En verano no solemos pensar fríamente.
Que es, según dicen, como mejor se piensa. Pensamos en caliente y luego pasa lo
que pasa. Pasa como aquel que llamó a un “ñapas” y le dijo: Quite la ducha de hidromasaje
y la mampara de vidrio y sustitúyalas por una bañera de las de antes y unas cortinas
de plástico. Ya sé que el baño quedará fatal, pero como además de feo será incómodo,
mi familia se duchará menos y ahorraremos una pasta en agua y calefacción. De
todas maneras, como me temo que no será suficiente, cambie también la cisterna,
por una de esas que se tira de la cadena, y sustituya el portarrollos por un
clavo en la pared para colgar hojas de periódico a modo de papel higiénico.
Aunque parezca increíble hay
gente así. Gente convencida de que disfrutamos de unas comodidades y un buen
vivir que es demasiado y piensa que lo que más nos conviene, y conviene al país,
es volver a lo de antes. Derribar lo construido y retroceder unos cuantos años.
Hacer que dejemos de igualarnos con el resto de Europa y volvamos a parecernos
al norte de África.
La idea de que debemos empeorar,
para que al país le vaya mejor, la contaba Alfred Pennyworth, que no es ningún
economista ni político de prestigio sino el mayordomo de Batman. Un viejo
guasón que se mostraba asombrado por la candidez de Bruce y le decía que los
villanos son todos muy simples y muy parecidos, pues siempre repiten la misma
fórmula, tanto en el fondo como en la forma.
Tenía razón. Hemos vuelto a lo
que contaba Cervantes en “El Retablo de las maravillas”. Un día aparecen unos
estafadores y anuncian que ofrecerán el espectáculo más asombroso que jamás se
haya visto. Pero ponen una condición: Sólo podrán verlo y disfrutarlo quienes
tengan un origen legítimo y no anden en tratos con el demonio. El engaño funciona
hasta que irrumpe alguien que no participa de ese delirio y, por tanto,
atestigua que no hay ningún espectáculo ni nada parecido. Entonces el alcalde
lo señala con un anatema que, en aquellos tiempos, significaba condenarlo a la
hoguera: “¡Es de ellos, no ve nada!”
Así estamos. Los argumentos
vuelven a ser los mismos. Sólo fingiendo y haciendo de la mentira verdad,
dándoles la razón a quienes aseguran que todo está mal, podemos librarnos de
que nos acusen de pertenecer a ese “ellos” que califican de infame. El hecho de
ver la realidad, y contarla como es, convierte, a quien se atreve, en un despreciable
ignorante al servicio de la maldad.
Oiga una cosa: Creo recordar que
usted tenía un baño precioso. Es cierto que lo tenía, pero me convencieron para
que lo reformara y ahora no me queda otra que aguantar y seguir adelante. Y,
más le digo, creo que también van reformar la cocina y dicen que no imagino
como va a quedar.
Es lo que tiene hacer caso de quienes insisten
en que hay que volver atrás para que todo funcione mejor. El peligro de
seguirles la corriente es que harán unas reformas que convertirán la vivienda
en poco menos que en inhabitable. Luego cada cual tendrá que arreglárselas como
pueda hasta que los hijos se enfaden, den un puñetazo en la mesa, y vuelvan a
reformarlo todo para ponerlo como, en principio, lo tenían sus padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño