lunes, 2 de septiembre de 2024

Amabilidad menguante

Milio Mariño

Siempre fui lento y ahora, que ya soy muy mayor, para qué les voy a contar. El otro día bajaba despacio por la rampa de un aparcamiento y alguien que venía detrás tocó dos veces el claxon. Asomé la mano por la ventanilla y pedí disculpas, pero seguí bajando a mí ritmo. Luego, cuando aparcamos, vi que quien había dado los bocinazos era una mujer. No me sorprendió. En cuestiones de amabilidad no hay diferencia de género, igual de desagradable puede ser ella que él. He perdido la cuenta de las veces que di los buenos días y nadie me contestó. Sucede otro tanto cuando cedo el paso, doy las gracias o pido disculpas. Silencio atronador.

Si alguien tiene la tentación de pensar que me muevo por sitios raros o solo me relaciono con gente de malvivir, ya lo puede ir borrando. Hago lo que hice siempre. La diferencia es que ser amable y, por ejemplo, dar los buenos días, se ha convertido en una costumbre antigua y propia de la gente mayor que no tiene nada que hacer.

Ser amable se entiende como algo del pasado y de una clase social inferior. Fruncir el ceño, poner cara de vinagre o no responder al saludo, está de moda porque  creen que hace que la persona parezca más importante y más respetable. Por eso cada vez menos gente se esfuerza por ser amable y el trato que recibimos suele ser cortante y plagado de monosílabos. Responden así para que nos hagamos a la idea de que estorbamos y mejor nos quitamos de en medio.

Me gustaría equivocarme, pero creo que la gente es más amable con los animales de compañía que con las personas. A los animales los tratan con cariño aunque les ladren y tengan que ir detrás recogiendo sus cacas. En cambio, la relación entre humanos se ha vuelto poco menos que insoportable. La intolerancia, la prisa y también el egoísmo, han conseguido que sea un fastidio portarse de forma educada. Sucede en todos los ámbitos. Vaya uno donde vaya, se sorprende de que lo traten con amabilidad, cuando debería ser lo normal.

En este sentido, preocupa la realidad que se vive en los hospitales y en los centros de salud. Según los últimos datos, el número de reclamaciones relacionadas con el trato que reciben los pacientes supera al de las quejas por la demora en las consultas y las intervenciones quirúrgicas. Parece que el personal sanitario se inclina por imitar aquella famosa serie “Doctor House”, que se caracterizaba por la escasa empatía con los enfermos.

Solo con un poco de amabilidad, que además es gratis, haríamos la vida más agradable y mejor. Ser amable no significa dejar de llamar a las cosas por su nombre ni olvidarse de ser crítico cuando la ocasión lo merece. Significa, según define la RAE, “ser digno de ser amado, afable y afectuoso”.

Cuestión aparte, aunque venga en el mismo lote, es si deberíamos ser amables con quienes no lo son, o no lo merecen. Creo, sinceramente, que sí. Ser amable no significa, ni mucho menos, ser servil o inferior. Al contrario, la amabilidad es un valor que denota, sobre todo, elegancia social.

Aquella señora del parking lo mismo pensó que dándome dos bocinazos aliviaba su frustración y su malhumor, pero cuando me vio  sonreír seguro que se dio cuenta de la inutilidad de su acción.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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