Explorando contradicciones, como llamar
persona de color a un negro, recordé que hay cosas importantes que pasan
desapercibidas y, sin embargo, otras, que no parecen tener importancia, son objeto
de investigaciones al más alto nivel. Les pongo un ejemplo. Hace poco, varias
universidades publicaron un estudio en el que daban cuenta de que habían descubierto
que los caballos blancos, gracias a la polarización de la luz, son menos
propensos a las picaduras de los tábanos.
Está bien saberlo. Desconozco
para qué puede servir, pero alguna utilidad tendrá. Los científicos no suelen
malgastar el dinero público. La Universidad de Northampton tiene en marcha un
estudio para averiguar si las vacas, cuando se juntan, establecen alguna
relación de amistad y eligen a una como su amiga íntima.
Ahora se investiga todo. Aparentemente,
todo está bajo control, lo cual no quita para que siga habiendo lagunas y
vacíos difíciles de explicar. No quisiera equivocarme pero, que yo sepa, nadie ha
investigado por qué España, que según las estadísticas es el segundo país del
mundo con más hombres calvos, no ha tenido, ni tiene, ningún Presidente calvo. Calvo
Sotelo, ciertamente, lo era, pero apenas estuvo unos meses en el cargo y no
alcanza ni para contabilizarlo cómo excepción.
El tema no es baladí. Todo lo que
sucede, sucede por algo, tiene un motivo. Por eso resulta extraño que ningún investigador
se preguntara por qué, en un país dónde el 42,6% de los hombres son calvos, ni
uno solo, en más de cuarenta años, llegó a Presidente del Gobierno. Alguna explicación
tiene que haber. Recurrir a la casualidad es negar el método científico y escurrir
el bulto. El mundo se rige por leyes universales, no por casualidades. Así que ya
están tardando los científicos, los calvólogos o quien sea, en investigar qué
ha pasado para que todos los Presidentes: Adolfo Suárez, Felipe González,
Aznar, Zapatero, Rajoy y Pedro Sánchez, al margen de que sus cabezas albergaran más o
menos neuronas, todos tuvieran pelo.
Debería investigarse, no solo por
las dudas que pueden albergar los calvos, sino por la credibilidad y el
prestigio de la propia democracia. También podrían investigar, de paso, por qué
los presidentes de derechas son aficionados a teñirse el pelo. Lo de Aznar y su
pelo caoba no admite discusión. Rajoy insistía en que no se teñía, pero el
color obscuro de su pelo contrastaba con el blanco de su barba, una combinación
sospechosa. Núñez Feijoo, que ya sé que no es presidente pero no lo es porque
no quiere, ha pasado de tener el pelo casi negro a lucir una mezcla entre
cenizo y rubio.
El estudio que les decía, el de
los caballos y los tábanos, ha tenido continuidad. Acaban de iniciar otra
investigación en la que varios laboratorios, en colaboración con la Estación
Biológica de Doñana, EBD-CSIC, están estudiando la enorme fortaleza de las
crines de los burros para ver si dan con una fórmula que permita trasladar esa
fortaleza a la cabellera de los humanos y acabar con la calvicie.
El reconocido prestigio de
nuestros científicos, y los sofisticados medios de que disponen, animan a
pensar que lo mismo descubren alguna conexión, entre los burros y los humanos, hasta
ahora desconocida, que desvele el misterio de por qué nunca hemos tenido un Presidente
calvo. Claro que también puede ser que ya la hayan descubierto y mantengan el
secreto por razones de Estado.
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Milio Mariño