lunes, 1 de julio de 2019

El juego de la política

Milio Mariño

Las Elecciones Generales fueron en abril, pero estamos en julio y si ustedes hablan con cualquiera, y le preguntan cuándo tendremos nuevo gobierno, seguro que les pasa lo que a mí. Que acaban viendo como todos se encojen de hombros y resoplan sin decir nada. Nadie aventura una respuesta porque nadie sabe qué responder. El desconcierto es general y también el temor de que esto acabe como el rosario de la aurora y, al final, no quede otra que convocar nuevas elecciones. 

Nadie sabe qué está pasando. Nadie sabe si es que el PSOE está a verlas venir y no quiere negociar, si el PP y Ciudadanos piensan que cuanto peor mejor y descartan cualquier solución, si los nacionalistas piden lo imposible, o si de verdad Pablo Iglesias sigue empeñado en que Pedro Sánchez lo nombre ministro y está dispuesto a que se repitan las elecciones si no lo consigue. 

Nunca, como ahora, los partidos se habían disputado tanto el poder a todos los niveles, desde el más pequeño de los ayuntamientos hasta el gobierno de la Nación. Nunca antes se habían librado tantas batallas en los consistorios, las Diputaciones y los Gobiernos Autónomos, ni la pugna entre la izquierda y la derecha se había hecho tan evidente. Parece como que fuera la guerra total de todos contra todos y en todos los frentes. Y lo curioso es que ocurre después de unas elecciones en las que los españoles hemos decidido que no haya mayorías absolutas y hemos pedido a los partidos políticos que gobiernen sobre la base de conseguir acuerdos y la necesidad de un amplio consenso. 

Todos lo hemos entendido así. Todos menos los propios partidos que, al parecer, quieren hacernos creer que los hemos metido en un lío del que es imposible salir. Que hemos elegido a quien nos ha dado la gana y les hemos abocado a esta partida de póker que les obliga a que cada uno saque el máximo provecho de las cartas que le han tocado en suerte. Y en esas estamos. Esperando que se acabe la partida. Viendo como cada uno juega sus bazas y lo hace ocultando qué cartas tiene por aquello de que si dijera la verdad quedaría en desventaja. Todos sabríamos a que juega y, además, perdería la posibilidad de ir de farol. Posibilidad que, seguramente, alguno ejerce y supone intimidar al contrario hasta hacer que se ponga nervioso y se descubra entes de tiempo. El problema, en este caso, sería detectarlo. Aguantar contra viento y marea y esperar, con cara de palo, a que el juego avance y obligue a que las cartas se vayan poniendo sobre la mesa. 

Annie Duke, una famosa exjugadora de póker y autora de varios manuales prácticos, explicaba en una entrevista que en el póker sólo gana uno. Es imposible que ganen todos. Cosa que, por lo visto, desconocen los partidos políticos pues todos quieren ganar, aunque las cartas que lleven no les permitan ni hacer una baza. Da lo mismo, todos quieren sacar tajada ya sea entrando en el gobierno, pidiendo alguna prebenda o haciendo que no pueda gobernar quien ha ganado las elecciones. 

No sé a ustedes, pero a mi este juego no me gusta y la paciencia ya no me alcanza para aguantar esta interminable partida. Además, no creo que se deba jugar con lo que la gente ha votado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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