lunes, 16 de diciembre de 2019

Luces que no alumbran la verdad

Milio Mariño

Paseando al anochecer, con las luces de Navidad ya encendidas, recordé que hemos pasado de unas calles iluminadas con apenas cuatro bombillas, cosa que ocurría hace nada, cuando decían que la crisis obligaba al ahorro, a este derroche de luz y adornos en el que ningún Ayuntamiento quiere quedarse atrás y todos justifican el gasto como una inversión que atrae a los visitantes y hace que aumenten las ventas en los comercios y en el sector hostelero.

Seguramente es verdad, pero esto que se dice ahora también era válido hace unos años, cuando presumían de gastar poco porque había otras prioridades antes que emplear el dinero en bombillas de navidad. Además, tampoco vale la disculpa de que entonces estábamos en crisis porque hay multitud de avisos en el sentido de que la economía ha frenado su crecimiento y podemos estar a las puertas de otra recesión. Cosa que, por lo visto, ahora da igual pues cada Ayuntamiento rivaliza en poner más bombillas que nadie y ninguno habla de que hay que ahorrar. Madrid ha destinado cuatro millones de euros para iluminar sus calles, Vigo anda por el millón y medio y el resto sigue la moda, según las posibilidades de cada cual.

No tengo por qué ocultarlo; me gustan las calles iluminadas. Me gusta la luz y el color porque creo que influyen positivamente en nuestro estado de ánimo, pero pienso que no estamos para derroches y me llama la atención que se pase de la nada al todo con tanta facilidad. Debe ser que el término medio no les vale porque, a lo mejor, consideran que es para los mediocres.

Así es que nada, todo a lo grande. Vengan bombillas y adornos para que la clase media disfrute y se olvide de que un poco más allá de donde alcanzan las luces sigue habiendo penumbra y gente que lo pasa mal. Y no crean que son pocos pues según los datos del INE y Eurostat, relativos al mes de octubre, en España hay 12,3 millones de personas que están en riesgo de pobreza o exclusión social. La percepción puede ser que hemos mejorado, pero estamos peor. Tenemos un nivel de pobreza mayor que el de antes de la crisis y somos el tercer país con más desigualdad de Europa, solo por detrás de Bulgaria y Lituania.

La intención no es amargarles las navidades, es evitar que las luces nos deslumbren y nos impidan ver la realidad. Tenemos una ciudad bonita que, incluso, luce mejor adornada, pero en la que también hay necesidades sociales que no deberíamos olvidar. Necesidades que, en ningún caso, se solucionan con más bombillas sino siendo sensatos en la distribución del presupuesto municipal y la forma de repartir el gasto, pues ese porcentaje de la población que pasa dificultades sigue ahí, aunque no lo veamos, y su poder de compra no depende de la cantidad de luces que se instalen en las calles. Al contrario, cuantas más luces haya más se darán cuenta de que no les alumbran a ellos. Por eso parece absurda esta carrera de las bombillas que, al parecer, se inició en Vigo y han copiado los ayuntamientos que hace nada iban de pobres y, ahora, aparentan que se han vuelto ricos sin darse cuenta de que, en realidad, lo que alumbran con el exceso es la desigualdad en la que vivimos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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