lunes, 26 de noviembre de 2018

Jabalíes en el Congreso

Milio Mariño

Hace veinte años, Luis Carandell ya lamentaba que los políticos españoles hubieran perdido el arte de la oratoria. Solíamos tomar café en el Nebraska de La Gran Vía, de Madrid, que estaba debajo de la SER. Era maravilloso disfrutar de su compañía y oír su repertorio de anécdotas a propósito de los diputados. Y, justo por eso, me vino a la memoria su recuerdo cuando vi las imágenes de lo que ocurrió la semana pasada en Las Cortes. ¿Qué pensaría Luis, autor de Celtiberia Show y Se abre la sesión, de estos parlamentarios de ahora? Aunque, claro, esto de ahora no son anécdotas. Tampoco, ni mucho menos, una exhibición de buena o mala oratoria. Esto coincide con lo que dijo Ortega, en un discurso pronunciado el 31 de julio de 1931, cuando acuñó la definición de jabalíes para describir a un grupo de parlamentarios entre los que también estaban varios diputados de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo de jabalí parlamentario viene bien para definir a unos cuantos y, sobre todo, a Gabriel Rufián. Es su estilo. Lo suyo es meter el colmillo y destrozar lo que encuentre a su paso. Es lo que trata de hacer quien se cree la estrella del Congreso por insultar a destajo y vestirse como quien va de manifestación por el barrio. Monta el número y luego, cuando lo enfocan las cámaras, sonríe orgulloso presumiendo de su hazaña.

Y tiene seguidores, claro que los tiene. Los hay que disfrutan con la vileza parlamentaria. Con los malos modales y los exabruptos que han sustituido a la ironía, la educación exquisita y la fina oratoria. Acertaba Ortega. Parece como si los jabalíes, que se acercan peligrosamente a las ciudades, también hubieran elegido el Congreso para hozar a sus anchas. Acabamos de verlo. Ana Pastor dijo basta y surgió algo así como una manada desfilando por delante del Gobierno. Incluso hubo uno que se volvió y lanzó, no se sabe muy bien si un gruñido o un escupitajo.

Las cámaras no lo aclaran pero, en cualquier caso, me parece fatal que traten de quitarle importancia al desprecio. Fue desconcertante ver a Borrell denunciando la afrenta, mientras el resto miraba para otro lado y hacía como si nada hubiera ocurrido.

Buscando explicaciones, a la nula reacción de los líderes, advertí una diferencia generacional que me preocupa. Borrell viene a ser, más o menos, de mi edad, un abismo con respecto a la edad de Rivera, Casado, Pedro Sánchez o el propio Gabriel Rufián. Es de otra época. Sabe lo que es el respeto y la buena educación. Por eso se siente herido y no acepta la sumisión a los malos modales y los insultos. No acepta, y me parece bien, que los diputados se porten como jabalíes y sustituyan lo que debería ser elocuencia por dentelladas de sus colmillos.

Por supuesto que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Rivera y Casado son de otra época y ven las cosas de diferente manera a cómo las vemos algunos. Es lógico. Pero eso no justifica que tengan que ser tolerantes con la falta de respeto. El respeto debe ejercerse de forma activa porque, de lo contrario, si extendemos la tolerancia a quienes se portan como energúmenos, nos convertimos en lo que son ellos. No quiero decir, con esto, que se eche más leña al fuego sino, simplemente, que no se quite importancia a lo sucedido.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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