lunes, 4 de febrero de 2019

La utopía del pozo

Milio Mariño

Ahora que los telediarios ya no abren con las imágenes de Totalán y la pena se va desvaneciendo como esas ilusiones que nunca pudimos lograr, se me ocurre que en el rescate del niño Julen afloraron algunas de las mejores pulsiones de esta sociedad tan desconectada de lo humano y tan apegada a todo lo material y al dinero. No sé quién estuvo al frente, ni quien tomó la decisión de recuperar al niño, costara lo que costara, aun sabiendo que rescatarlo con vida era más que improbable, cuando no imposible, pero celebro ese empeño porque de haber incorporado a la operación la metodología que se emplea para todo, la del coste-beneficio, no se habría hecho. Se hizo porque, aunque fuera por una vez, acabaron imponiéndose los valores elementales de la dignidad humana frente a cualquier otra consideración. Algo a tener muy en cuenta, pues no reparar en gastos ni en esfuerzos, en estos tiempos que corren, supone un punto de locura que nos recuerda a quienes persiguen la denostada utopía. Es decir, al empeño de un ingenuo que no tiene los pies en la tierra y confunde el deseo con la realidad.

Lo pensé varias veces durante aquellos interminables días. No sabía qué podía estar ocurriendo, pero tenía claro que al frente del operativo de rescate debía estar algún loco que contagiaba su locura a todos los demás. Llegué a esa conclusión porque sí se hubiera actuado de forma pragmática y realista, que es como recomiendan abordarlo todo, el rescate no se hubiera producido. Así es que, como ya dije, celebro la locura de esa inversión millonaria que apostó por la dignidad humana como único objetivo. Ya se que, en este caso, es muy probable que nadie se atreviera a cuestionar que el dinero no estuvo bien empleado, pero, en la práctica, resulta que todos los días y a todas horas, estamos viendo cómo se niega el rescate a quienes solo con darles la mano estarían a salvo de morir ahogados.

Por eso insisto en el tema, porque está bien que celebremos lo buenos y solidarios que somos y que, incluso, digamos con orgullo que nos sentimos mejores después de todo lo que se hizo, aunque no fuera posible rescatar al niño con vida. También presumimos de unos servicios públicos que lo han dado todo sin regatear esfuerzos. Servicios que nadie se acordaba de ellos y han visto reducida su capacidad operativa por los recortes de la crisis. Es lo de siempre, a la hora de distribuir el presupuesto se considera que los servicios públicos resultan muy caros y la consecuencia es que no se invierte en medios y las plantillas se limitan al máximo. Pasa lo mismo con la Brigada de Salvamento Minero, que no es un servicio público, pero casi parece un lujo y más ahora que han cerrado las minas.

Estos días todo son alabanzas. Lo malo que, de aquí a nada, volverán a olvidarse de los que no regatearon esfuerzos y solo se acordarán de ellos cuando tengan que hacer nuevos recortes. Así es que tuvimos suerte de que en Totalán se juntaran unos cuantos idealistas utópicos que pusieron por delante la dignidad humana. Una dignidad que sigue siendo violada mil veces cada día, en un mundo que, con una mano, nos anima a ser solidarios y, con la otra, nos da un manotazo cuando lo intentamos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño