lunes, 14 de octubre de 2024

Lo bárbaro no fue lo de Bárbara

Milio Mariño


La noche del 23 de febrero de 1981, llovía si dios tenía agua, el viento soplaba a rachas y las calles de Avilés estaban desiertas, no había un alma. Era una noche de perros. Recuerdo que no pegué ojo, no dormí un sueño. Pero no por las inclemencias del tiempo, sino porque en Las Cortes había entrado un tonto con una pistola y los zurdos teníamos miedo de cómo podía acabar la cosa.

 Al día siguiente, aunque seguía lloviendo, moría de sueño y no me quedaba tabaco ni para fumar un cigarro, estaba tranquilo. La televisión y la radio repetían sin cesar que el Rey Juan Carlos I nos había salvado del golpe de Estado y había defendido la democracia como un jabato.

Durante décadas, esta convicción silenció cualquier duda engrandeciendo la figura del Rey hasta el punto de que cuando empezaron a conocerse algunas de sus andanzas, apuntaban que igual era un pelín golfo, pero que si no fuera por él no tendríamos democracia. Aquella hazaña lo convertía en un héroe al que debíamos perdonar sus flaquezas; que menos. Comparado con lo que había hecho, era una insignificancia que se acostara con mujeres estupendas o se hiciera rico llevándoselo crudo con los barriles de petróleo u otras vías como la del tren a La Meca.

Más de cuarenta años después sabemos, porque él mismo lo dice en unos audios que acaban de publicarse, que todo lo que creíamos, porque nos lo habían hecho creer, era una falsedad. La gran verdad de nuestra historia reciente es que el rey Juan Carlos, al parecer, fue uno de los promotores del golpe de Estado que luego acabó parando no sé sabe si por consejo de la CIA o de Sabino Fernández Campo. Hasta ahora, nadie había aportado ninguna prueba concreta, pero resulta que lo comenta con su amante e, incluso, se permite mofarse de alguien que también estaba en el ajo como el general Alfonso Armada, del que dice, muerto de risa, que se comió siete años de cárcel y jamás dijo una palabra.

A mí, y a otros muchos, lo que menos nos importa es lo que pudo ocurrir con Bárbara. Lo bárbaro es lo otro. Es que hayamos vivido engañados durante tantos años y, encima, quieran volver a engañarnos.

Digo lo de volver a engañarnos porque no estamos, ni mucho menos, ante un asunto de faldas que deba dirimirse en las tertulias de la tele o la prensa del corazón. Estamos ante una cuestión de Estado con muchos interrogantes, como saber qué pasó, realmente, el 23F, cuánto dinero público se pagó para comprar los silencios, quien ordenó pagarlo y muchas más cosas.

Hace poco, el rey Juan Carlos anunció que publicaría sus memorias y dijo, para justificarse: “Lo hago porque tengo la sensación de que están robando mi historia”.

Que Juan Carlos diga que le roban su historia y que, además, insinúe que los ladrones somos nosotros, era lo que faltaba. Que lo diga precisamente él, que disfrutó de un reconocimiento y un cariño popular que casi puede considerarse unánime.

A los que, de verdad, les han robado la historia es a todos los españoles y, especialmente, a los que luchamos por la democracia y por sacar la transición adelante. Que nos devuelvan lo robado es imposible, pero tenemos derecho a la pequeña satisfacción de saber quiénes fueron los ladrones.


Milio Mariño / Artículo de Opinión


1 comentario:

  1. Es posible que aquella noche acabaras el tabaco, otros tuvieron que ir a dormir al puerto San Isidro con las fichas de los carnets del partido.

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Milio Mariño