lunes, 26 de agosto de 2024

El Chantaje cookie

Milio Mariño
         Hace dos semanas, el día de San Roque para ser más exacto, abrí el ordenador como siempre y me encontré con este anuncio: Aproveche la oferta, compre un saxo tenor a buen precio.

Estuve riéndome un rato. Me gusta la música Funk y me encantan los instrumentos de viento, pero nunca me ha pasado por la cabeza comprar un saxo ni para colgarlo en la pared como adorno.

Las cookies se equivocaron. Desconozco que datos pudieron cruzar para llegar a la conclusión de que podía interesarme un saxo. Así que cuando deje de reírme, volvía a mirar el anuncio y cerré la mano con el dedo corazón extendido. Ya sé que es un consuelo tonto, pero es lo que nos queda.

No queda otra. Quienes usamos internet estamos siendo chantajeados todos los días y a todas horas. Cliques donde cliques encuentras esta amenaza: O pagas, o te lleno el ordenador de mierda. No lo dicen así, pero así es como actúan y como hay que entenderlo.

Que nos obliguen a pagar por rechazar las cookies, es decir, por salvaguardar nuestros datos personales y nuestra intimidad, supone un chantaje en toda regla. La normativa vigente autoriza esta práctica cuando lo lógico sería que prohibieran a cualquier entidad o empresa que exija que renunciemos a un derecho fundamental y nos amenace con tener que pagar si no lo hacemos.

Desde julio de 2023, una directiva de la Unión Europea, en apariencia garante de nuestra privacidad, permite este atropello. A raíz de esto, algunas webs ofrecen que puedas rechazar las cookies gratis, pero son las menos. La mayoría te obliga a que las aceptes, pagues o te suscribas. Además, proliferan los trucos, las manipulaciones y los engaños para robar nuestros datos. Lo que haga falta para saber dónde estás, qué te lleva a comentar o reaccionar ante este tema o el otro, por qué productos o servicios te interesas, y de paso, cuál es tu estado de salud, tu clase social, tu religión, tus preferencias políticas… todo lo que puedas imaginar y más todavía.

No creo que nadie pretenda que quienes cuelgan información en internet trabajen por amor al arte. Estas páginas podrían ganar dinero con publicidad. Sería asumible que quienes las visitamos pagáramos el peaje de soportar unos cuantos anuncios. Anuncios genéricos, como los que ponen en la radio o en televisión. Utilizar la publicidad les permitiría obtener beneficios sin necesidad de espiarnos de forma torticera y canalla. Pero la avaricia rompe el saco y, además de endosarnos los anuncios, exigen que les revelemos quién somos, para así poder almacenar toda esa información y vincularla a nuestro perfil.

Eso hacen las cookies, no crean que son galletas inglesas rellenas de chocolate, son pequeños fragmentos de texto que roban nuestra privacidad. En teoría ayudan a los desarrolladores web y nos proporcionan comodidad para navegar por la red, pero también nos escuchan, nos monitorizan y nos hacen un traje a medida sobre lo que queremos y deseamos.

Aunque aseguren que estamos protegidos, en internet se permite todo y esa permisividad supone que muchas empresas consideran que si aceptamos las cookies tienen derecho a hacer lo que quieran con nuestros datos personales.

Acepté, con humor, que me ofrecieran un saxo… Pero no saben cómo las gasto. Que se preparen porque llevo unos cuantos días facilitándoles pistas falsas para luego poder descojonarme cuando me ofrezcan un yate a precio de saldo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario la Nueva España

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