de considerar al concebido no nacido como un miembro más de la familia. Intenté razonar y darle sentido, pero lo primero que me vino a la cabeza fue que, aplicando ese criterio, también podían considerar fallecido al abuelo de 80 años que es un estorbo en casa. Uno ya tiene una edad y se mosquea con estas propuestas que parecen sacadas del agujero negro que todos tenemos en el cerebro. Y cuando digo todos no salvo a nadie porque seguro que de uno de esos agujeros salió la idea de subir el salario mínimo a 850 euros, en 2020. La idea y la explicación que dieron luego de que no supone bajarlo sino respetar los acuerdos entre la Patronal y los Sindicatos.

Dándole vueltas, a los agujeros negros, se me ocurrió que los políticos es muy posible que vivan dentro de un agujero del que no pueden salir. Un agujero que engulle todo lo que les rodea y genera un campo gravitatorio que les impide asomarse al universo exterior, que es donde vivimos nosotros. Solo así se explicarían las exhibiciones de ignorancia de Adolfo Suárez Illana, las fanfarronerías y los desafíos del engreído Aznar, los rifirrafes entre Casado y Rivera, los desahogos patrióticos en lugar de las propuestas sensatas, la nueva pasión por la tauromaquia que incluye el rescate de toreros para la política y la aparición de un buen número de militares que prescinden del ordeno y mando y se apuntan al debate parlamentario.

También parecen salidos de un agujero negro la amenaza de un crecimiento económico negativo, el calentamiento del planeta, la expansión de la pobreza, la pérdida del estado del bienestar y la ceguera de una sociedad indecisa que duda entre volver al pasado o dar un paso adelante.

De otro agujero negro acaba de salir nada menos que Julián Assange, el autor de las filtraciones de Wikileaks y los Papeles de Panamá. Un personaje incómodo para muchos gobiernos por su afán de abrir agujeros que tienen que ver con la impunidad de aquellos que han cometido crímenes o participan en redes de blanqueo y corrupción.

Al final, no queda otra que tomar en consideración lo que dicen los científicos. El lado obscuro está lleno de agujeros negros que roban todo lo que hay a su alrededor y dejan a las estrellas sin luz.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de abril de 2019

Pensiones y aprensiones

Los partidos deberían pronunciarse sobre un tema que es capital


Cuando me puse a escribir sobre las pensiones pensé que la parte buena es que ya estoy jubilado y muy mal se tienen que dar las cosas para que quiebre el sistema antes de que me muera. Igual soy demasiado optimista. Ahora bien, eso no quiere decir que el miedo desaparezca. El miedo solo cambia barrio, aunque también es cierto que podría ir por los dos: por el de la edad y el de la pensión. Sería un castigo excesivo porque con la incertidumbre de que la revaloricen, o no, alcanza y sobra para tenernos con el alma en vilo. Otra historia es que alguien proponga recortar las pensiones actuales, lo cual supondría una crueldad a la que quizá no se atrevan, no por falta de ganas sino por cálculo electoral. De modo que el miedo no afecta tanto a los jubilados como a los futuros beneficiarios, a quienes hace tiempo que les vienen diciendo que se resignen y disfruten mientras puedan porque van a tener que trabajar hasta los 70 años y cobrar la mitad.

En la calle, es lo que se comenta. Pero, ahora, llegan las elecciones y la gente tiene derecho a saber la verdad. Tiene derecho a exigir que los partidos se mojen y dejen de disimular sobre algo que, en este momento, afecta al 26% del electorado y es seguro que afectará al 100%. Por eso que, sin desmerecer el debate sobre la conveniencia de tener una pistola en casa o sobre el aborto en la época del neandertal, todos deberían retratarse y decir lo que piensan sobre un tema que es capital.

Lo que sabemos es que han tirado por la borda dos años de trabajo de la comisión del Pacto de Toledo con la excusa del adelanto electoral. Otro intento fallido, mientras la sociedad sigue demandando un debate en el que los partidos ofrezcan sus alternativas y dejen de marear la perdiz con ese bombardeo constante sobre la supuesta quiebra del sistema público y las predicciones geriátricas de quienes se jubilen en el 2050 y posiblemente vivan cien años.

Está bien que se aborde el futuro, pero antes tenemos derecho a saber cómo se ha llegado a la situación actual y a que se diga la verdad sobre la sospecha de una estrategia deliberada para desvalijar la Seguridad Social. Sospecha que tiene su origen en la decisión de aminorar sus ingresos y multiplicar los gastos.

Es evidente que se vació la hucha de las pensiones, se obligó al sistema a financiar las bonificaciones a las empresas y las tarifas planas de cotización; se trasladaron y cargaron en sus cuentas quebrantos que no le pertenecían para que otros organismos como el de Empleo cuadraran sus balances; y se completó la faena con una devaluación salarial que ha impedido que el aumento de cotizantes aporte mayores ingresos.

Estos detalles deben tenerse en cuenta antes echarle la culpa a la crisis y a que el sistema es insostenible. En los años más duros resulta que no hubo déficit ni fue necesario recurrir a las reservas. Eso vino después, cuando el gobierno del PP regaló 60.000 millones a los bancos y dijo que no había dinero para las pensiones. Dinero hay, lo que falta es voluntad política para abordar un tema en el que no valen medias tintas, todos tienen que mojarse y decir cuáles son sus alternativas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de abril de 2019

La trinidad de la derecha

Tres partidos para una de las dos Españas


Tres eran tres las hijas de Elena, tres los mosqueteros, tres los cerditos y tres los partidos que aspiran a sumar votos y que la suma alcance los 176 escaños que les darían la mayoría en el Congreso y la posibilidad de formar un gobierno de derechas. En eso, los tres están de acuerdo. La discrepancia surge cuando uno de los partidos apela a que también son tres quienes forman la Santísima Trinidad y, sin embargo, hay un solo Dios verdadero. Un Dios padre, que reclama para sí el PP, un Dios hijo que podría ser Ciudadanos y el Espíritu Santo que, aunque sea a regañadientes, asumen pueda ser Vox, como portador de la esencia más pura y colaborador, indispensable, con el padre y el hijo, en ese empeño por alcanzar la salvación de la derecha que sería, según ellos, la salvación de España.

La trinidad siempre fue difícil de comprender, pero para eso está la fe. La fe verdadera, que es la que invoca Pablo Casado cuando insiste en reivindicarse como el único y más legítimo representante de la derecha. Opinión que comparten y defienden los suyos negando, muy enfadados, que sean la derechita cobarde. Y es que, al final, el voto es el voto y en el PP no ven muy católico que tenga que repartirse entre tres. Por eso apelan al racionalismo de lo útil, cuya utilidad sería votarlos a ellos.

El caso es que resulta, casi, una paradoja que el PP se reivindique como el más fiel representante de la derecha, después de que Rajoy hubiera convertido el partido en un batallón de gestores, proclamando que lo importante no era la ideología sino los resultados. Se insistía, entonces, en que las ideas políticas se habían agotado y era el tiempo de los expertos. Es más, se llegó a decir que ya no había izquierdas ni derechas sino buena o mala gestión. En eso se resumía todo, en gestionar el gobierno como quien gestiona una empresa. Y con esa idea, para parecer menos de derechas y ganarse a la opinión pública, el PP pasó a denominarse centrista. En principio dijeron que eran de centro-derecha, pero finalmente acabaron diciendo que eran de centro reformista, no fuera a ser que los identificaran con alguna ideología.

Así estaban las cosas hasta hace más o menos un año. Pero las ideologías han vuelto y con ellas la trinidad de la derecha. La gente se ha cansado de aceptar, de forma resignada, que la única finalidad de la política sea, pura y simplemente, gestionar lo que hay y ha vuelto al discurso emocional. Por eso la derecha está divida. Está como siempre estuvo la izquierda, debido a que es muy difícil que, en un solo partido, puedan confluir distintas sensibilidades.

Lo de ahora parece más lógico. Como también parece lógico que los populares se desangren y pierdan votos en favor de Vox, un partido muy ideologizado que invoca la vuelta a las esencias y la reacción frente a la hegemonía cultural de la izquierda, al tiempo que critica el buenismo del PP de Rajoy. También se desangra Ciudadanos, que solo tenía una carta para presentarse como voto útil. Dibujar un escenario peligrosamente polarizado y arrogarse acabar con los extremismos apostando por el centro, pero ha arruinado esa posibilidad alineándose con la derecha. De modo que ya lo ven, al final, tenemos tres derechas para una de las dos Españas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 25 de marzo de 2019

El futuro del Niemeyer

¿Y después del juicio qué?


Estos días se está celebrando en Oviedo el juicio sobre el “Caso Niemeyer”, un proceso en el que se juzgan los presuntos delitos de malversación, falsedad y estafa en la gestión del citado centro, mientras estuvo al frente del mismo el que fuera su primer director, Natalio Grueso. La previsión es que a finales de mayo conozcamos la sentencia que posiblemente aclare lo que parece un desastre contable y un despropósito en cuanto a la gestión del centro en sus inicios. Pero, sea cual sea el desenlace, no es previsible que arroje ninguna luz sobre quienes fueron los culpables de lo que, ocho años más tarde, tiene todo el aspecto de ser un juguete roto, abandonado a orillas de la ría avilesina. Un conjunto arquitectónico, luminoso, sorprendente y de una belleza indudable, que fue regalo del arquitecto brasileño y acabó costando 44 millones de euros.

Desde el primer momento, ya se oyeron voces que calificaban la inversión como un gasto desmesurado en tiempos de crisis. No obstante, también fueron muchos los que defendieron la idea de que era la compensación necesaria para paliar los efectos de una reconversión siderúrgica que obligaba a la villa avilesina a reinventar su futuro. Postura que comparto porque pienso que Avilés se merecía el Niemeyer o un proyecto, incluso, más ambicioso. Otra cosa es si, en la actualidad, se está sacando partido a lo que significa un centro de esa envergadura, o se da por amortizado, simplemente, con tenerlo ahí para mirarlo y compartir con las gaviotas la blancura de su cúpula y la elegancia de sus curvas.

En mi opinión, ese sería el otro juicio. El juicio que está pendiente y a expensas de que quieran abordarlo las autoridades locales y regionales y los integrantes del Patronato de la Fundación. Un Patronato que el pasado año 2018 tenía previsto ingresar 2.606.000 euros y destinar 813.000 a la programación de actividades. Poco dinero y una diferencia notable, entre programación e ingresos, que quizá deba entenderse en el contexto de una institución, con una deuda importante, que pretende ir saneando sus cuentas.

Ahora mismo, la realidad es esa. Es lo que hay por más que apelemos a cómo nació el Niemeyer y las expectativas que se crearon. No se parece, en nada, a lo que prometieron en un principio. Nos vendieron una especie de “Cuento de la lechera” que pronto acabó con el cántaro en el suelo y los iniciales sueños de grandeza desparramados en frustraciones. Empezamos con Kevin Spacey, Jessica Lange, Paulo Coelho, Wole Soyinka, Carlos Saura, Woody Allen, Gilberto Gil, John Mayall, Yo-Yo Ma, Barbara Hendricks y el New York Times celebrando aquí sus célebres Conversaciones y hemos acabado con el mago ovetense Anthony Blake haciendo trucos de magia.

Desconozco cuál será su futuro. Tuvimos una oportunidad que resultó fallida y la sensación que se percibe es que el Niemeyer se ha convertido en algo así como un quiero y no puedo. La indefinición y la falta de proyecto no auguran muchas esperanzas. Pero, que sé yo, a lo mejor igual deberíamos conformarnos con lo puesto. Comentan que el propio Óscar Niemeyer dijo que si algo es bello es útil. Por supuesto. No creo que nadie discuta la utilidad de la belleza. Lo que se discute es si el Centro ha de estar solo para mirarlo o para mirarlo y aprovechar al máximo sus posibilidades.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de marzo de 2019

Diputados de profesión

Milio Mariño

Viendo las peleas que hay en los partidos para conseguir un puesto de cara a las próximas elecciones, dije date: esto de diputado me huele a chollo. Y se me ocurrió hacer un repaso sobre las condiciones de lo que para algunos es profesión.

Empecé por lo más sencillo, por ver cuál es la jornada de trabajo y si están sometidos a algún tipo de control en cuanto a su cumplimiento. La respuesta es que no, que los diputados no tienen que fichar ni se controla su asistencia. En teoría, solo se les exige estar en el momento de las votaciones, no se les sanciona si no están en los debates. Los partidos, lo único que sancionan es si un diputado se salta la disciplina de voto y no vota con su grupo. Pero, por lo que se refiere a la asistencia, no hay nada establecido. Y eso, a pesar de que no están sometidos a una jornada y un calendario demasiado exigentes. Trabajan tres días a la semana: martes, miércoles y jueves. Aunque no todo el año, claro. En Semana Santa tienen 18 días de vacaciones, 52 en Navidad y 70 en el verano. Vaya en su descargo que en la mayoría de los países de la Unión Europea están parecido, pocos pueden presumir de “hacer trabajar” a sus diputados más de 140 días al año.

Otra cosa que decidí comprobar fue en qué condiciones desarrollan su trabajo. Pues bien, además del escaño, cada diputado dispone de un despacho y de unos asesores que se asignan en proporción al tamaño de cada grupo. También tienen a su disposición el bar del Congreso. Un detalle curioso porque no sé si alguien conocerá algún lugar de trabajo en el que esté permitido beber alcohol. Yo solo conozco ese, donde se puede beber de todo y, además, está subvencionado. En el Presupuesto de 2018, aprobado en el mes de junio, se contempla una subvención, para el bar del Congreso, de 1.617.000 euros.

Sin entrar a valorar que se subvencionen, con más de un millón y medio de euros, las copas de sus señorías, resulta, cuando menos, chocante que tengamos prohibido conducir un coche si tomamos un par de cervezas y en cambio los diputados puedan votar leyes que afectan a la vida de las personas, aunque se hayan inflado a beber gin tonic.

En lo dicho, y en otras cosas, no parece que exista ningún control para vigilar el buen hacer de nuestros diputados. Que no dudo que los habrá que cumplan y trabajen hasta el límite de sus fuerzas, pero han sido demasiados ejemplos los que han servido para configurar una opinión, muy extendida, de que tenemos una clase política alejada del ciudadano, que no se merece lo que gana ni lo que representa.

Los propios diputados tampoco es que hayan hecho mucho por cambiar esa idea. Son de ideologías distintas, pero suelen ponerse de acuerdo cuando toca aprobar lo que parecen prebendas a cargo del contribuyente. Además de los sueldos, ahí están las dietas, los viajes, las ayudas de vivienda, los 300 euros al mes para taxis, el móvil, el iPad y la línea ADSL gratis, un plan de pensiones que, de momento, está congelado… Y, la ventaja de que pueden compatibilizar su escaño con algún trabajo o actividad privada.

Tal vez, ahora, se entienda por qué luchan tanto por ser diputados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 11 de marzo de 2019

Impuestos imposibles

Milio Mariño

Decía Benjamín Franklin que en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos. Unos impuestos que reconocemos necesarios, pero que no por ello los pagamos con gusto. De todas maneras, hay impuestos que duelen, pero se pagan sin que el dolor sea muy fuerte, mientras que otros nos dejan una sensación de injusticia que hace que nos sintamos víctimas de un timo o un robo legalizado. O peor aún, que nos sintamos tan insignificantes que pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana y ponernos una tasa hasta por el aire que respiramos. Cosa que no deberíamos descartar pues en la vecina Portugal acaban de inventar un nuevo impuesto, llamado del sol, por el que aumentan el valor catastral de los pisos más soleados y sus propietarios tienen que pagar un IBI más caro.

No le den vueltas tratando de razonar y encontrarle sentido porque no lo tiene. El sentido es que los Gobiernos, abrumados por un déficit cada vez mayor, no ven otra salida que subir los impuestos. Pero claro, como saben que eso irrita y cabrea a la gente han cambiado de táctica. Los impuestos que tenemos no los tocan, lo que hacen es crear nuevos impuestos. Crear otra fuente de conflictos porque, como ya pagamos por tantas cosas, encontrar un impuesto nuevo, que no parezca un disparate, requiere una imaginación portentosa que supera la que puedan tener los políticos y los funcionarios de la Agencia Tributaria.

Antes hablaba del “impuesto del sol”, en Portugal, pero lo que hemos leído que llega desde Bruselas es para nota. La Unión Europea está planteándose gravar a los ganaderos con un impuesto especial por las flatulencias de las vacas. Dicen que estos animales son los responsables del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera y que eso hay que atajarlo. Me parece bien. Pero no sé yo si habrá quien se crea que, por ponerles un impuesto a los ganaderos, las vacas van a tomar conciencia y reducir sus emisiones diarias de pedos.

Entonces: ¿Con que fin ponen el impuesto? El impuesto lo ponen para recaudar más dinero. No hay otra. La escusa es tan absurda que podrían haberse estrujado un poco más la cabeza antes de venir con eso de que los ganaderos paguen por los pedos de sus vacas. Podrían, no sé, proponer un impuesto por dormir la siesta o cobrarnos cada vez que pasemos por un semáforo en verde. No pretendo dar ideas, pero si lo que digo les parece descabellado ahí está la propuesta del economista nipón Takuro Morinaga, quien sugiere que los hombres más guapos y solteros deberían pagar el doble de impuestos que los menos agraciados. De este modo, asegura, se podría acabar con los problemas de descenso de natalidad que sufre Japón, cuyo gobierno está considerando la idea.

Como ven, la invención de nuevos impuestos está en marcha, solo cabe esperar que sean más creativos y menos absurdos. Hasta ahora se les ha ocurrido poner un impuesto a los pisos soleados, gravar a los ganaderos por los pedos de sus vacas y cobrar a los guapos que estén solteros y no tengan hijos. Es el comienzo. Nadie sabe hasta dónde pueden llegar. Como ejemplo, apunten otro impuesto curioso. En Maryland, EE.UU, los ciudadanos pagan treinta dólares al año por cada inodoro que tengan en casa.

MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de marzo de 2019

Mentir de verdad

Milio Mariño

Casi nadie se sorprendió cuando Pablo Casado comenzó su discurso diciendo: Por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas. Solo un señor bajito, que estaba en primera fila, puso cara de escéptico. Pero Casado no se dio por aludido. Hizo una pausa, bebió un trago de agua y siguió contando su historia. Me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas, empecé a tirarle piedras y caían avellanas.

Puestos a contar mentiras, los políticos son los mejores contadores de cuentos del mundo. Hay quien dice que tienen poca gracia y no hacen reír a nadie, pero con las mentiras de los políticos pasa como con los chistes malos, que la gente no se ríe hasta que los ha oído un montón de veces. Y tiene su lógica. Hay mentiras tan absurdas que cuando uno las recuerda tiene que reírse a la fuerza.

Hice referencia a una canción infantil, que puse en boca de Casado, porque el festival de mentiras acaba de empezar y no se imaginan la que nos espera. Tenemos ante nosotros tres meses de convocatorias electorales y otro mes, por lo menos, con el lio de las alianzas y la formación de gobiernos. Gobiernos locales, autonómicos y el central, que ahí es nada. Un verdadero empacho que coincide, además, con el juicio del Procés. De modo que, como mínimo, estaremos hasta el verano, acosados por noticias, declaraciones y desmentidos de todo tipo.

Dirán que viene a ser lo de siempre juntado en apenas tres meses. Lo sé, pero uno, al hacerse viejo, va volviéndose menos creyente y todo le suena a cuento. Todo le parecen mentiras por más que vivamos en la era de la información y estemos al tanto de lo que sucede en el mundo casi de forma inmediata.

Nunca, como ahora, tuvimos acceso a tantas noticias y, sin embargo, cuanta más información nos llega más nos convertimos en manipulables. Las cosas han llegado a un punto que vemos cualquier noticia y ya no sabemos si es verdadera o falsa. Pero, ¿acaso importa? Lo digo porque hay gente que, aun sabiendo que la noticia es falsa, actúa como si las mentiras fueran verdades. Como si la realidad fuera otra, pero no porque haya sucumbido a la mentira política, sino simplemente porque le interesa.

Buscando explicación a esto que les digo me encontré con un ensayo sobre “El arte de la mentira política”. Un ensayo, del escritor Jonathan Swift, en el que el autor se pregunta si es conveniente mentir y engañar al pueblo por su propio bien. La conclusión es que sí. Que al pueblo hay que engañarlo porque es crédulo y la mentira forma parte de su elemento natural, de modo que debe ser gobernado no diciéndole la verdad. Mintiéndole con elegancia, no con la torpeza con la que suelen hacerlo algunos políticos, que además de mentir mal acaban creyéndose sus propias mentiras, lo cual supone privarlas de su inicial bondad.

También se dice, en el ensayo, que el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras. Y, para mí que es cierto. Si el político dice la verdad y esta no le gusta a quien le escucha prefiere que cambie su discurso y le dé esperanzas, aunque tenga que mentir. En eso, los dos están de acuerdo. Uno porque oye lo que quería oír y el otro porque confía en que le acabará votando.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España